Nos cambiaron no sólo la música sino que la vida. O algo así. Los muchachos de Liverpool como decía Andrés Daniels, nos enseñaron que otro mundo era posible. Se que lo anterior es una exageración, pero hay que verlo en el contexto de los años 60. La Bardot, los hippies, el cine italiano, el francés y el checo,  la guerra del Vietnam, Fidel y sus barbudos, el mundial del 62, Mayo del 68, las revistas del Ryder, el cine Délfico.

Lo cierto es que en Iquique, que no era Liverpool, los ecos de la noche de un día agitado se hacían notar. Largas filas en el Nacional para ver esa película que tiempo más tarde nos daríamos cuenta que no era más que un largo video clips. Pero no importaba. Importaba la estética, el atrevimiento, cierto descaro y no poco cinismo. Eran cuatro modelos a seguir.

Los Beatles globalizaron su música hasta donde el mundo era alcanzable. Los vinilos era un bien preciado. Poseer un tocadisco un lujo como tener un teléfono en casa. Nos juntábamos a escuchar música donde Pablo Santa Cruz o bien en la casa del Toni. En el primero Led Zeppelin con su escalera nos llevaba al cielo. Todos buscábamos nuestro destino.  En la casa del segundo, con Quilapayún, cantábamos para «hacer una muralla». En la escuela 4, la del chute Carrión y del Chico Vega, las canciones de Jhuliano el Extraño, era el anuncio precoz del rock en español.

Recítabamos de memoria los nombres de pila de los cuatro melenudos. Juan Jacob que es el que más sabe de Los Beatles instaló una academia para enseñar inglés. Le puso por nombre Liverpool. La semana que pasó un pilar fundamental de ese grupo se presentó en Santiago. Paul sobrevive con Ringo. En Iquique, aun resuenan sus canciones en el Don Sata y en la  disquería El Manco. Ambas desaparecidas al igual que Andrés Daniels, uno de los tantos disjockey de la juventud.  En el play list de la memoria, esas canciones siguen ocupando un lugar de privilegio. Se convirtieron en clásicos.  Me quedo con Let it be.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 24 de marzo de 2019, página 13