maria-elenaNació en Iquique el año 1932. Murió en el año 2013.
Es uno de los exponentes más interesantes de la nueva generación de artistas chilenos. A los veinte años se inició como actriz en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile (hoy ITUCH), realizando luego casi todas las actividades que permitiese el teatro. En el Teatro de Arte del Ministerio de Educación y en los teatros de cámara- que entonces nacían- se desempeñó como actriz y directora escénica, estrenando, en 1952, dos obras suyas. Más tarde, en el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica fue actriz, directora escénica, profesora de actuación y director-asesor del Consejo de Teatro.
Como escritora, María Elena Gertner debutó a los veintidós años con su libro de poemas: Homenaje al Miedo (1950). Sus cuentos han sido incluidos en dos importantes antologías de Enrique Lafourcade: en la Antología del Nuevo Cuento Chileno (Zig-Zag,1954) y en Cuentos de la Generación del 50 (Del Nuevo extremo, 1959). En 1958 apareció su novel Islas en la Ciudad (Del Nuevo Extremo), que llamó poderosamente la atención y fue reeditada de inmediato. Alone destacó su «narración ágil y viva, la ausencia de reposos descriptivo, el nervio estimulante y continuo que, una vez empezaba la lectura, no deja detenerse ni afloja la tirantez de los hechos…» La presente novela, Después del Desierto, es anterior a Islas en la Ciudad, pues fue escrita entre 1954 y 1956.
Sus últimas novelas publicadas con gran éxito son: Páramo Salvaje, La Mujer de Sal, y La Derrota. (Editorial Orbe segunda edición, Santiago de Chile 1965)

Después del Desierto 
(Fragmento)
«Y yendo por el camino aconteció que, llegando cerca de Damasco, súbitamente le cercó un resplandor de luz del cielo… (Hechos de los Apóstoles, IX, 3.)»
Libro Primero: El Juego
Libro Segundo : El Héroe
Libro Tercero : El Muro
Libro Cuarto: El Hallazgo
Libro Primero: El Juego

– 1 –
-Contéstele que no estoy, que salí, que no sabe a qué hora volveré. La voz de Juan Pablo alcanzaba una nota aguda, desagradable.
– ¡ Ay , don Pablito, si es la tercera vez que llama!
– Dígale que fui a pasa unos días a la playa…- El trató de recuperar el tono grave que hacía sentirse importante y seguro-. Bueno…, invente lo que se le de la gana- concluyó. Escondiendo las manos bajo el delantal no muy limpio, Manuela, la vieja sirvienta, permaneció unos segundos afirmada contra la jamba de la puerta.
Luego, meneó la cabeza y se alejó mascullando:
– ¡ Pobrecita! Tienen que son muy tontas algunas señoritas…
– ¿No sería mejor que hablara con ella?- preguntó Gonzalo Labrusse. Y su mirada obscura, penetrante, se detuvo en los claros ojos de Juan Pablo.
– ¿ Hablar? ¿ Para qué? ¿ Para oir lloriqueos? ¡No, hombre!
– Sin embargo, Carmen fue…, quiero decir que ha significado algo en tu vida, ¿ no?.
El otro se encogió de hombros, sonriendo:
– Mira…, tú eres macunudo en ciertos de cosas y yo te admiro sinceramente, pero te llevo cierta ventaja en lo que se refiere a mujeres.
Carmen no es la primera amante que he tenido, ni es la primera a quién he amado-. De pronto constató, satisfecho, que el mecanismo anterior funcionaba como de costumbre y que podía retornar el hilo del juego y ubicarse en su posición: espectador de sí mismo. Acarició el volumen de Derecho Civil que estaba sobre su mesa-escritorio, mientras aquella voz íntima cargaba sabiduría, lo alentaba: Serás un abogado brillante, siempre ganarás las causas que defiendas.
– ¡Caramba, no he podido estudiar ni una línea! Desgraciadamente ya es muy tarde y hoy es el cumpleaños de mi prima Anita-dijo- ¿Por qué no vienes conmigo a la fiesta , Gonzalo? ¡No, no pongas esa cara de enterrador!
Mañana discutiremos tus problemas trascendentales.
-¡Efectivamente te importa todo eso? ¿Los estudios y la fiesta de tu prima? -¡Qué pregunta, viejito! Oye, déjate de majaderías.
¿Vienes conmigo?
– Yo necesitaba que conversáramos ahora, por eso estoy aquí. Mañana será tarde- afirmó Gonzalo. Observó en torno suyo. Una reproducción de La Mujer de la Flor, de Gauguin, resaltaba sobre el desteñido muro gris, a la izquierda; y a su derecha, una fotografía del Balzac esculpido por Rodin mostraba su sonrisa mofletuda, irónica, dolorosa. -Tú eres mi mejor amigo…- musitó- Y yo…
Una certeza le golpeó entonces, y se levantó de un salto, descubriéndose traicionado: -¡Que mariconazo eres, Juan Pablo!.

