Acerca del autor‘]
osvaldoSe piensa que bajo el seudónimo de Juanito Zola se esconden las figuras de Osvaldo López y Nicanor Polo (Bahamonde 1966: 27).

Poco se sabe de Osvaldo López y menos aún de Nicanor Polo. Sobre el primero, se dice que nació en Valparaíso, el 5 de agosto de 1857 y que muere en Santiago en 1922. Fue artista de circo e hizo teatro obrero. Fue un intelectual obrero, editor del diario El Pueblo, y autor del Diccionario Biográfico Obrero, publicado en 1912. Sobre este autor, Luis Moulián, dirá que resulta increíble que un intelectual de la talla de López, esté postrado en las sombras y en el olvido (Moulián 1996: 6). Agrega, además, que la labor desarrollada por López en Iquique, le significó ataques y atentados del que salvó ileso. La imprenta de su propiedad fue quemada y destruida en más de una ocasión. De ello, es fácil entender, en consecuencia, la furia de los salitreros y del clero, por silenciar la novela Tarapacá.

Tarapacá  (Fragmento)‘]
Juanito Zola,

pseudónimo de Osvaldo López y Nicanor Polo.

XX

En los años anteriores, el 18 de Septiembre, era recibido con grandes preparativos, tanto por los operarios chilenos, como por los peruanos y bolivianos. Todos, contribuían con su bolsillo y con su persona, para hacer de ese aniversario americano una gran fiesta.

Se confeccionaban programas, en los que figuraban el himno nacional, los cohetes, globos, carpas y demás diversiones populares.

Las oficinas, instigaban por debajo de cuerda á los trabajadores, para que se divirtieran, con el objeto de que le compraran licores, conservas y géneros, en la pulpería.

Ese año, los obreros, habían prescindido de esa celebración. llamando la atención de los administradores, que no podían calcular por qué se mantenían tan retraídos, hasta el extremo de olvidar el aniversario patrio.

Amaneció el 18 de Septiembre, día en que se de debía efectuarse la gran reclamación, y esa vez, las banderas chilenas no flamearon sobre las bohardillas; permanecieron guardadas en los baúles, para que no presenciaran las escenas que se iban á desarrollar.

Como de costumbre , todas las faenas habían quedado en descanso. Los calderos, dejaron de ver, una vez al año, sus entrañas abrasadas por el fuego; los cachuchos, enfriaron las ruedas y poleas, quedaron inmóviles, y la calma más grande reinó sobre lo que, veinticuatro horas enteras, eran centros de actividad.

Los operarios, despertaron bien tarde en sus lechos. Pudieron darse el lujo de dormir un poco más, vengándose del tintineo desesperante de otras veces, en que el sereno obligaba, con el toque de la campana, á dejar la cama en medio de un frío de cordillera.

No había ningún signo de rebelión; nada que denotara catástrofes. Una calma chicha, flotaba sobre la Pampa elevando la tranquilidad á las almas de los burgueses, no sabían interpretar el olvido de los chilenos, para conmemorar el tradicional 18.

-Dice usted compadre, decía Chamberlain á García, que no se ha arreglado ningún programa de fiestas?

-Nó, y ello me llama la atención.

-Qué pretenderán esos rotos? ¿No ha averiguado Antonio, lo que quieren?

-Nó. Antonio, se ha vuelto muy tonto.

-Dejémosnos de pensar en que pueda suceder algo, almorcemos bien hoy, en conmemoración de la independencia chilena. ¿No te parece, Isabel?.

-Sí, hijo.

A la ocho de la mañana, los operarios de todas las oficinas, con gran alarma de los empleados, empezaron á reunirse en las plazoletas, frente á las administraciones, conservando la mayor compostura. Todos guardaban silencio revistiendo los comicios de solemnidad. Algunos conversaban en voz baja, transmitiendose las órdenes de los representantes de Juan Pérez.

Los burgueses, movidos por un mismo impulso, se dirigieron á los aparatos telefónicos, para poner sobre aviso á las guarniciones de Policía, y solicitar su presencia; pero, por más que dieron vuelta á los manubrios, nadie les contestaba. Los operarios, habían tenido la buena idea de destruir los alambres telegráficos y telefónicos de toda la pampa. De esa manera, las oficinas estaban incomunicadas con Iquique.

Cuando las oficinas de los telégrafos del Estado, la del Ferrocarril Salitrero, y la Central de Teléfonos, notaron los cortes simultáneos de todas las líneas, dieron parte á la autoridad de lo que ocurría. Los representantes de las oficinas, radicados en Iquique, corrieron á la Intendencia, á solicitar el auxilio de la fuerza pública, alegando que ese rompimiento de alambres, indicaba algo muy grave.

Inmediatamente, salió de Iquique un convoy, compuesto de dos máquinas y muchos carros, en los que iban trescientos soldados, sacados de los cuerpos de la guarnición, inclusive de la Policía. El tren, llegó hasta la estación de Carpas, y ahí se detuvo, porque la línea aparecía destruída, en una longitud de tres cuadras. Durante la noche, los futuros reclamantes, habían quitado y despedazado los rieles, teniendo en cuenta que de Iquique subiría tropa á la Pampa.

El convoy, tuvo que regresar á la ciudad, á llevar cuadrillas de carrilanos, mecánicos é ingenieros, para reconstruir la línea, mientras los soldados, seguían el camino de á pié, con un sol que los abrasaba.

A las nueve, más o menos, los grandes grupos de trabajadores, se pusieron en movimiento, guardando uniformidad, hacia los escritorios. A la cabeza, iban los representantes de Pérez, quienes debían hacer uso de la palabra, en nombre de sus compañeros. Avisados los administradores de que la gente pedía hablar con ellos, tuvieron que presentarse, pálidos y temblorosos, antes las muchedumbres de esclavos, á quienes tanto mal habían hecho.

Los delegados de los obreros, expusieron en breves palabras, que los operarios pampinos, candados de ser por tanto tiempo víctimas de las inícuas explotaciones inhumanas de los capitalistas, exigían las siguientes reformas en las oficinas:

Suspensión de vales y fichas, y pago semanal. Libre comercio. Indemnización, por muerte, heridas ó enfermedad, contraídas en las faenas. Asistencia médica gratuita. Aumento de salario, en un cincuenta por ciento. Pago proporcional de las carretadas de caliche, rechazadas por malo. Habitaciones higiénicas y aseo en los campamentos.

Los administradores se encontraron perplejos ante semejantes pretensiones, y contestaron que consultarían con sus respectivos superiores, pero los obreros, exigieron que se le diesen inmediatamente contestación, porque en caso contrario no respondían de las consecuencias. Al decir lo último, la presentación pacífica, se iba trocando en asomos de tempestad. El lenguaje tranquilo y moderado, adquiría mayor vigor.

Sucedió, entonces, en parte, lo que los gringos amigos de Chamberlain, presintieron, en el vagón del Ferrocarril. Como varios administradores, contestaron que nada podían prometer á los operarios, éstos los hicieron prisioneros y después de ponerlos a buen recaudo, para que sus vidas estuvieran á salvo, se lanzaron sobre las casas de los empleados y las pulperías, sacando lo que había de comestibles y bebidas, y entregando lo demás á las llamas del incendio.

Grupos compactos, se abalanzaban sobre los ingenios, maquinarias y maestranzas, destrozando cuanto encontraban á su paso. La parafina, era sacada de las bodegas y esparcida por todas partes, para provocar el fuego.

En una hora, todas las oficinas, quedaron convertidas en escombros, en ruinas lamentables. Las guarniciones de Policía habían tenido el buen tacto de no acudir á intervenir, para que no peligrara la vida de sus soldados. La tropa que saliera de Iquique, y que de Carpas, se dirigiera á pié hacias las oficinas, llegó cuando todo había terminando.

