La vitrina o, el escaparate, con el advenimiento de la sociedad de consumo, se transforma en un hecho cotidiano.  El ideal de belleza de occidente, se expande a través de la figura del maniquí, un estereotipo que, hay que seguir y alcanzar (Siempre me ha llamado la atención, los maniquíes cuando se les mira por detrás, con el pantalón o la camisa recogida. Ese, es su lado humano, por así decirlo). El maniquí, es la calma, dentro de la prisa urbana. Es, la representación de la elegancia, la belleza. Donde todos transpiran y corren, ahí está el maniquí, elegante. Pero, es también el hoy. La norma, cómo se debe vestir. Es la síntesis y, la proyección. Es el modelo que, ingresa en el imaginario de la moda, para señalar los rumbos a seguir. Los maniquíes, son representaciones culturales. Y, cada vez más erotizados, la feria Thompson, está llena de esos artefactos.

Se viene a la memoria, la canción de Serrat que, relata la locura de un hombre que, se enamora de una maniquí (bella y quieta, no pide nada, no demanda nada, no exige). El maniquí, es la representación de lo que la moda dictamina. Además, condensa la idea e ideal, de una belleza con cánones de occidente. Más flacos, mejor. No hay cosa más terrible que, un maniquí sin ropa.  Una canción de Sandro: “Tan sólo quedó al fin, el viejo maniquí…”. El maniquí, es la artificialidad con profundas repercusiones sociales. La que lleva el traje de novia, es tal vez, la más representativa.

El maniquí, es un producto del siglo XX, de la modernidad. El siglo XXI, parece haber cancelado esta figura. Las tiendas, tal vez sólo la de novios, la utilizan. Pero, las grandes tiendas que, se parecen a los supermercados, ya no la usan.  En la civilización de la imagen, el clásico maniquí, es reemplazado por las figuras que, fluyen en la TV. Los ídolos de la música, los futbolistas, los rockeros. Y, por otro lado, las revistas del corazón, ocupan ese espacio. En Iquique, está el Rey del Maniquí.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 19 de octubre de 2014, página 22