Por mucho tiempo, el 12 de octubre sirvió para celebrar lo que se dio por llamar el “Día de la Raza”. La radio se llenaban de música española. Pasodobles y flamencos inundaban la programación de las emisoras locales. En el parque Balmaceda frente al monumento de Colón la numerosa colonia española, con orgullo no disimulado, se congregaba en torno al descubridor de este continente. Era el día de la hispanidad. El Casino Español, abría sus puertas y sus salones se llenaba de voces con aquel acento contagioso. En los cuadernos marca Torre, que alguien me corriga, lucía la leyenda “A Castilla y a León nuevo mundo dio Colón”. El 12 de octubre tenía una interpretación, la oficial.
Sin embargo, esta celebración al igual que cualquier otro fenómeno social, tenía un reverso o un anverso (depende del lugar en que nos situemos). Naciones como Perú y Bolivia, habían hecho la otra lectura. Esa lectura que algunos intelectuales como Miguel Portilla o Nathan Watchel llamaba la “visión de los vencidos”. Desde este punto de vista no había nada que celebrar. Al contrario era una fecha para reflexionar sobre la profunda tragedia que significó el desigual encuentro entre los españoles y los nativos de este parte del mundo.
La historia que no se deja atrapar por una sola lectura, ni escribir solamente por la mano del conquistador, dio lugar para que los otros, “los vencidos” también llenaran sus páginas, pero ya no con el gesto altivo del conquistador, sino con el gesto épico del humillado, pero con la esperanza de que el mundo volviera a funcionar como antes, o sea como en los tiempos del Inka.
Para nadie es un misterio que la conquista fue una empresa militar y religiosa. La cruz y la espada (en ese orden) se conjugaron para obtener los metales preciosos y de paso extirpar las idolatrías, que no era más que la destrucción de las religiones nativas.
No es este lugar para inventariar el largo proceso de violencia real y simbólica, y menos aún de lo que algunos autores han llamado “el trauma de la conquista”. Lo que si es preciso señalar que a partir del 1492, el mundo dejó de ser lo que era.
Con todo, la llegada de Colón a estas tierras, señala la fundación de una nueva cultura, marcada ahora por el mestizaje. El cruce de sangres, de lenguas y de religión, nos señala el más profundo mestizaje de la cual todos somos sus descendientes. Miope seria negar la aportación del mundo hispano a la actual configuración cultural de este continente que Colón no supo que había descubierto, como miope sería también negar el aporte de los “indios americanos” a nuestra identidad cultural.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 12 de octubre de 2003