Pero, no hubo una vida que lamentar. La sangre no corrió. Los trabajadores, se vengaron en las propiedades de sus verdugos, respetando sus existencias. El plan de Pérez, fué cumplido en toda sus partes. La consigna, era arruinar á a los oficineros, y lo consiguieron sin recurrir á asesinatos, que habrían sido un borrón, para los iniciadores del gran reclamo.

Cuando Pérez, vió que el proletariado estaba vengado, y que nada quedaba por hacer, dió por terminada su labor, y dando un adiós á la tierra donde tanto sufriera, se encaminó en dirección á las sierras.

Después, hombres, mujeres y niños, cubrieron la inmensa pampa, formando una gigantesca romería, que dirigía sus pasos hacia el Oriente, á Bolivia.

Iban allá, á ese país del frío a buscar entre los habitantes de la altiplanicie, un pedazo de suelo y un pan dulce, que les negaba su propia patria.

Años después. Luis García é Isabel, vegetaban por las calles de Valparaíso, en medio de la miseria más espantosa. La adúltera, al ver á su marido arruinado, lo había abandonado, para seguir su amante.

Extractado de la novela Tarapacá.

páginas 475 – 479

 

Comentarios a la novela «Tarapacá» (Fragmento)

PENSAMIENTO ILUSTRADO, MORAL Y RELIGION

EN LA NOVELA TARAPACA

Bernardo Guerrero Jiménez Sociólogo

1. Introducción

El año 1903, la imprenta El Pueblo, ubicada en la calle Serrano Nº 83, edita la novela Tarapacá. El subtítulo señala «Novela Socialista por Juanito Zola». Sus editores son Osvaldo López y Nicanor Polo. En la página que sigue dice: «Novela local, debido a la pluma del escritor don Juanito Zola». Tiene 479 páginas. Tapa de cartón y mide 25 cms de alto por 18 cms de ancho.

Estos datos parecen, a primera vista, ociosos. Sin embargo, no lo son, por cuanto, esta novela tiene el rótulo de maldita. Prohibida en su tiempo y, posteriormente, quemada por su notorio contenido anticlerical y anti-salitrero, se conserva un solo ejemplar en la Biblioteca Nacional. Para la historia social y cultural de Iquique, y del norte grande, Tarapacá, constituye un olvido imperdonable, no tanto por su calidad literaria que, puede ser cuestionada, pero si, por su carácter testimonial, en tanto recrea el Iquique y la pampa de principio de siglo. Tarapacá, si no se demuestra lo contrario, es la primera novela editada en Iquique y, cuya trama se desarrolla entre el puerto y la pampa. Y escrita desde la posición de un narrador ilustrado, preocupado de la emancipación del proletariado.

Se piensa que bajo el seudónimo de Juanito Zola se esconden las figuras de Osvaldo López y Nicanor Polo (Bahamonde 1966: 27). Poco se sabe de Osvaldo López y menos aún de Nicanor Polo. Sobre el primero, se dice que nació en Valparaíso, el 5 de agosto de 1857 y que muere en Santiago en 1922. Fue artista de circo e hizo teatro obrero. Fue un intelectual obrero, editor del diario El Pueblo, y autor del Diccionario Biográfico Obrero, publicado en 1912. Sobre este autor, Luis Moulián, dirá que resulta increíble que un intelectual de la talla de López, esté postrado en las sombras y en el olvido (Moulián 1996: 6). Agrega, además, que la labor desarrollada por López en Iquique, le significó ataques y atentados del que salvó ileso. La imprenta de su propiedad fue quemada y destruida en más de una ocasión. De ello, es fácil entender, en consecuencia, la furia de los salitreros y del clero, por silenciar la novela Tarapacá.

Este silencio, persiste, sin embargo, en la actualidad. En las antologías sobre literatura, es casi frecuente el olvido de los escritores nortinos. La obra de López y Polo, ni siquiera es conocida en los centros de estudios tanto universitarios como de enseñanza media. Tarapacá, es una novela en que su autor, describe a sus personajes en torno a cuatro ideas centrales. Primero, señalar el ambiente de podredumbre moral en que vive la burguesía iquiqueña; segundo, denunciar las pésimas condiciones en la que viven los obreros, tercero, señalar la fuerza moral de un hombre, Juan Pérez cuyo objetivo era: «…constituir una gran federación de obreros, una sociedad vasta y bien organizada, de la que ningún operario se sustrajese. Y pensó que esa institución gigantesca extendida desde Zapiga hasta Lagunas, podía convertirse en la República del Trabajo, la que se iniciaría con una fiesta roja que hiciera conmover los cimientos en que descansa la República burguesa» (Zola, 1904: 24).

y cuarto, ofrecer una solución al conflicto y a la explotación que se vivía en la pampa.

2.- El pensamiento ilustrado en la novela Tarapacá .

Gran parte de la identidad cultural del siglo 19, se funda en la dicotomía barbarie y civilización. La superación de la primera y el acceso a la segunda habría de situar, a la humanidad en el camino correcto de la emancipación. Las ideas motores del siglo XVIII, a saber, el reemplazo de lo sobrenatural por lo natural, de la religión por la ciencia; el triunfo de la razón; la creencia en la perfectibilidad del hombre y la preocupación por el tema de la liberación de cualquier tipo de tiranía (Bierstedt 1978: 21), son los ejes centrales que mueve a esta mentalidad. Este tipo de pensamiento, habría de amalgamar, a su modo por cierto, en el pensamiento obrero. Según Devés, la cultura obrera ilustrada, admiraba la ciencia, la literatura y el arte, pero fue realizada por obreros que se daban su tiempo para escribir (Zola, 1994: 76). Así, en la novela Tarapacá, el personaje central, Juan Pérez, encarna el modelo ilustrado del luchador social, trabajador y portador de una moral que lo sitúa por encima de sus iguales. Dice Juanito Zola:

«Solo en la oficina ‘Germinal’, un obrero valiente e ilustrado, que por casualidad se encontraba en su cuarto cuando llegaron los soldados, había puesto enérgica resistencia» (Zola, 1904: 11).

Un obrero valiente e ilustrado. Esa es la síntesis perfecta de un cuadro revolucionario. La edición de periódicos, una práctica frecuente en la historia del movimiento obrero del norte grande de Chile, se grafica en el título de uno de ellos: La Verdad, ubicada además en la calle La Luz. Una metáfora cargada, por cierto, de un espíritu ilustrado. Así:

«El agente de la Junta, salió de Central para Iquique, y una vez en esta ciudad, envió una tarjeta al editor de La Verdad, invitándolo a su alojamiento del Hotel Génova, donde debía tratar con él asuntos de gran interés, que se relacionaban con su porvenir. El editor de La Verdad, con esa perspicacia que dan los años y la carrera periodística, adivinó de lo que se trataba y se propuso parar el golpe. Contestó al señor Gomez, que sus muchas ocupaciones no le permitían ir a verlo al Hotel Génova; pero que podía recibirlo en su escritorio, calle de la Luz, número 1» (Zola, 1904: 17)

El editor de La Verdad, podría ser el mismo Osvaldo López. Como reacción a los intentos de soborno. Este dice:

«Esa es la puerta, caballero. Usted no viene a insultarme a mi casa. Si yo estoy empeñado en la tarea de ilustrar a la clase obrera haciéndola distinguir la verdad de la mentira, es porque hago conciencia de mi misión; y no son dos mil pesos, ni un millón, los que me harían cambiar de opinión. Puede usted decirle a quien lo manda, que el editor de La Verdad no se vende» (Zola, 1904: 18).

La apuesta con el pensamiento ilustrado, habría de chocar sin embargo, con un desarrollo inversamente proporcional a la moralidad. Zola, ya se adelanta, a los temas del fin del siglo XX, tipificados como crisis moral.

