Cuando estudiamos en el glorioso Liceo de Hombres (todo en Iquique es glorioso aun lo que no es tal), existía la posibilidad de quedar para marzo. Las vacaciones eran una suerte de penitencia. Nos bañábamos en Cavancha con la culpa del no deber cumplido. El río Nilo no le llegaba ni a los tobillos a la playa El Colorado y que decir el Sahara respecto a nuestro desierto. No teníamos a James Dean, pero sí a Titín Cortéz.
La frase “quedaste para marzo” era un mazazo, solo comparable a uno de Arturo Godoy a Joe Louis, en el asalto aquel que el nuestro lo tuvo entre las cuerdas. Marzo, era un mes maldito. Enero y febrero era estar y no estar de vacaciones. Era habitar entre Pozo y Huara. La atenta mirada de mamá, operaba como el control y la autoridad jamás puesta a prueba.
Pero había algo peor que quedar para marzo. Y era repetir. Era lo no glorioso. El certificado con la frase resumen: “En consecuencia debe repetir año”. Y lo antecedía una cantidad de notas en rojo, que parecía incendiar la hoja. Esta crónica tiene algo de autobiográfica. Guardo ese certificado y enmarcado. Y sobre todo atesoro el recuerdo de mis compañeros que abandoné: Juan Avalos, Alberto Zerega, Bozidar Ivankovic Pepe González, Peta Castillo, y otros como Polo Saunero, que me siguieron y que nos preparamos para los 50 años de egreso del Liceo de Hombres, bajo la atenta mirada de nuestro eterno profesor jefe Manuel Castro Telléz y de su casa de mampara siempre abierta.
Pareciera que ya nadie queda para marzo. Y los que repiten son cada día menos. No lo sé. Lo que a mi repetir y trabajar ese verano me sirvió para valorar los estudios. Se lo debo a mi padre y al Chato Froilán, que en vano trató se enseñarme un oficio manual. No sabía que había otro oficio, el de sociólogo, que aun no aprendo del todo.
Publicado en La Estrella de Iquique el 20 de febrero de 2022, página 11