Se dice que el siglo XXI, nació marcado por la idea de la nostalgia. El XX, por su parte, lo hizo con la idea del progreso que venía de más atrás, pero que halló en ese siglo, su mayor presencia. El Titanic, fue el sueño y a su vez, la pesadilla. La llegada del hombre a la Luna, fue el gesto más elocuente del poder de la ciencia. Auschwitz, sigue siendo la negación de una centuria que, iba a llevar la felicidad a todos los humanos. “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, proclamaba el Che, mientras se inmolaba en Bolivia. La caída del muro de Berlín, inicia el proceso que algunos llamaron, el fin de la Historia. Otros, la tildaron de postmodernidad. Sea como fuera, la idea de futuro, en tanto utopía, ya no ocupa el lugar que tuvo en los cien años, recién pasados.

Vivimos, lo que Maffesoli llama, el eterno presente. Una época marcada por el pragmatismo y, por el ejercicio de la solidaridad, cada vez más escaso. Luis Eduardo Aute, en su canción “La belleza”, lo resume de un modo singular: “Antes iban de profetas/ y ahora el éxito en su meta”. Una demanda por la belleza, sin divorciarse de la ética.

La nostalgia se instala, en cuanto prima hermana de la memoria, pero más desbocada. Es la protesta contra la pérdida y, el comulgar el credo del “todo tiempo pasado fue mejor”. El poeta, nos pone en guardia contra la ideología. Canta Sabina “no hay nostalgia peor que, añorar lo que nunca jamás sucedió”. La nostalgia, es la negación de la utopía. El pasado se activa y, la industria que, bien sabe de estas cosas, la produce y la vende. Se exhiben los 70, los 80 y los 90 en formato televiso. La gente, vota por cuál de esas décadas fue la mejor. Ejercicio insulso, por lo demás.

Me parece bien el pasado, pero vivir de él, me parece un ejercicio vano. Glorificarlo porque sí, es una actitud que, nos lleva a idealizar.  ¿Pero, de qué futuro nos agarramos?

Publicado en La Estrella de Iquique, el 31 de agosto de 2014, página 22Nostalgia