3.- El tema de la moral.

«La humanidad, en sus contínuas evoluciones de progreso, en el orden material, y de decadencia, en el orden moral, ha convertido el amor, esa pasión que inspiró a los poetas antiguos sus mejores trovas, en una cosa tan trivial, que a nadie llama la atención el cariño de dos seres. Hoy día, el amor está personificado por la unión sexual. Ya no existen pasiones como la de los amantes de Teruel, la de Paolo y Francesca da Rimini, la de Pablo y Virginia o la de Abelardo y Eloísa. El amor se ha vuelto práctico, y ha perdido su romanticismo. Se le expone en los escaparates, para que lo obtengan los hombres, pagando siempre su valor. Puede comprársele en lotes que tanto valen un millón de pesos, como un centavo» (Zola, 1904: 66).

Relacionado con lo anterior, el tema de la moralidad es frecuente en la novela. Se habla de una moralidad burguesa cuya característica principal, es que carece de ella.

«A las tres de la mañana, la confusión era fenomenal en el salón. El vapor de los licores, se había subido a la cabeza de los bailarines, que chillaban como becerros, y brincaban como cabras. La atmósfera estaba caldeada con el vaho que despedían los cuerpos sudorosos y las bocas resecas. Por los ojos de los antifaces, salían llamaradas de deseos mal comprimidos, que mareaban e invitaban a salir a la calle, a respirar aire más puro. En un palco oculto, una pareja se abrazaba y besaba, sin reparar que se encontraban en un sitio público. Sobre el proscenio, algunos mozalbetes de smoking y zapatillas de charol, hacían piruetas y daban saltos mortales, que eran aplaudidos por la concurrencia. Era la hora de las grandes laxitudes, en que si no se daba nueva energía a los músculos, podía acabar la fiesta de una manera lamentable» (Zola, 1904: 40).

Iquique, aparece como la capital de la prostitución. Un viajero desde la proa de un barco, observa a: «ese Iquique tan ponderante en el Sur, considerado como el país de las fortunas colosales y de la prostitución más descarada» (1904: 45). Y:

«Don Carlos, abrazó a Luis, contento de haberlo encontrado, le invitó a beber varias copas, y fraternizaron como dos buenos amigos. Desde esa noche, tío y sobrino, se hallaron siempre reunidos en juergas parecidas. ¡Moralidad iquiqueña!» (Zola, 1904: 142).

Otro tema recurrente en la novela es la percepción que se tiene de la mujeres, en cuanto simbolizan la debilidad:

«En vano, se esfuerzan los filósofos y moralistas, por predicar que se arranque de las garras del vicio a las mujeres, por medio de la educación; en vano las religiones combaten, por evitar que menos víctimas vayan a sumergirse en el fango de los prostíbulos. Los lupanares, continuarán haciendo su presa en la humanidad, mientras una reacción general de los hombres de todas las categorías sociales, los haga salvar a las mujeres de las caídas a que están expuestas por culpa de ellos» (Zola, 1904: 112).

Pero, no sólo en Iquique había prostitución:

«En el pueblo de Huara, era adonde el vicio tenía echadas raíces profundas. El comisario, encargado del orden y seguridad de ese cantón, era un viejo corrompido, amigo del alcohol y de las juergas con mujeres de vida airada. En lugar de permanecer en su cuartel, vigilando que sus subalternos cumplieran con sus obligaciones, se lo pasaba en las casas de tolerancias, cual un sultán en su harem» (Zola, 1904: 280).

Concluye, Zola, condenando el producto de tanta vida activa en lo sexual:

«He estado en el Hospital de Iquique, y he visto que de cada cien enfermos que hay ahí, noventa y cinco lo están por enfermedades venéreas. Estos hombres cuya sangre está envenenada por el virus de la sífilis, no sirven para nada. Son seres inútiles a la humanidad, porque no pueden procrear, y cuando lo hacen, dan hijos degenerados. ¿Qué es lo que se saca de aquí? Bailar, chupar y dormir con una mujer. Eso se puede hacer, también, con las esposas propias, y sale más barata la diversión» (Zola, 1904: 317).

4.- El tema de la religión.

Otro tópico de fuerte presencia que ya ha sido observado tiene que ver con el anticlericalismo, que no debe ser confundido con anti-religión. De hecho, la fuerza del anticlericalismo tiene como base el observar la alianza entre el clero y las clases dominantes. Dice Zola:

«¡Qué fea encontraba a la ciudad, encajada en una llanura árida, sin asomos de vegetación!. Los edificios, casi todos de un solo piso, se achataban sobre la improductiva tierra, dejando paso a dos únicas eminencias, dos aristas que simbolizaban cosas distintas; pero que tenían su origen en el fanatismo: la torre de la Iglesia Parroquial y la de la Plaza Prat» (Zola, 1904: 46).

En contraste con lo anterior, hay una actitud positiva respecto a la figura de Cristo, pero sólo como un hombre, desconectado de su dimensión celestial:

«Cristo, aquel hombre tan humano como cualquiera de los mortales, que vino al mundo, predestinado a cumplir una santa misión socialista, ha sido el hombre escogido por esa anónima entidad, llamada Iglesia Romana, para formar el tejido de embustes que constituyen los llamados dogmas en que descansa el edificio de oropel católico» (Zola, 1904: 177).

En otro pasaje de la obra se dice, acerca del mismo tema:

«La religión no puede considerarse ni en la categoría de los pasatiempos artísticos, como la música y la pintura; ni en la de lasciencias, porque nada se adquiere con sus prédicas. Es algo que está demás en el mundo y que va extinguiéndose paulatinamente, a medida de que la civilización va libertando a la especie humana del error en que ha estado sumida por espacio de muchos siglos» (Zola, 1904: 177).

Y continúa, acerca del socialismo y del clero:

El principal enemigo del socialismo, es el clero. Los frailes odian a muerte toda evolución en el sentido de inculcar a las masas ideas que les enseñen a distinguir la verdad de la mentira. Esto es un gran absurdo, ya que los tonsurados invocan a Cristo como el fundador de esa religión a cuya sombra engordan, pues es bien sabido que fue el mártir del Gólgota quien sembró las semillas socialistas, que recién después de épocas de tiranía y autocracia, empiezan a asomar en el campo universal las robustas briznas de árboles que, en el porvenir, alzarán al cielo sus gigantes copas.

El catolicismo, es hermano del feudalismo, del despotismo y de la plutocracia. Desdeñando las doctrinas de Cristo sobre igualdad y fraternidad, reconoce la división de clases; aprueba los sistemas de gobierno aristócratas, sobre los cuales quiere aún hacer pesar el poder de ese elefante blanco, llamado Papa» (Zola, 1904: 178).

El socialismo es la doctrina de Cristo, agrega:

«El catolicismo, odia a muerte al socialismo, que es la doctrina del Cristo, y la que libertará al proletariado de la ignominia en que yace, porque ambos sustentan principios completamente opuestos. El primero, se atribuye potestad divina, se cree la institución más sabia y justa, y reviste todos sus actos de un tren pomposo, igual al de las cortes de reyes y emperadores. El segundo, no pretende mistificar al pueblo, y enseña que los fines que persigue son verdaderamente humanitarios; no redime almas, sino cuerpos; y su modestia es tal, que imitando al gran Maestro, busca sus prosélitos entre los humildes, entre los haraposos, entre los desgraciados» (Zola, 1904: 178).

Sobre Cristo agrega

«…nació en un pesebre; sus padres fueron dos pobres y sencillos obreros; vivió entre pescadores y agricultores; no conoció la molicie de los palacios; y llevó una existencia de verdadero vagabundo» (Zola, 1904: 178).

