En mi barrio había un viejo que hoy vive en Arica que le decían Negro Blanco. Y era simple el apodo. Era de tez morena, de ahí lo de negro. Y su apellido era Blanca. Una contradicción obvia. René es su nombre. Gran basquetbolista. Del Hogar del Niño, luego de La Cruz. En la Casa del Deportista, encestaba fuera de la bomba que daba gusto. Lo malo que en ese entonces, esos tiros valían 2 y no 3 como ahora. El “Pelo” Vargas, Sergio Bustos, el viejo Manuel, se hubieran hecho millonarios. Pero en fin. Se conocían los aros de las canchas, de las muchas que habían, como la palma de su mano. Por cierto que el aro y el tablero del Chung Hwa no era el mismo que el de Iquitados. Este último estaba subsidiado por el Ferrocarril, el primero por la colonia china.

El Negro/Blanco, que vive hoy en Arica, eso ya lo dije pero me gusta repetirlo, tenía una calma y parsimonia que daba gusto. Para jugar al baloncesto, lo que importaba era que la pelota corriera.  Miraba para un lado y daba el pase en sentido contrario. Ronaldiño debió haberlo visto.

No sé que hace en la ciudad del nylon, como antes llamábamos a esa ciudad hermana. Y menos aún la razones que le hicieron tomar tamaña decisión.  De vez en cuando me manda carta escrita a mano, con una caligrafía caracterizada por la letra grande. Se me hace que estudió en la escuela 6.  Allí la letra era grande y clara, no muy redonda, eso si.

En el barrio uno aprendía lo que la escuela no enseñaba. Es que los maestros normalista tenían un pudor que de tarde en tarde, el “Chute” Cavieres alteraba. En el barrio, los maestros no eran normalistas, lo que en modo alguno significa negarles su pedagogía y menos didáctica. La pizarra era la calle, los lápices eran las pelotas, y el libros alojaba en las experiencias de los viejos que alumbraban los caminos. Insisto, esos caminos que los normalistas no conocían (en el fondo lo conocían, pero la noche no cabe en los libros de clases que siempre hablan del día). A veces pienso que las cosas importantes de la vida, se aprenden en la calle, en la esquina, camino a la playa o al cementerio.

El Negro/Blanco pertenecía a estos últimos. De pocas palabras y de una calvicie en aumento, paseaba su presencia por las canchas con esa autoridad que te da ser bueno para el baloncesto, tener buena puntería y dar pases precisos, que dejaban sólo frente al tablero, al alero escurridizo, cuya misión no era más que encestar y hacer brincar a la barra. Todos queríamos ser como René Blanca.

Los que compartimos años, barrio, escuela y club deportivo, aparte de otras etiquetas, cada vez que nos vemos, al pasar lista a los viejos, la figura del Negro/Blanco, se nos viene a la memoria.  Cantamos la lista de todos, los que están y los que no están. Los que no sabemos qué fue de ellos y que en alguna ciudad o puerto del mundo deambulan. Cada vez los muertos alzan mejor su voz.

René Blanca, sabemos por que alguien corrió la voz que vive en Arica. Sus cartas me llegan desde el Morro. Dicen que es jardinero. Otros que trabajan en un Servicentro. Pero, lo crucial, es que está vivito y coleando en la memoria popular de un barrio como el mío.

Publicado en La Estrella de Iquique, 9 de agosto de 2009