Esta ciudad cada vez tiene más contrastes. Se reinaugura una plaza que parecía olvidada en el tiempo y en el espacio. Casi como una ayuda memoria de un puerto que alguna vez fue distinto al de hoy, se levanta como diciendo “aquí estoy”. Una plaza de otra época, con otras sangres, de migrantes que construyeron parte de su identidad expresándola en un espacio público. Una forma de decir  “esto somos nosotros”.

Sin embargo, en pleno centro histórico de la ciudad, en Baquedano, las ruinas de lo que alguna vez fue el Palacio Mujica, nos dice  de lo mal que tratamos a nuestro patrimonio.

Han pasado dos años desde que las llamas lo destruyeran por completo, y no se ha hecho nada. Sólo un cerco de madera y unos dibujos que pretenden hacernos no olvidar lo que allí existió. Al parecer carecemos no sólo de una política urbana que nos diga que hacer en esos casos, sino que también no tenemos, ese algo que va más allá de los instrumentos de planificación: amor por lo nuestro, sensibilidad, o como quiere que se le llame. Baquedano es la mejor señal de lo que hacemos con la ciudad. Intervenciones urbanas poco discutidas, improvisadas, por decir lo menos, pasividad de los ciudadanos.
Baquedano con Zegers, es el punto más débil y que menos nos llena de orgullo. Donde alguna vez hubo un reloj, que articulaba y refería a la ciudad, hoy la refieren dos casas abatidas por el fuego. ¿Será ese el destino de esa avenida sobre la cual mucho se habla y poco se hace?

Lo que alguna vez fue el Mujica, la casa habitación de los Provoste, luego un colegio y finalmente un casino de la Fuerza Aérea, revela como esas casas que nos llenan de orgullo, se han transformado en locales comerciales que en mucho de los casos, podrían convertirse en un peligro para una avenida, que es nuestra especie de carné de identidad (El Barracuda es ahora un estacionamiento).

Pero no sólo eso, los balcones de esas casas operan como dormitorios. En lo que alguna vez fue la antesala de una sociabilidad exclusiva, cuando el salitre servía para alimentar a toda la sociedad chilena, hoy se llena de cartones para aquellos que, no teniendo donde dormir, encuentran en esos espacios, la mejor manera de conciliar el sueño. Baquedano ha quedado vaciado de su sentido original. Sus moradores ya no viven allí. Otros, de paso y tal vez sin saber de historia, depositan sus atribulados cuerpos en busca de otra realidad.

Baquedano es una postal, sólo eso. Una postal que habla de un pasado que no se puede recordar. Sólo solventar a través del recuerdo. Una postal que pasa rápidamente del color al blanco y negro. Lo que alguna fue el Palacio Mujica, hoy es, lo que es, una vergüenza.

Una ciudad que trata de encontrar su vocación turística, no puede darse el lujo de ofrecer un sitio eriazo en pleno centro patrimonial. Baquedano habla muy mal de nosotros. Ahora que el Bicentenario pisa fuerte, bueno sería que el Estado y los privados, dejando al lado sus mezquindades, hicieran algo por ese lunar urbano. 
 

Publicado en La Estrella de Iquique, el 7 de febrero de 2010