A mis hermanas y primas, a mi hija
A mi madre y tías
En Iquique decimos la mar, y como signo familiar le llamamos, la Maruja. Nos bañamos en la playa y cada 16 de julio celebramos a la China. Los aymaras ofrendan a la Pachamama, y para el día de la Madre, nos escatimamos en regalos para quien nos dio la vida.
No es exagerado afirmar que el Norte Grande es una mujer. Decimos la costa, la pampa, la precordillera y la cordillera. Todo en femenino. Salimos a la pesca, hacemos parir la tierra, nos metemos en la mina, vamos a la escuela, jugamos a la pelota, nos tomamos una cerveza. Nuestro habla popular está cargada de guiños femeninos. Nos ponemos en la espalda a la guagua, y decimos que la llevamos a tota. Cuando la mar está mala, es por que está “picá”. A la correa le decimos huasca y al agua mineral aún le llamamos Chuzmisa. El pampino en su domesticación del desierto nombró más en femenino que en masculino. A muchas oficinas salitreras, le puso nombre de mujer: Iris, María Elena, Victoria, La Coruña. Usó barretas, picota y abrió la tierra con dinamita.
Mujeres nuestras han agarrado universalidad gracias a sus quehaceres. Elena Caffarena luchó por el voto femenino; la María Monvel escribió bellas poesías, la Mistral la comparó con Juana de Ibarburú, entre otras. María Elena Gertner, construyó mundo dispares con sus novelas. Maruja Pinedo, nos encumbró con la pintura. En Iquique la poesía de Iris Di Caro y de Cecilia Castillo, se alzan como signos de una vitalidad arraigada en la tierra y en el mito; Milena Mollo juega a mezclar el pino oregón con los telares de data precolombina. Norma Petersen y Teresa Lizardi, con sus notas en el piano, le pusieron música a las tardes de la crisis iquiqueña. Al sur, Antofagasta encontró en Germana Fernández y en la Nelly Lemus, la rebeldía y la hospitalidad en días que parecían largas noches.
Pero no es sólo arte.
“La Mami” construyó su prestigio administrando el Bar Inglés, un monumento nacional que dejamos morir como si nada. Doña Baldramina Flores, un ejemplo de lucha por los derechos humanos. Mujeres deportistas como las hermanas Grantt, figuras en el tenis de mesa. En esta misma disciplina, Gladys Pastene que desde Santiago sueña con volver a su tierra natal. En el básquetbol, la elegancia de Fabiola Pardo, la lucidez de Massiel Mondaca y la belleza de la Sendy Bazaéz conectan al presente con ese pasado de campeones con los que fuimos conocidos en el mundo entero. La figura de la Yolanda Zuzulich y de la Mafalda Schenoni avivan la cueca. En la natación, nombrar a Rosario Torres, es un imperativo de la memoria.
“La loca de los gatos”, habitó nuestra infancia infundiéndonos un miedo que aún no acabamos de expulsar. Su mirada nos seguía cada vez que alterábamos los diez mandamientos. La Tonta Juana, aun nos pena. La Zunilda, nos recordaba que el fútbol no sólo era cosa de hombres.
El desierto parió mujeres bellas. Los migrantes fusionaron sus sangres y el resultado enloqueció a un enamorado que terminó llevando el nombre de su amada: Gini Be. Elsa Lorca embelleció la portada de “El Tarapacá” con su aristocrática sonrisa. Teresa Donaggio le robó el brillo del sol y la lució en su cabellera. Carla Avanti y Mara Corona embellecieron las tardes del tedio local.
Otras mujeres hermosas, del barrio, con nombres arrancados de otros diccionarios, aún pueblan nuestras vida: Electra, Atlántida y Haydeé, las hermanas Jiménez, contribuyeron con sus obras que no son pinturas, poemas o juegos, a hacer de este tierra algo mejor. A ellas se sumó mi tía Yiya. Y con una sonrisa basta.
Pero nos basta con nombrar. Con ellas hay que crear un mundo más justo y en equilibrio.