Sobre la Iglesia y el clero agrega:

«Los astutos comediantes de la Iglesia Romana, están dispuestos a no soltar muy fácilmente a la humanidad. Por eso, se amoldan con una facilidad asombrosa a las diferentes modificaciones que ha sufrido su corrompida institución. La pérdida de su antiguo poderío no les ha afectado, como tampoco el fuerte revés que le dieron los liberales italianos, reduciéndo la al estado en que hoy se encuentra. Empleando las armas jesuíticas lamen la mano que los castiga y se acomodan a todo, con tal de que los dejen explotar con libertad su negocio.

¡Extraño negocio! Estos mercaderes son inferiores hasta a los avarientos judíos, porque sus mercaderías espirituales tienen la ventaja de no apolillarse ni de exponerse a las contingencias de las alzas o bajas. Hacen su comercio, sobre seguro, con la certeza de no perder nunca. En el Vaticano miran a los fieles, como los tenderos a sus parroquianos. Les hacen atención, según el estado de sus bolsillos. Para conseguir una audiencia particular del Papa, hay que mandarle como tarjeta de presentación un valioso regalo. El que se presenta con las manos vacías se expone a un desaire, tal como ha acontecido a varias personas que han querido hablar al Santo Padre, contando con el valor de sus prendas personales» (Zola, 1904: 179).

Hay una continuidad de pensamiento y de acción que hace Zola, entre Cristo y Juan Pérez. El paralelismo es evidente:

«Juan Pérez trabajaba por su idea, con una tenacidad inquebrantable. Hacía labor sorda, jesuítica, cambiando de residencia constantemente. A los pocos días de estar en una oficina, y después de dejar sembrada la semilla del bien, pedía su arreglo, liaba sus bártulos y continuaba su peregrinación. Nada se oponía a la buena marcha de sus planes. Los obreros, agobiados por la miseria, se entregaban en sus manos, sin vacilar, sin hacerle muchas preguntas. Les inspiraba fé su continente modesto, su palabra persuasiva y su virtud a toda prueba» (Zola, 1904: 94).

Juan Pérez, como revolucionario era un modelo de comportamiento:

«Pérez, comprendía que todo predicador de una buena causa, debe ser de moralidad reconocida, y por eso guardaba un comportamiento irreprochable. No bebía, no asistía a remoliendas, ni a las fondas. De la casa donde comía a su bohardilla, y de la bohardilla al trabajo, era su sistema de vida. En vano, en las fiestas llamadas patrias cuando sus compañeros, olvidando sus dolores y sufrimientos, se entregaban a la remolienda, trataban de arrancarlo a los centros de diversión. Se negaba rotundamente y se molestaba de la exigencia de algunos.

El apóstol debe ser virtuoso, para que su palabra encuentre eco entre la multitud. Cristo, halló hechos prosélitos, porque practicaba las mismas doctrinas que enseñaba. Si Cristo, desde la arcada de un palacio de su propiedad, hubiera querido enseñar los principios de igualdad y fraternidad, nadie le habría hecho caso, porque mal podía abogar por esas ideas, el que, viviendo en esa morada, no conocía las miserias del pueblo. Hubo necesidad de que el Nazareno, naciera en un pesebre, se criara entre la clase humilde y fuera un modelo de virtud para que le escucharan aquellos a quienes redimía, enseñando una moral desconocida» (Zola, 1904: 95).

Rasgos milenarios y místicos destaca Zola en la configuración psicológica del personaje central:

«Juan Pérez, después del grato encuentro con su hija Genoveva, se sintió poseído de una especie de misantropía, que lo hacía huir de los lugares animados, para entregarse en los parajes solitarios, a la meditación sobre el plan de redención del proletario y sobre el bienestar de su hija» (Zola, 1904: 106).

La clásica disputa entre ciencia y religión bajo el prisma del pensamiento ilustrado y socialista se manifiesta en su esplendor, cuando Genoveva, es asistida en el hospital, y cercana a la muerte, es atendida por un cura:

«-Es necesario hija, que piense usted que pueden llegar sus últimos momentos. Una operación, es una cosa muy delicada. Bien puede usted morir, y es necesario que tenga aligerada su conciencia de los pecados. Si muere usted, sin haber dado cuenta de sus culpas, puede irse al infierno, y ahí sufrirá los tormentos más atroces. Los demonios, pinchan a los condenados con afilados trinches; los hacen beber plomo derretido, y los arrojan a las calderas de aceite hirviendo» (Zola, 1904: 412).

La reacción de Genoveva fue elocuente:

«La enferma, se incorporó y dió un grito espantoso, ante semejante cuadro, descrito por el fraile. Ese grito, eran tan lúgubre y fuerte, que fue oído en las salas anexas. Un médico que visitaba a los enfermos de la habitación, acudió a enterarse de lo que pasaba.

A su vista, Genoveva, se tranquilizó un poco. El doctor se acercó al lecho, examinó su rostro, descompuesto por el terror, la hizo acostarse, y le preguntó con ternura: -¿Qué le pasa hija? -Este señor, le respondió ella, señalando al fraile, me ha dicho que si no me confieso, voy a ir al infierno, donde los diablos me van a destrozar» (Zola, 1904: 413).

El médico, símbolo de la ciencia:

«Comprendió lo que se trataba: la iglesia, aprovechándose del miedo que sienten los pacientes a la muerte, para conquistárselos. -No está bueno lo que usted está haciendo, padre. Los enfermos, no necesitan de confesión, sino de cuidado. -Perdone, señor; es tan necesaria la medicina del cuerpo como la del alma» (Zola, 1904: 413).

Hay además una clara adhesión a la ciencia, como sanadora:

«-Eso sería bueno en los tiempos de Felipe Segundo, cuando se obligaba por medio de la fuerza, de los tormentos y de las hogueras, a que la multitud creyese en las patrañas de las falsedades que constituyen la religión cristiana. Hoy día, la ciencia, sana a los enfermos, sin recurrir a agua bendita, ni a los santos. -No me admiran los sacrilegios que usted dice. En la actualidad, el mundo está tan pervertido, que es imposible encontrar entre la gente que se hace pasar por ilustrada, unos pocos que crean en Dios. -Miente usted. En Dios, creemos todos. Los que poseemos dos dedos de frente y raciocinamos, no desconocemos la existencia de la fuerza oculta de un gran arquitecto, que maneja esta gran bola que se llama el mundo. ¿Qué teoría sobre la existencia de la tierra, puede plantearse, negando á Dios?» (Zola, 1904: 413).

Pero, hay también una valoración de Dios.

-Nosotros, somos representantes de ese Dios. -¡Es usted un impostor! Ese Dios, no necesita de representantes tan bajos. Ese Dios, es grande, piadoso y humilde. Se entiende directamente con las más insignificantes criaturas; les brinda su apoyo y las fortalece. Yo, sin necesidad de recurrir a ninguna iglesia, ni a ningún fraile, siento la grandeza del ser supremo. -Es inútil todo lo que usted diga. La prueba de que nuestra religión es la verdadera, está en que cada día cuenta con mayores adeptos»(Zola, 1904: 414).

Genoveva decide no confesarse. Esta decisión cargada a favor del médico, que simboliza a la ciencia, terminará con la muerte de la prostituta. Lo anterior simboliza además la muerte de una vida pecaminosa.

La labor proselitista de Juan Pérez, habría de concluir con lo que los obreros del salitre, llamaron «la reclamación» en vez de revuelta, la que aconteció el día 18 de septiembre. Las demandas fueron: abolición de fichas, y pago semanal; indemnización por desgracias y enfermedades; reducción de las jornadas de trabajo, etc (Zola, 1904: 462). La reclamación se hizo el día de las fiestas patrias chilenas. Se cortaron las comunicaciones tanto telegráficas como viales, pero, no hubo derramamiento de sangre.

