A juzgar por el estado en que encuentra el monolito que recuerda los caídos del 21 de diciembre de 1907, los iquiqueños en general, y la izquierda en particular, no hemos tenido una actitud responsable, por decir lo menos, frente al único monumento que simboliza la matanza de la escuela Santa María.

Al acercarse cada fecha de ese holocausto, el sitio se arregla y como dice la gente “se le echa una mano de gato”. No hay una política de Estado que reglamente su cuidado. Lo contrario sucede con los monumentos de los héroes nacionalistas. Es imposible pensar, por ejemplo, que la estatua a Prat permanezca abandonada y sin cuidado. Y no lo es, porque la Armada se preocupa de que su figura principal no quede a merced ni del vandalismo y menos aún del olvido.

Ahora que la ciudad se prepara para la conmemoración de la matanza (¿cuándo tendremos el programa definitivo?), sería bueno que las fuerzas progresistas diseñaran una política para levantar una serie de representaciones que den cuenta, como una forma de ayuda memoria, de lo que sucedió en el verano del año 7. El valor de las estatuas y de los monolitos, es precisamente esa, preservar la memoria. Luchar contra el olvido. Pero, estas monumentalidades requieren mantención y cuidado.

La conmemoración de la matanza,  es una ocasión propicia  para que la ciudad testimonie el aporte de la clase obrera a la construcción del norte grande.  Y del país entero. El obrero y sus organizaciones jugaron un rol primordial en la toma de conciencia de sus derechos. Sus demandas ametralladas no sólo en la escuela Santa María, sino que también en La Coruña y en San Gregorio, nos advierten acerca de las profundas injusticias que padecieron los hombres y las mujeres en el norte grande de Chile.

Un monumento al obrero salitrero masacrado parece ser una tarea ineludible para este año. Una representación que de cuenta de lo que fueron esos duros años servirá para valorar lo que hoy tenemos. Hablo de un monumento digno, épico y bello a la vez.

El monolito que hoy tenemos, inaugurado el 21 de diciembre de 1957, requiere ser hermoseado y dignificado. Pero también requiere lo mismo el lugar donde hombres, mujeres y niños, chilenos, peruanos, bolivianos y argentinos, se les quitó la vida. Renovar y dignificar ese entorno es una tarea urgente. No se trata de extirpar lo popular que en ese barrio habita, sino que dignificarlo.

La Escuela Santa María es nuestra memoria, es nuestro libro de clases que nos señala hasta cuando puede llegar la barbarie. El horror de Auschwitz ya fue anunciado ese 21 de diciembre.