Era lo más parecido al Quijote, pero sin Sancho. Fantasiaba con el turismo, y luchaba contra la indiferencia, que eran sus molinos de vientos. Era un hidalgo y como tal atento y solemne y con un buen sentido del humor. Alterné con él en el Astoreca, en el Circus y siempre el Norte Grande fue su obsesión, territorio al que finalmente se entregó. Su figura medieval ya no se asomará por Baquedano ni por esas callecitas abandonadas de la mano de Dios. A la larga se convirtió en el tataranieto de don Higinio Astoreca.