– 2 –
Sobre el bizcochuelo tapizado de blanco merengue brillaban diecinueve velitas. Era un hermoso día, ese 5 de diciembre de 1951 . Quizás un poco caluroso, pero la tarde iba tejiendo sombras entre los arbustos del jardín y se adivinaba que correría un aire fresco a la hora en que llegarían los invitados.
– Que seas muy feliz, Anita-, El saludo fue dicho con el tono quejumbroso, arrastrado, característico de Cecilia.- Perdona lo pobre del regalo.
– ¡Un millón de gracias, linda! Eres un amor-. Anita experimentaba una alegría espontánea, infantil, al desatar los nudos de las cintas y rasgar el crujiente papel.
– ¡Mamá, mire… este pañuelo es maravilloso!
– Sí…- Ana Luisa hizo un esfuerzo para resultar amable. Aunque se trataba de las más íntima amiga de su hija, nunca la había querido, viéndolas una al lado de la otra no conseguía evitar cierta secreta envidia. «Anita está un poco gorda,» pensó. «¡Bah!, pronto adelgazará. Además, tiene lindos ojos… Sí, sus ojos, al menos, se parecen a los míos».
-¿Vendrá tu primo Juan Pablo?- preguntó Cecilia, dejándose caer lánguidamente en una poltrona.
-Sí. ¿ sabes lo que dicen?
-No…
– Que es el amante de una mujer casada.
-¿Verdad? ¡Ay, que lástima! ¡Es tan buenmozo!
-¿En serio lo encuentras muy buen mozo?
-¡Estupendo!
-¡Déjense de hablar tonterías, niñitas!-Interrumpiendo la conversación, Ana Luisa abandonó la sala. «En mala hora invité al tal Juan Pablo».
Reflexionó. Evocó la forma de parase de su sobrino, doblando una rodilla; los gestos ambiguos, algo turbio en su mirada. «Y la boca, siempre sonriendo sin motivo, estúpidamente. Es un infeliz el hijo de mi hermana Hortencia. ¡Debilucho! ¿Y si Anita se enamoraba de él? ¡No, Dios no lo permitiría jamás!». Y por primera vez sintiese satisfecha de que su hija no fuera hermosa como ella.

– 3 –
-Otro martini doble. Seco, por favor-. Gonzalo lo necesitaba. -Bien, señor-. El mozo del bar obedeció sin demostrar preocupación. En cambio, unas señoras preguntaron:
– ¿Por qué se emborrachará ese chiquillo?
-¡A ustedes qué les importa! respondió un hombrecito escuálido, e hizo rodar sus dados estruendosamente, los objetos flotaban como plantas acuáticas frente a su vista y el bar se perdía en una profundidad alucinante.
-Díganle a ese cabro que vamos a cerrar. Un mozo le acompañó hasta la puerta y Gonzalo salió, sujetándose con dificultad a los huidizos muros.
El coche frenó entonces bruscamente, lanzaron un chillido agudo desde la vereda al otro lado de la calzada, y el insulto del conductor resbaló por sus oídos. El pensó: «La muerte es cosa fácil, accesible. Se puede morir en la calle, sin aviso, sin últimas miradas ni caricias finales».
Y siguió caminando, tambaleante.
-¿Vamos, m’hijito?
-¡Déjeme!- la observó, no obstaste; era una mujer pequeña, regordeta, de manos chatas y uñas carcomida. Examinó aquellas manos, esos dedos cortos de falanges gruesas, y vio el vestido negro y lustroso, raído en el escote; debajo del vestido, volúmenes imprecisos, y, en el rostro, un intento de sonrisa que le hacía temblar los labios.
-¿Vamos, m’hijito?
-No tengo plata…
-Tienes un reloj…
-¿Reloj?…Sí…-Escuchó el golpetear rítmico de la cuerda.- Cierto, tengo un reloj. Y tengo un anillo de oro con un escudo, ¡míralo!, y una casa repleta de muebles, y cuadros y libros, y una madre, y una abuela.¡Ah, si tú conocieras a mi madre y a mi abuela! Y tengo compañeros, compañeros que no me pertenecen. Nada me pertenece. ¡Y yo tampoco pertenezco a nada, a nadie!
Actitudes, objetos, juicios, sentimientos, colgados sobre su persona.
Recordó las gastadas palabras del afecto familiar repetidas una y mil veces, los sabios consejos, la pretendida libertad bajo el signo de una llave de la puerta de calle, todo tan ajeno como su existencia elaborada por otros, y pensó en Juan Pablo:
«Quise salvarte, viejo; nuestra amistad era lo único que deseaba conservar.. Necesitaba que tu entendieras, que estuvieras de mi parte…, pero estabas con los demás, eras uno de ellos. ¡Qué estafa! Ahora seré libre, me libraré de todos, incluso de ti». Depositó el reloj y el anillo entre los dedos de uñas mordidas y agrietadas.
-toma.
-¡Qué!, ¿ me los regala?
-Sí.
-¿En serio? No vayan a ser cosas de borracho y después te arrepientes…¡Ya me vi metida en un lío hace tiempo!
-No, no me arrepentiré.
las manos de la mujer se cerraron, ávidas, sobre los objetos.
…..
Libro Segundo: El Héroe