«Amaneció el 18 de septiembre, día en que debía efectuarse la gran reclamación, y esa vez, las banderas chilenas no flamearon sobre las bohardillas: permanecieron guardadas en los baúles, para que no presenciaran las escenas que se iban á desarrollar» (Zola, 1904: 475).

Sucedió que los patrones al no poder dar respuesta a las demandas de los obreros, fueron tomados prisioneros. Los obreros quemaron todo lo que hallaron a su paso: máquinas, herramientas, casas, etc. En una hora todas las oficinas quedaron convertidas en escombros, en ruinas lamentables (Zola, 1904: 478). Juanito Zola termina su novela:

«Pero, no hubo una vida que lamentar. La sangre no corrió. Los trabajadores, se vengaron en las propiedades de sus verdugos, respetando sus existencias. El plan de Pérez, fué cumplido en toda sus partes. La consigna, era arruinar á los oficineros, y lo consiguieron, sin recurrir á asesinatos, que habrían sido un borrón, para los iniciadores del gran reclamo.

Cuando Pérez, vió que el proletariado estaba vengado, y que nada quedaba por hacer, dió por terminada su labor, y dando un adiós á la tierra donde tanto sufriera, se encaminó en dirección á las sierras.

Después, hombres, mujeres y niños, cubrieron la inmensa pampa, formando una gigantesca romería, que dirigía sus pasos hacia el Oriente, á Bolivia. Iban allá, á ese país del frío, á buscar entre los habitantes de la altiplanicie, un pedazo de suelo y un pan dulce que les negaba su propia tierra» (Zola, 1904: 479).

Esta singular protesta, tiene sin embargo, antecedentes históricos. A comienzos del siglo XIX, los «Ludditas» destruyeron en Inglaterra máquinas y fábricas. Algo similar ocurrió en Zurich y Lyon en 1831. Este tipo de rebelión es el antecedente histórico del llamado socialismo pre-científico o utópico.

Finalmente, los rasgos milenaristas y proféticos de Juan Pérez y sus dirigidos, que se parecen al éxodo emprendido por el pueblo de Israel, pero esta vez hacia Bolivia. ¿Alguna reminiscencia andina, o nostalgia por un paraíso perdido?

Consideraciones Finales.

El norte grande de Chile, gracias a su vigoroso movimiento obrero, fue capaz también de producir una maciza cultura ilustrada, administrada y reproducida por sus propios cuadros. Este pensamiento, sin embargo, no estuvo exento de contradicciones entre el discurso y la praxis. Así, en muchos de los casos, el discurso del internacionalismo proletario,se quebraba por la discriminación que experimentaron los trabajadores no chilenos, en especial los chinos y también, los aymaras. Estos últimos eran percibidos, en la contradicción barbarie/civilización, como los representantes del primer eje. Por otro lado, en el plano de las creencias, se advierte, no un ataque certero a la religión, sino más que nada al clero. Esto queda en evidencia, al observar el macizo movimiento de peregrinos que se desarrolla en la pampa salitrera y que tiene como motivo de culto a la Virgen del Carmen. En el caso de la novela Tarapacá, estamos frente a un autor, intelectual de la clase obrera, que a través de la exageración de sus personajes (Juan Pérez como emblema de la bondad y de la moral, y los burgueses como encarnación del mal), logra retratar la vida del norte grande de Chile, bajo la mirada ilustrada. El viaje del personaje central a Bolivia, en el plano simbólico, se parece más que nada al viaje que Wiracocha, realiza al mar, después de haber creado el mundo. Pérez, invierte el camino y penetra en la puna.

La dramática solución a las demandas obreras ocurridas en 1907, en la Escuela Santa María, marcaría no sólo un cambio en la estrategia obrera para enfrentar sus problemas, sino que también la literatura habría de re-enfocar esta situación con nuevas miradas. La revolución mexicana, el triunfo de los bolcheviques en Rusia, habrían de otorgarles a obreros e intelectuales nuevas formas de enfrentar sus preocupaciones.

Notas

(1) El seudónimo no es gratuito. En la narrativa de Juanito Zola, hay una fuerte influencia del escritor francés Emile Zola (1840-1902). Este desarrolló un estilo llamado realista, marcado por descripciones crudas de la realidad. Hay un intento por describir la vida social de un modo totalmente objetivo, por sórdidas y duras que ésta pueda ser. Hay un dato curioso además. Emile Zola, edita en 1885, la novela Germinal y, Juanito Zola, ambienta parte de su trabajo en una oficina salitrera del mismo nombre.

(2) Hay motivos para creer que López perteneció a la masonería. En dos párrafos de su novela se refiere a conceptos como libre pensador. En una discusión que Juan Pérez sostiene con un obrero, concluye: » Siento muchísimo de introducir la agitación en su alma. En esta materia, soy partidario del libre pensamiento, y no me gusta de que se diga que trato de imponer á otros mis ideas» (Zola, 1904: 437). En otro pasaje dice: «Si el gran arquitecto de la naturaleza no hubiera concebido la idea de que existiese la multiplicación de las diversas especies de racionales é irracionales, no las habría dotado de órganos sexuales, ni habría colocado sobre sus cabezas el fantasma negro de la muerte» (Zola, 1904: 116). Además, Iquique, vivía en esa época una gran lucha entre masones y católicos. La prensa como El Tarapacá, entre otros, animó muchas de esas contiendas. Sin embargo, ese periodo, no han sido debidamente analizado, en relación a las disputas entre masones y católicos. No obstante, acaba de aparecer un libro sobre la historia de la masonería en Iquique, que entrega algunos detalles sobre esas situaciones (Henriquez 1995: 41). Ver bibliografía.

(3) La novela ataca al Obispo Carter de un modo virulento. Moulián, por su parte destaca el hecho de que la administración de este prelado no fue muy feliz y, estuvo en abierta convivencia con los sectores oligarcas de la provincia (Moulián, 1996: 9). El 12 de junio 1895, Juan Guillermo Carter Gallo es nombrado Vicario Apostólico de Tarapacá.

(4) La edición por parte de la Dirección de Extensión Académica y Cultural de la Universidad Arturo Prat, del Poemario Popular de Tarapacá 1899-1910, de González, Moulián e Illanes, es un intento por corregir ese olvido. Nuestra Universidad, publicó además Poesía Desprotegida de Ricardo Alejando Pérez, que muestra la poesía obrera publicada en los periódicos de principios de siglo en Antofagasta. Se ha presentado además al Fondo del Libro, un proyecto para reeditar la novela Los Pampinos de Luis González Zenteno.

(5) Así describe el autor al personaje central de la novela: «Juan Pérez, era un fornido hijo del pueblo, alto y bien formado como todos los que han pasado su juventud en el trabajo, ejercitando los músculos y ganando el pan con muchas fatigas y privaciones. Nacido en Caldera, amaba el mar como á su familia, y cada año, cuando las festividades del 18 de Septiembre le permitían bajar á Iquique, su primer paseo era á Cavancha, sobre cuyas orillas rocallosas se sentaba á contemplar la tenacidad de su viejo amigo, al estrellarse contra las piedras» (Zola, 1904: 12).

(6) El nombre del periódico es también sintomático, y tiene connotaciones religiosas, pero es una verdad no clerical, sino racional, y dirigida por una élite obrera. El mismo tipo de denominación aparecería después, bajo la dirección de Luis Emilio Recabarren con el nombre de El Despertar de los Trabajadores.

(7) En la misma dirección un obrero seguidor de Pérez dice: «Cuente conmigo en su empresa, compañero, y le juro por esta luz que nos alumbra, que Pedro Mendoza será uno de los doce apóstoles del Cristo Pérez» (Zola, 1904: 27).

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1996Poesía Desprotegida. Compilación de poesías de periódicos

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Extensión Académica y Cultural. Iquique.

