La gente en las calles camina portando en sus espaldas mochilas. Y en muchos de los casos ignora que molesta a los demás. Sobre sus espaldas cargan quién sabe qué. Cuando giran pasan a llevar todo a su alrededor. La mochila se ha convertido en un bien casi indispensable… para algunos. E incómodo para algunos que debemos asumir las consecuencias de ese instrumento que aumenta el volumen de quien lo porta.

Es un bien de consumo que la industria ha logrado convertir en un bien de primera necesidad. No me imagino a un estudiante sin ese objeto, muchas veces, colorido, entrando al colegio. O a un minero subiendo al avión sin ese equipaje.

Los bolsos de antes eran de papel o de género. A la escuela con suerte un hermoso bolsón de cuero o imitación de éste. Y en su interior, el nombre del propietario. Guardo uno de estos en mi casa que de vez en cuando, en la bicicleta de la nostalgia, me lleva a la Centenario. El bolsón de las mujeres tenía sus tirantes largos.

Los deportistas de antes en bolsas de papel guardaban sus pertenencias. A otros les bastaba un par de hojas del Tarapacá. Mi padre atleta del Olimpo tenía una pequeña maleta de madera que aun conservo, donde llevaba su equipo.

Mientras escribo, como telón de fondo escucho una canción mexicana interpretada por un pequeño charro, de un desplante extraordinario, mejor voz e inocencia que sólo un niño puede transmitir. El tema nos habla de  “La de la mochila azul/ La de ojitos dormilones/ Me dejó gran inquietud/ Y bajas calificaciones”. El que canta el gran Juan Liner, Juanito, en ese entonces. Su familia de vez en cuando, bajo su liderazgo, nos regala canciones inolvidables.

En el espacio urbano, la locomoción colectiva, el estadio, la mochila del color que sea, se ha convertido en un artefacto al que tenemos que acostumbrarnos. Y se hace más necesario que nunca redactar un manual para su buen uso. Una especie de manual de Carreño.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 9 de abril de 2023.