– 1 –
Hortensia no puede entender que le pasa a Juan Pablo. Primero, creyó conveniente no darle importancia. Esa fue también, en el comienzo, la reacción de su marido.
-Un arrebato pasajero.
-Sí. De niño era tan caprichoso, ¿te acuerdas, Ramón? Pero, una vez que desmigajaron minuciosamente cada detalle para dar con la clave del problema y atacarlo desde la raíz, sin encontrar causa alguna, la actitud de Juan Pablo les pareció definitivamente absurda.
-Si al menos se dignara dar una explicación…¿No te parece, Hortensia? ¡Se olvida de que somos sus padres!
-¡Quizás qué tiene! Está tan raro…
-Yo creo que este chiquillo se ha puesto malo de la cabeza.
Hacía mucho tiempo que no se quedaban conversando hasta tarde. Por espacio de noches, que sumaban años, la costumbre les obligaba a abrir, a cada cual, un libro: y mientras él se hundía en la lectura, emitiendo periódicamente un gruñido o una interjección, ella perseguía el hilo de un ensueño que flotaba a través de las páginas y las letras borrosas.
-No lo lo puedo entender- repitió Hortensia. Ahuecando el almohadón con un codo, ramón adelantó su rostro levemente congestionado:
-He conversado con varios de varios de sus compañeros-dijo-. Me he informado de que sus estudios iban perfectamente-. Era la cuarta quinta vez que contaba aquello. -Llevaba la vida de siempre… Frecuentaba a las amistades de siempre…
-Espera…- Hortensia se irguió- ¿Frecuentaba a las amistades de siempre?
-Sí…
-Yo no estoy muy segura. El corazón me avisa… ¿No has pensado en que tal vez existe una mujer, Ramón?.
– Es posible… aunque los hechos afirman lo contrario.
-Anita me confesó que Cecilia estaba enamorada enamorada de él.
-¿No pretenderás que Cecilia sea la causante?
-No, por supuesto que no.
-¿Qué mujer va a ser tan estúpida como para instarlo a dejar su carrera, a no trabajar, a convertirse en un vago?.
-Realmente, cuesta creerlo.
Entonces ella recordó los llamados telefónicos.
-¿Conoces tú a una tal Fernando von Rande o Range?- preguntó.
-No.
-Ha llamado mucho a Juan Pablo últimamente. Me gustaría que averiguaras quién es. A lo mejor… por ahí damos con una pista.
-A lo mejor…
Ramón apagó la luz. «Mocoso imbécil», murmuró entre diente, y permaneció largo rato rumiando su decepción. Evocó tanto esfuerzo desplegado en Juan Pablo. A menudo, en medio del trabajo agotador, se había preguntado si valía la pena, si era justo para consigo mismo empeñar la vida en la tarea de edificar la felicidad futura de sus hijo. ¡Y a cuántas cosas no debió renunciar! Cosas amables, de las que otros hombres disfrutan. «Cuando chiquitito era tan inteligente», se dijo. «Actualmente tenía una linda carrera por delante… Yo no fui profesional, y quería que él lo fuera».

La Derrota
A poco tiempo de aparecer La Mujer de Sal, María Elena Gertner entrega su quinta novela, La Derrota, con la cual la escritora chilena no sólo demuestra ser una de las más productivas de su generación, sino también la temática más amplia y universal.
La Derrota -primer volumen de la trilogía El Hueco en la Guitarra-revela una nueva metamorfosis en la obra de María Elena Gertner. Aquí, aparte de haber alcanzado la plenitud de su estilo y de su destreza para manejar situaciones y personajes, penetra con hondura y conocimiento en un medio social que parecía ignorar en sus novelas anteriores. la atmósfera gris en que trascurre la vida de Trinidad Isazmendi, la manera cómo desciende de nivel social, la rebelión de Isabelita, su hija, ante las que fueron las tradiciones y costumbres de su madre, y que ésta aún trata de inculcarles, aparecen magistralmente tratadas. igual cosa ocurre con esos personajes tan singulares como la Zoraidita, Rosendo Soto-apodado «El lancha»- y Rodrigo Díaz, el guitarrista ciego, cuya curiosa existencia sirve de enlace a la trilogía. la irrupción del amor en todos ellos, la forma en que la desesperación o la esperanza los hace luchar por colocarse por sobre la sordidez que los rodea, atraparán al lector más exigente, de tal modo que querrá seguir conociendo nuevos aspectos de estos personajes.
Por ser La Derrota una novela cerrada y redonda y constituir una unidad que puede leerse separadamente, el destino sobrecogedor de sus protagonistas se completa con nuevos puntos de vista y situaciones en los otros dos libros de la trilogía titulada El Hueco en la Guitarra: en «Tiempo de Vilanos» y en «El Encantamiento», que la editorial Zig-Zag publicó.

Empresa Editorial Zig-Zag.
Santiago de Chile, 1964.