Al Maestro Galán lo veía casi siempre caminando apurado por las calles de Iquique.  Es que su oficio y vocación era ser profesor en una sociedad como la nuestra que no trata bien a quienes se dedican a enseñar: de allí la prisa.   Eramos de la misma época: tiempos de esperanzas que terminaron en tragedia.  Quiero decir que nuestra juventud se nos partió en dos. Antes y después del golpe de estado de 1973.  Antes de nuestro 11 Sep, al maestro Galán ya se  le notaba eso de que quería ser profesor. Y contento con aquello, eligió lo que su voz interior le exigía, ser profesor de música. Y no cejó en ello.
No pocas veces conversamos en las calles de esta ciudad que cada día se parece menos a los recuerdos que de ella tenemos. Pero ambos sabíamos que alguien nos había cambiado las esquinas y las plazas, además de los nombres de las calles.  Pero aún así sabíamos que nuestros pasos de adolescentes se habían encaminado hacia esa pileta, en forma de riñón, que había en la Plaza Prat. “Había” es el verbo que más se conjuga en esta comarca que alguna vez fue del jazmín y del floripondio. 
Al Maestro Galán, la música le hacía brillar sus ojos claros. Nunca supe, o bien no recuerdo muy bien, si era de la pampa o de este puerto, en todo caso anverso y reverso de una misma moneda.  Tocaba varios instrumentos y leía las partituras como quien lee un buen libro.  Los años que uno va cumpliendo son una especie de boxeo contra el olvido (algo así dice en su novela “Me casé con un comunista”,  Philip Roth).  “Johann Sebastian Mastropiero” le decía cada vez que lo veía. La cita al personaje de Les Luthiers, se la encajaba con todo el cariño del mundo que le tenía, y que le sigo teniendo. Cuando supe de su muerte, en pleno Bicentenario, la incredulidad y luego la rabia se mezclaron.
Cuando se nos muere un amigo, aunque hayamos compartido solamente el patio del liceo y caminando esas calles que ya no son nuestras, a uno le queda la sensación de que, pese a lo poco que se le conoció, nos unió una larga amistad. Al menos eso creo yo.  Guillermo Galán Aguirre se llama el maestro de música. Portaba un apellido que lo obligaba a ser eso: galán. Y que además lo conectaba con el poeta José María Gabriel y Galán (1870-1905), un español que alguna vez leímos en clase de castellano.
La música era su horizonte. E hizo, como buen músico, todo tipo de música.  Desde la popular hasta la docta. Le compuso himnos y otras melodías a Prat, a escuelas y a todo aquello que él dictaminará posible de llevar a la inmortalidad. La Escuela D-92, el Liceo Arturo Prat o el Colegio Chipana, se beneficiaron del talento de Galán. Fue elegido Mejor Compositor en el Festival de Olmué en 1987. Otros saben mejor que yo de sus cualidades. Lo que todos sabemos, eso si, es que la partida prematura de Guillermo Galán, nos deja con una nota menos en el pentagrama de esta ciudad que le falta música, mucha música.

Publicado en La Estrella de Iquique el 3 de octubre de 2010. Pagina A-9