 

Tarapacá, novela olvidada de la era del salitre

(Pedro Bravo Elizondo)

Tomamos de la revista Literatura Chilena, creación y crítica, editada por

Ediciones de La Frontera, en los Angeles California, el artículo del

iquiqueño Pedro Bravo Elizondo acerca de la novela Tarapacá. La revista fue

publicada en la primavera de 1984 en el número XXVIII,

El salitre por su significación histórica en el desarrollo económico de

Chile (1880 – 1930), y su alcance en las luchas sociales y organizativas

del movimiento obrero chileno, fue un motivo persistente en la literatura

chilena. A través de poemas, narraciones y novelas, sus autores anotaron no

sólo el testimonio de una época, hoy conocida entre los estudiosos como la

Era del Salitre, sino una muestra de la imprenta que tal período dejara en

ellos.(1).

Iquique, durante algunos años el puerto salitrero más importante de la

zona, cuenta con una de estas obras, Tarapacá. La novela se identifica de

esta manera:

TARAPACA

Novela local debida á la pluma

del escritor don

JUANITO ZOLA

Editores:

Osvaldo López y Nicanor Polo

Iquique

Imprenta de El Puerto – Serrano 83

En la dedicatoria, «A los obreros de Tarapacá», Juanito Zola, advertía:

«Cuando viví en esa árida y desolada Pampa del Tamarugal, compartiendo con

vosotros las vicisitudes de una existencia triste y afrentosa, germinó en

mi cerebro la idea de escribir una novela, que fuera algo así como una

historia de lo que ocurre en la rica provincia de Tarapacá, teatro de

muchas proezas y de grandes crímenes.

(…)

Tarapacá, no es un monumento literario, ni siquiera una obra de mediano

valor intelectual, pero posee el mérito de tener si fuente en la verdad, y

de ser escrita por un hijo del pueblo, honrado y sincero como todos los

hombres de su clase.

Recibid, pues, la novela que os dedico, como una muestra de compañerismo y

estimación.

Santiago, 1o. de septiembre de 1903.»

Osvaldo López, tras la huella del naturalismo francés (2)- la novela como

indagación social – presenta el cuadro completo de la situación creada por

la riqueza salitrera en el Norte. El narrador es portavoz de la realidad

político-social y su registro del mundo ambiente corresponde a la

transposición literaria que caracteriza el naturalismo y la concepción

utilitaria de la literatura.

López con Tarapacá, es el primer escritor chileno y latinoamericano que

escribe un Germinal «a la Zola» en tierras americanas.(3). La razón: el

proceso industrial en la zona Norte con una alta concentración de

trabajadores, y los enfrentamientos periódicos entre capital y trabajo.

Recuérdense las huelgas generales de julio de 1890 y la de diciembre y

enero de 1902, dirigida por la Combinación Mancomunal de Obreros, ambas de

Iquique. La primera terminó en un enfrentamiento con las fuerzas armadas.

Consciente de su modelo literario, la oficina salitrera foco de interés de

la narración, se llama «Germinal»; en el plano metafórico apunta al

despertar de la conciencia obrera pampina, a través de la acción del

protagonista, y a la idea implícita ya en Zola del alzamiento

revolucionario en el mes de germinal (1o. de abril de 1795 durante la

Convención). El autor no necesita literaturizar las condiciones de vida de

los obreros pampinos para igualarlos a la explotación de los mineros

carboníferos de Germinal (1885). Tarapacá se adscribe más a la técnica

documental e historicista, que a la estrictamente literaria. Y no otra cosa

persigue el autor. Denuncia la corrupción administrativa en la provincia,

los abusos patronales, el manejo de las salitreras por los ingleses, la

vida en los prostíbulos frecuentados por la burguesía iquiqueña de la

época, y como un gran trasfondo, la preparación de un movimiento

huelguístico que termine de una vez para siempre con el poder omnímodo de

los salitreros. En este sentido utilizamos el término documental, en cuanto

relata la trayectoria de personajes reales con un trasfondo sincrónico de

sucesos ocurridos en la pampa salitrera. Con estos elementos , el autor

representa el espacio salitrero.

Como novela de la tendencia política, el autor busca la identificación

del lector con la historia y el trasfondo de los hechos. Para

verificarlos, basta conocer el Iquique y la pampa salitrera del 1900, donde

imperan las grandes compañías y su secuela de corrupción, la politiquería

y el caciquismo fiel reflejo de la actividad política chilena, las

primeras huelgas ya mencionadas. Más que en ninguna otra región, la

«cuestión social» es una problema latente en la vida laboral nortina.

La trama se desarrolla en dos planos paralelos que se confundirán al

final en un solo: el aniquilamiento de la base de sustentación del

capitalismo salitrero. Uno de los planos es la vida del obrero Juan Pérez

y el otro, la del empleado Luis García, arribista, quien llega a

convertirse en administrador de Germinal. Aunque sus vidas no se

entrecruzan, sus acciones afectan sus destinos. García, hijo de clase

media, educado a un nivel en que al menos podía distingue el bien del mal,

dice el narrador, es atrapado por la vida fácil y el ambiente en que se

mueve; Juan Pérez, con una visión político-ideológica del mundo, no sólo

vence y supera su entorno, sino que lo modifica y transforma con su

indoctrinación.

Pérez, socialista, era convencido de que la salvación de los hijos del

pueblo, estribaba en una fusión de todos ellos, (por eso) no tuvo otro

objetivo que el de constituir una gran federación de obreros, una sociedad

vasta y bien organizada, de la que ningún operario se sustrajese. Y pensó

que esa institución gigantesca, extendida desde Zapiga hasta Lagunas, podía

convertirse en la República del Trabajo, la que se iniciaría con una

fiesta roja, que hiciera conmover los cimientos en que descansa la

República burguesa (p.24). Con el planteamiento de tales temas y motivos ,

es fácil entender el distanciamiento que el autor busca mediante la

dedicatoria fechada en Santiago y el seudónimo.

La llegada a Iquique del joven Luis García, quien venía a «probar la

suerte» en la Metrópoli del Norte, sirve como pretexto al autor para

entregar una vivida descripción del Iquique de 1900: Desde abordo miraba

los grandes caracteres que se destacaban sobre las bodegas vecinas a la

playa, Leía Locket Bros. y Ca., Inglis Lomax y Ca. Gildemeister y Ca.,

Gibbs y Ca., y pensaba que los ingleses y alemanes, con ese espíritu

absorbente que los caracteriza , habían monopolizado la industria

salitrera, convirtiendo la región el nitrato en un feudo sajón. Recordaba

que el Presidente Balmaceda, aquel espíritu grande y netamente chileno, a

cuya muerte se suicidó la política recta, quiso nacionalizar la industria

del salitre , previendo con su clarividencia los atropellos que

cometerían esos albioneses y teutones que habían venido a Chile en busca

de esclavos a quien explotar (sic). Esos Locket, Gibbs, Lomax e Inglis,

encabezados por aquel plebeyo soberbio que en Inglaterra se hizo noble

debido a sus millones de libras, que se llamó Mr. North o por otro nombre,

el «Rey del Salitre», fueron los que azuzaron al pueblo., el 91, a que

desconocieses el gobierno de Balmaceda, y facilitaron armas y dinero, para

conseguir la caída del último Presidente honrado de Chile.

¡Qué fea encontraba la ciudad , encajada en una llanura árida, sin asomos

de vegetación! Los edificios, casi todos de un solo piso, se achataban

sobre la improductiva tierra, dejando paso a dos únicas eminencias , dos

aristas que simbolizaban cosas distintas, pero que tenían su origen en el

fanatismo: la torre de la Iglesia Parroquial y la Plaza Prat (pp. 45-46).

