Se podía ir a la escuela sin estudiar, sin la lección aprendida, sin los palotes en fila, incluso con las uñas sucias, pero sin membrillo jamás. Sin el lápiz de grafito con la goma amarrada que no sólo servía para estudiar, sino que también para defenderse del compañero de al lado, el grandulón que había repetido, por lo menos, tres veces. Pero, pobre de aquel que no llevará un membrillo. Verde o amarillo, con un poco de sal envuelto en una hoja de El Tarapacá. Era el manjar de esas tardes previas a La Tirana.
Llegó de Asia y se reprodujo en la precordillera del Norte Grande. Sin aspavientos, sin glamour, se nos hizo cotidiano. En vez de la manzana de Adán, hay que decir el membrillo de Adán. Hay que reescribir el mito. La infancia olía a grafito, a tiza, a membrillo, a pichanga luego de la campana de la tarde. Duro como la vida en Iquique, el membrillo, es parte de nuestra señal más exquisita de lo que somos. Los membrillos de Miñi-Miñi insuperables. Los de Huatacondo le siguen en jerarquía. Hay una danza andina que se llama el membrillazo. Es usado además en los carnavales como objeto que se lanza en la confrontación ritual entre la mitad de arriba y mitad de abajo.
El Mercado Municipal era su albergue favorito. Por la calle Latorre su presencia se imponía por su humildad. En la antigua feria libre de esa calle con Arturo Fernández, aromatizaba la vida. Tenía además otros usos. Servía para hacer gomina y con ello domesticar las salvajes cabelleras. Fijaba el pelo, lo ordenaba y brillaba como el sol de la pampa. Camino a la escuela (no se llamaban colegios, los públicos) se golpeaba en las paredes de la casas para ablandar su fortacha contextura. De allí la expresión «Más machucado que membrillo de colegial», tal como quedó Godoy luego de la segunda pelea con Joe Louis.
El dulce de membrillo es otra variante de esta polifuncional fruta aclimatada en nuestro territorio. Pero como suele suceder la ignoramos. No somos orgullosos de su humilde presencia en nuestra vida cotidiana. Al igual que la pera de pascua, sabemos de su existencia, pero le bajamos su perfil. Es tan importante el membrillo que cada vez que nos comemos uno, nos cambia la cara.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 3 de junio de 2018 página 15