Hay canciones que activan la memoria. Te despiertan de este letargo que se llama presente y de esa duda que se nombra como futuro. Canciones que te llevan de golpe y porrazos a la infancia, al barrio y a la casa. En esa en vez de la TV prendida, estaba la radio y con suerte un tocadiscos. Canciones que mi padre, un empedernido melómano, silbaba y en fechas importantes, bailaba. Año Nuevo en la cancha del Iquitados, en Barrios Arana, al fondo. Los Panchos, Julio Jaramillo eran de la casa. Un día cualquiera de los años 60, una canción empieza a sonar como campana de escuela. Tres hermanos, atildados en su cantar, nacidos en Cañete y criados en Concepción, interpretan una bella canción que como tal, está acompañada de historia, de personajes, de guerra fría. Una canción donde el invierno, al escucharla, parece cubrir los cerros y calles de esta ciudad que no la conoce.
Canción con nombre de mujer. Y de un amor entre una guía, Natalie y un turista francés. Un tema que está marcado por la revolución rusa, la muerte de Lenin y del café Poushkim, que fue creado dicen, una vez que la canción rompiera los récords en época donde Spotify no existía. Pero si el Sputnik.
La graban los tres Hermanos Arriagada, con arreglos de Valentín Trujillo, superando en popularidad la versión de Gilbert Becaud. La he vuelto a escuchar en un viejo video, y me enteré de los vaivenes de sus actuaciones en América Latina.
Hay canciones que hablan de inviernos y de gestas épicas, de hombres que mueren, de café con nombres de poeta. En mi caso, regreso a casa al escuchar la canción. Me hubiese gustado cantarla con mi padre y mi madre. Hay canciones que te hacen zancadillas y te llevan al mejor lugar del mundo, a ese país que no tiene banderas, ni himnos, ni escudo y que se llama infancia.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 15 de octubre de 2023.