Las instituciones del tipo que sean funcionan en base a un elemento fundamental. No aparece en sus estatutos, ni en sus reglamentos, pero que es vital: la credibilidad. Se trata de una creencia edificada en torno a que la idea que hay saberes y prácticas que fundamentan lo anterior. La expresión, “estoy en las mejores manos”, sirve para graficar lo anterior. Acudir a un servicio de salud es acudir con la creencia que allí, y no en otro lugar, se encontrará el alivio, el consuelo y el tratamiento adecuado.
El Hospital Regional de Iquique es el mejor ejemplo de cómo una institución ha dejado de ser creíble. Y que sea una institución que brinda salud es más grave aún. Puede que otras organizaciones no lo sean. Hay muchas en la ciudad, pero ninguna cumple un rol tan crucial como nuestro hospital.
La historia de esta institución en estos últimos años es una historia de la pérdida casi paulatina de su credibilidad. Un médico que opera con su hijo y los lamentables casos que nos hemos enterado nos habla de la necesidad de reflexionar sobre nuestras prácticas. Las negligencias médicas y todo la amplificación mediática que han tenido, han contribuido a cercenar su autoridad.
El hospital ha sido visto como una especie de botín de guerra, en que las luchas en su interior nos advierten de un clima que es necesario superar. Se me dirá que en toda organización hay luchas por el poder. Eso es cierto. Pero en aquellas donde la misión es cautelar la vida de los demás, esas luchas deberían estar mediatizadas por los más altos intereses. Se ha politizado ese lugar donde se espera la mejor de las atenciones. Los actores involucrados, tanto dentro como afuera del ambiente hospitalario, deben ser capaces de reconocer sus culpas. En vez de pedir la renuncia de tal o cual personero, se debe tener un gesto por aquellos y aquellas que han padecido de la ineficiencias de un servicio que hace rato debió haber sido intervenido.
Lo anterior coincide con el tratamiento de una enfermedad, como es el caso del Sida, que tiene una fuerte connotación moral. Se le deposita en quien la contrae un amplio abanico de prejuicios y de estigmatizaciones. La forma en como fueron tratados revela una falta de ética reprochable desde cualquier punto de vista.
Hay que volver a darle a nuestro hospital la credibilidad que siempre ha gozado. Volver a caminar por esos pasillos sabiendo que nuestras historias médicas están a resguardo. Y para ello, hay que dejar que los profesionales, técnicos y de servicio, hagan su labor. La autoridad médica debe ser regulada, pero no a costa de socavar las bases sobre la que se levanta. Reconstruir la credibilidad es algo que va a tomar tiempo. Pero hacerlo desde ya es urgente. Hay que inyectar buena dosis de ética y de entusiasmo, de tolerancia y sobre todo de dejar que los especialistas hagan bien su tarea.
Lo que pasa en nuestro hospital de alguna manera es la expresión de lo que sucede en la ciudad. Hoy que es un momento clave para lo que vendrá en la ciudad. La figura de los hombres y mujeres que dejamos morir sin asistencia, ojalá nos ayuden a elegir mejor el camino.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 26 de octubre de 2008