La referencia a Balmaceda no es gratuita . Su viaje a la región salitrera

(Marzo de 1889), según Encina, 940, le permitió «hacer declaraciones

sensacionales que repercutiesen en la conciencia nacional y preparasen el

terreno para un cambio de orientación en la política salitrera. En el peor

de los casos, sería un gesto de dignidad y entereza delante del próximo

arribo de North y de los proyectos que traía entre manos». Balmaceda llega

a Iquique el 7 de marzo (North y su comitiva al puerto de Coronel el 16

del mismo mes) y el día 9 en un banquete celebrado en la Filarmónica, para

600 invitados, el Presidente pronuncia el discurso que motivó su viaje.

Mis conciudadanos tienen sus ojos fijos en Tarapacá, porque de esta

región mana la sustancia en todos los mercados del mundo para rejuvenecer

la tierra envejecida y porque somos los transformadores necesarios de las

fuerzas productivas de la superficie cultivada por las manos del hombre. La

extracción y elaboración corresponde a la libre competencia de la

industria misma,; mas la propiedad nacional es objeto de serias

meditaciones y de estudios. La propiedad particular es casi toda de

extranjeros y se concentra exclusivamente en individuos de una sola

nacionalidad. Preferible sería que aquella propiedad fuese también de

chilenos.

La próxima enajenación de una parte de la propiedad salitrera del Estado,

abrirá nuevos horizontes al capital chileno si se modifican las condiciones

en que gira y se corrigen las preocupaciones que lo retraen. La

aplicación del capital chileno en aquella industria producirá para

nosotros los beneficios de la exportación de nuestra propia riqueza y la

regularidad de la producción, sin los peligros de un posible monopolio

Proseguía luego el Presidente refiriéndose al papel del Estado, que debía

«resguardar la producción y su venta y frustrar en toda eventualidad la

dictadura industrial de Tarapacá». Alude especialmente Balmaceda a las

Combinaciones salitreras, esquema desarrollado por los productores para

controlar la producción mediante cuotas y obtener el más alto precio en el

mercado mundial. Durante su presidencia (1887 – 1891) se opuso a la Segunda

Combinación, cuyo líder era John Thomas North (5).

Para los chilenos informados, no fue sorpresa mayor que al producirse la

contrarrevolución del 91, el asiento del gobierno alzado fuese Iquique.

Este discurso en su esencia fue la divisa que levantaron los líderes

obreros pampinos y que llega como legado a los partidos de izquierda y de

avanzada en la historia política de Chile. No podía el narrador de

Tarapacá, en su novela del salitre, dejar pasar un comentario como el que

provocan estas líneas. Hay otra observación interesante. Es la referente a

los dos edificios que sobresalen a la bosta del «recién llegado»: la

Iglesia Parroquial y la Plaza Prat. La primera obedece al anticlericalismo

propio de las luchas sociales y a la posición ideológica del narrador, y

el segundo sentimiento antibélico, producto de lo acontecido con la Guerra

del Pacífico, (6) Juan Pérez, ex-soldado del 79, reflexiona en varias

oportunidades sobre las proyecciones de tal acontecimiento para el pueblo

chileno:

Pasó la guerra; en los campos del Perú, quedaron miles de chilenos

muertos, abonando tierra extraña; los que regresaron, lo hicieron

inválidos o extenuados por las fatigas de la campaña; el país adquirió la

valiosa zona salitrera; el oro entró en abundancia en las arcas fiscales; y

los famosos dirigentes, vieron repletos sus profundos bolsillos. Al pueblo

no se le dio ninguna participación en el reparto, se le eliminó de toda

recompensa; se le dio el pago de Chile (p. 300).

Su antimilitarismo queda de manifiesto a lo largo de la novela. En su

prédica a los obreros, insiste que el ejército es una extensión de la

burguesía, de la aristocracia que los utiliza a su amaño. En otra cita,

comenta Juan Pérez:

(La guerra del Pacífico sirvió solamente) a los aristócratas, los que no

pusieron su pecho al frente, los que se quedaron en la capital, aglomerando

los rebaños que mandaban a los mataderos de Tacna, Chorrillos y Miraflores.

Para los obreros que habían abandonado todo, sufriendo las privaciones de

las campañas y quedando tendidos en los campos de batalla, no existía

ningún premio. Habían ido a pelear, porque ése era su deber, porque era

obligación de los pobres, sacrificarse por los ricos (pp. 12-13).

En la explotación del salitre intervenían principalmente en el plano

laboral, cuatro nacionalidades: peruanos, bolivianos, argentinos y

chilenos. En el administrativo y de «management» los extranjeros,

especialmente los ingleses; los «yoneses» decía la prensa obrera. El

contador de Germinal, la oficina salitrera, es Mr. Jones. La explicación

puede encontrarse con una cita:

La influencia que los inmigrantes ingleses tenían, era desproporcionada a

su número. Esto se debía a que a menudo trabajaban para firmas financiadas

con capital inglés, las que controlaban gran parte de la minería, Bancos y

transportes (…).

En Chile, las más grandes inversiones inglesas estaban en la explotación

del salitre, lo cual trajo a miles de ingenieros, gerentes y capataces al

lejano Norte. Llegaron a ser tan numerosos y poderosos en la región que un

viajero se refirió a los habitantes chilenos en Iquique, como «la Colina

Chilena (7)».

Mr. Jones es quien adentra a Luis en las relaciones públicas de la oficina

cuando éste se hace cargo de Germinal, gracias a sus amoríos con la esposa

de Mr. Chamberlain, propietario de oficinas salitreras. A la pregunta de

Luis sobre cuál es el modus operandi, en caso de que se produzca un

levantamiento de los obreros por el rigor con que se les trata, el contador

replica:

– Ninguno. La estación queda cerca, y llamando por teléfono a la Policía,

ésta se presenta aquí en dos minutos. A propósito de Policía, mañana

estamos a primero, y hay que abonar las subvenciones que esta oficina da al

oficial de la guarnición, al subdelegado, al juez y al agente postal.

– ¿A cuánto asciende la subvención?

– A ciento cincuenta pesos, para los tres mineros, y a veinticinco para el

último (p. 246).

Así se explica que el obrero pampino tuviera que obedecer a más de un

amo y que sus libertades individuales fueran violadas en las misma forma

que su correspondencia. El «dinero inglés» regía los actos y las

conciencias de quienes debían velar por la seguridad y bienestar de sus

compatriotas.

El viaje de Luis García a la Pampa a hacerse cargo de nuevo puesto brinda

al narrador ocasión de entregar un aspecto de la vida en una oficina:

Luis García, llegó a la oficina Germinal, a hacerse cargo de la

administración, completamente ciego en materia de salitre, al igual que

muchos otros de sus colegas, que debían sus puestos a influencias de la

familia.

Aquello, fue para él algo como un cuento de hadas. Se vio con un poder

inmenso sobre esa gran faena salitrera y pensó que era un pequeño rey de

ese territorio. Por donde quiere que extendía su vista, encontraba obreros

que trabajaban afanosamente, animales que corrían llevando el caliche,

locomotoras que resoplaban, poleas que chirreaban, chancadores que

desmenuzaban (…) La máquina elaboradora de salitre, fue para García una

cosa nueva. .Transportado del Banco a la oficina Germinal, se encontró con

que, no sólo era su misión hacer anotaciones en los libros, sino también

velar porque el cocimiento del caliche se hiciera en debida forma y porque

en la Pampa se llevaran en buen estado los trabajos de extracción. El

mayordomo de esa sección, lo recibió con mucha amabilidad: le hizo dar un

paseo por el laberinto de escaleras , cañones y fierros que constituía la

máquina, y le habló de las economías con que hacía el trabajo, empleando la

menor cantidad de operarios (pp. 241-243).

