Desde fines del siglo XIX, la geografía del Norte Grande, se pobló de sociedades mutualistas. Nacían de una necesidad: la ayuda mutua entre iguales, en un territorio que, no era posible domesticar, sin conjugar la tercera persona del plural. Redes sociales, le llaman ahora, a ese gesto solidario, a las ganas de estar juntos, de asistirse y, de preocuparse de temas tan mundanos, como tener un lugar donde caerse muerto.
La cartografía del capital social, es generosa, en las ciudades del que fuera el sur peruano. Clubes deportivos, bailes religiosos, se constituían en ejes que, operaban como visagras entre el mundo del trabajo y, la vida familiar. En Iquique, de Juan Martínez hacia el cerro y, de la calle Bulnes al sector norte, proliferaron como expresión de una nueva sociabilidad, esta vez, la obrera y popular. Los de la calle Baquedano, se organizaron en logias masónicas, iglesia anglicana o bien, en la católica. Otros, en compañías de bomberos.
Tanto hombres como mujeres, fundaron estas sociedades que, aún mantienen sus sedes sociales, «sociedad», le llaman. La Unión Marítima, por sólo nombrar a una, conjugó el verbo ayudar en tres tiempos. Su vitalidad y organización se puede advertir, por ejemplo, en el cementerio. Su hospitalidad también, allí descansan, luego de caminarse toda la vida, el popular “Chilenito”. “¿Cuántas chilenito?”.
El paso, de caleta a ciudad, no se puede entender sin estas organizaciones. Su época de oro, parece haber pasado, pero no así los problemas que trataban de superar. La ética social del mutualismo, parece no corresponder al modelo que profetiza que, el individuo se basta por si solo. El desafío, es actualizar el mutualismo y, enfatizar lo colectivo, como fórmula para reducir las desigualdades. Los viejos y viejas mutualistas, tienen mucho que enseñarnos.
El mutualismo, ayudó a construir la democracia que perdimos, ya que en sus amplios salones, se cultivó la politica en su más alta expresión. El vaciamiento de sus salas, es producto de la creciente forma en que, nos hemos indivualizado. El camino del trabajo a casa, ya no tiene esa estación como la sociedad mutualista, sino que el mall o, las grandes tiendas. Las voces, de sus fundadores y fundadoras, aún resuenan en esos grandes salones, donde la gente se juntaba, porque sabía que solo no podían.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 26 de octubre de 2014, página 16