La película de Andrés Wood se ha constituido en un tema de conversación. Y es bueno que así sea. Una mirada hacia nuestro pasado más reciente no nos hace mal. Al contrario nos recuerda nuestros errores y nuestros aciertos. Pero la gracia de “Machuca” no hay que  reducirla solamente a un evento estético que sin duda   lo es, sino que también a a reflexionar sobre nuestra sociedad actual.

El Liceo de Hombres de Iquique,  era también una institución democrática, los Machucas estudiaban con los Francia, los Pizarro con los Provoste, los Cáceres con los Peric, los Barahona con los Zerega.  En términos generales todos teníamos las mismas oportunidades. En ese tiempo el sociólogo francés Pierre Bourdieu aún no utilizaba el concepto de capital cultural. Este término aludía no solamente a las diferencias económicas, sino que también al modo diferencial de acceder a los recursos culturales. Así por ejemplo,  había quienes tenían acceso a los libros, a las obras de teatro, a los museos, a la música, a la prensa, etc. La diferencia entre un hijo de un médico y el hijo de un jornalero no eran sólo económica, era también cultural.

En la sociedad iquiqueña cuyas diferencias socio-económicas  no eran tan abismantes, ni violentaban tanto como ahora,  había un tercer grupo que no eran ni los Machucas ni los Infantes. Eran los Choque, los Mamani, los Challapa. En otras palabras, hijos e hijas de aymaras que habían arribado a la ciudad. Expulsados del campo y atraídos por el brillo de la ciudad. El rasgo común de los Machucas y de los Infantes era el segregar a los Choque. Entonces el apelativo de “indios”, “paisanos”, “bolivianos” violentaba a esos humildes hijos de la Pachamama. Enunciado en forma de bromas o de chistes, el estigma calaba los huesos como el frío de la cordillera.

La pasividad y el retraimiento de los aymaras era interpretado como una deficiencia. Nada se sabía entonces de su vida en el altiplano o en las quebradas. De igual forma nada se conocía de su idioma y menos de la riqueza de su cultura.  Hijos de ganaderos, de agricultores o de comerciantes, no sólo debían estudiar y competir con los Machucas y los Infantes, sino que también ayudar a sus padres en sus labores.  Los Choques no leían el español de corrido. Pero los Machucas o los Infantes no sabían cuidar el ganado y menos aún conocer y hacer crecer la chacra. Probablemente muchos Choques no fueron a la universidad. Y los que fueron son, que duda cabe, una excepción.

Hoy las cosas han vuelto a su estado, al parecer “natural”. Los ricos estudian con los ricos, y los pobres con los pobres. Ya no existe esa sala común donde todos nos mirábamos a los ojos, jugábamos a la pelota, salíamos a Punta Negra o a Primeras Piedras,  nos agarrábamos a combos, para luego seguir siendo amigos. Es probable que en los colegios de los Infantes, se segregue a los orientales o a los hindúes. Lo que está claro que en los colegios de los Machucas, éstos siguen segregando a los Choque, los Vilca, los Supanta. Falta la película de los Choque.

De ese modo se sigue reproduciendo la desigualdad. Y ésta ya no es económica, social o cultural, es también territorial. Iquique es una ciudad segmentada en la que los pobres nunca se juntan con los ricos. Una especie de muro invisible, pero eficaz lo impide. Pero debe existir una sociedad  donde los Machuca, los Infantes y los Choque, en una misma sala de clases ayuden a crear una patria mejor.

 

Publicado en La Estrella de Iquique, el 18 de septiembre de 2004.