Era de los serios del barrio y de su trabajo como calderero. En casa nunca faltó nada. O casi nada para ser más preciso. La elegancia siempre fue su segunda piel. A fines de mes, nos llevaba al centro, Tarapacá con Vivar, y con un placer que no se definir, comíamos un hot dog (¿Cuándo empezaron a llamarse completos?). Se nos fue cuando apenas yo tenía 19 años. Desde ese entonces no entiendo ni me gusta la muerte. Tengo fotos de cuando se casó. Otra en tanto atleta de una selección de Iquique y del Olimpo. Era atleta y fondista. Con el tiempo supe que era un melómano. Escuchar a los clásicos de la música popular era su debilidad. Los domingos eran de tango. Ahí supe de “Percal” y de “Caminito”. En las tardes era escuchar a Darío Verdugo y Sergio Silva dos relatores de signos opuestos, pero que se complementaban. Cuando ganaban los albos la casa era una fiesta. Cuando perdía el silencio y la oscuridad se adueñaba de nuestro hogar.
Todavía está en casa un florero que le regaló Raúl Duarte cuando se casó. Era además amigo de Hernán Cortez Heredia entre otros ilustres. El año nuevo en la cancha de Iquitados se lo bailaba todo. Mi madre lo acompañaba. La primera que vez que fui al estadio, iba de su mano, y señala al Roberto Sola y agrega “es el mejor arquero de Chile”. Yo consiento… Hay un par de viejos ferroviarios que le agradecen haber sido formado bajo su atenta mirada.
Tengo una foto de mi padre en la que pudo haber sido uno de los actores del neorrealismo italiano, de Vittoria de Sica, por ejemplo. Puede que sea uno de los tantos actores de esa película que se llama «Ladrón de bicicleta». Pero no. Nada más lejano. Ese señor que me mira como pidiendo explicaciones, pero que a su vez me envuelve con su mirada, que detrás de esos inmensos cuellos, habita un inmenso corazón, es mi padre. De herencia me dejó una bicicleta y el nombre que me acompaña y me define.
Publicado en La Estrella de Iquique el 9 de junio de 2024.