El segundo párrafo es un magnífico ejemplo de la actividad vital y

bullente en la oficina, desde el ser humano a los animales, máquinas y

objetos que producen ruido, movimiento, interacción. Gran parte de la

novela está dedicada a disquisiciones e intromisiones del autor con largos

párrafos sobre la moral burguesa, la prostitución tanto en las capas

altas como bajas, constitución de la sociedad, características de a

burguesía, daño del alcoholismos, etc. El lenguaje referencial prima por

sobre el literario. Ello ratifica nuestra aseveración anterior de que

Tarapacá es un documento más que un artefacto literario per se.

La unión de los obreros en su lucha contra el capital rompe las barreras

de las nacionalidades en Tarapacá . Proféticamente, manifiesta la

solidaridad de peruanos, bolivianos, argentinos y chilenos en la Gran

Huelga del salitre en 1907, que terminara con los sucesos de la Escuela de

Santa María de Iquique el 21 de diciembre (8). Así presenta el narrador la

reunión convocada por Juan Pérez, quien «ya había dado principio a su

obra redentora de agrupar a todos los obreros bajo una bandera. para

llevarlos a la lucha, donde debían jugar el todo por el todo». La reunión

acordada por Pérez y Mendoza, se realizó en el cuarto del primero.

Acudieron, a parte de iniciadores, Manuel Retamales, Francisco Urbina y

Fernando Juárez. Pérez y Retamales, eran chilenos; Urbina Boliviano;

Mendoza, peruano, y Juárez, argentino. Podía decirse que el elemento

obrero de Chile, Bolivia, Perú y Argentina, estaba representado en esa

minúscula junta (p. 29).

El plan del líder obrero es formar una asociación de resistencia en la

oficina y extender la acción al resto de la pampa, pero todo en el mayor

secreto.. Sólo una persona estará al tanto de los planes de Pérez. El día

de la huelga será conocido como «la reclamación». En la estructura de la

obra, la huelga ocupa sólo las últimas páginas (la novela tiene 479). El

narrador se inclina a enmarcar el relato más en el suceder que en el

acontecer. La conciencia que el autor tiene del género literario a que

adscribe su creación, opera como elemento organizador de Tarapacá: la

novela como documento.

En la tradición de los costumbristas chilenos,López ofrece un cuadro de

una fiesta en la oficina salitrera, lo cual otorga a la narración un

descanso y un punto de vista diferente. El lector podrá contrastar así l

a»típica fiesta chilena» con las de la decadente burguesía en los

prostíbulos iquiqueños. El pulpero, don Panchito y doña Anastasia van a

bailar una cueca.

El varón azuza a su acompañante:

– ¡Vamos a ver cómo se porta la veterana!

– ¿Cómo me he de portar? Como siempre . Así viejecita como soy, desafío a

cualquier joven.

La concurrencia sonrió ante las palabras de doña Anastasia, quien con la

mano izquierda se había levantado el traje bien alto, y con la otra, hacía

jugar en el aire un pañuelo de seda bordado.

Con las exclamaciones de don Hermógenes y de don Emeterio, la cueca fue

bailada con tal animación, que el zapateo hacía temblar las débiles

paredes de calamina.

– Ahora birlocho, bizcocho, maravilla, frutilla, tomate, petate, velita,

velón, aroooh…

– Con uno que se pare basta..

– Echele cumpa Meterio, un güen trago de ponche, que es mejor que ese

whisky de los gringos.

– La obligo, señorita Juanita.

– Le cumplo, y obligo aquí a don Benito.

– Y la cantora tendrá boca de caballo vigilante?

– Hay ispense, ña Bartolina; ei va el brindis de ño Hirmogio, que lo hizo pusté.

– Le pago con mucho gusto y me repito.

– Salú, ño Hirmogio, aquí ña Bartolina le güelve a comprometer. Chiqui

chiquichín, chiqui chiquichán.

En el hospital de Cádiz hay un ratón con terciana.

– Ahora sobaco, macaco, trina, trena, los ojos del paco, chispa, fuego,

brasero, candela, puchito de vela, hacha, fuego, a la casa de alto, a la

casa de bajo, pónete leva, quítate el paltó (pp.254-255).

Los acontecimientos siguen su marcha en la pampa salitrera, y la

situación laboral se agudiza. La pésima administración de Germinal por Luis

García, quien aconsejado por el contador Mr. Jones rebaja los salarios,

conduce a la unión de los obreros, quienes se deciden enfrentar a sus

patrones. Juan Pérez, laborando en otras oficinas , conquista el apoyo de

los trabajadores para la «gran fiesta roja». «Fijó el gran día, tanto

tiempo acariciado en su mente, como un ideal supremo, para las fiestas

patrias del 18 de septiembre «. El detonador de la huelga sería la

petición tantas veces reclamada en l historial pampino:

abolición de las fichas

aumento de salarios

libre comercio

indemnizaciones por desgracias y enfermedades

disminución de las horas de trabajo.

Las fichas y el libre comercio estaban íntimamente relacionados (9). En

las oficinas que empezaron en gran escala la elaboración del salitre, se

introdujo el sistema de fichas o señas que luego abarcó la región

salitrera. En lo del libre comercio, «los serenos de las oficinas,

convertidos en guardas de una Resguardo extranjero, ejercían el papel de

Argos implacables(…). La tiranía llegó hasta el extremo de declarar

contrabando los dulces, verduras y hasta las prendas de uso personal, como

la ropa, los colchones y los catres» (pp 186-187). (10).

En todas las oficinas, a la misma hora, la «reclamación» sería el preludio

de los acontecimientos. La huelga era inevitable. «Pero, reflexionaba

Pérez, qué sacaremos con esa huelga? (…) Sus capitales (los de los

salitreros) son enormes, para que sufran una huelga de una, dos, tres

semanas, o un mes» (p.436). Resuelve entonces «dar una lección a los

inhumanos capitalistas». El autor recurre a una metáfora animalesca, la

cual acentúa el carácter dócil del obrero al ser manipulado y abusado por

el patrón, pero cuyo despertar y descontento puede igualar a la ira

subyacente, cuando se rebaja.

(…) es de rigor hacerles comprender que el pacífico buey, no huyó del

campo, con paso tardo y uniforme, sino que recordó su vitalidad de toro, y

vengándose de la sumisión a que estuvo sujeto, y de los pinchazos de que

fue víctima, atravesó a escape por entre las sementeras, destrozando los

plantíos (p. 436).

El destrozo comienza la noche anterior a la huelga, con el

desmantelamiento de los alambres telegráficos y de los rieles del

ferrocarril, para impedir que «de Iquique suba tropa a la Pampa». Igualadas

las fuerzas, los obreros se presentan ante los administradores a exigir su

petitorio. La respuesta -la de siempre en la Era del Salitre- «consultarán

con sus superiores», es la señal para destrozar los plantíos sin derramarsa

ngre, sin recurrir al asesinato, arma favorita de la burguesía capitalista.

En una hora todas las oficinas quedaron convertidas en escombros, en

ruinas lamentables. Las guarniciones de Policía habían tenido el buen tacto

de no acudir a intervenir, para que no peligrara la vida de sus soldados

(p.478).

Los trabajadores se vengan en las propiedades de sus verdugos, pero

respetan sus existencias. Pérez observa larga y detenidamente la pampa. Con

la purificación logrado mediante el fuego, ha redimido a la clase

trabajadora pampina de sus humillaciones y sufrimientos. La justicia

poética se sobreimpone a la dura realidad. Pérez da por terminada su labor,

y dando un adiós a la tierra donde tanto sufriera, se encamina en

dirección a las sierras. Después , hombres mujeres y niños, cubrieron la

inmensa pampa, formando un gigantesca romería, que dirigía sus pasos hacia

el Oriente, a Bolivia.

Iban allá, a ese país del fríos, a buscar entre los habitantes de la

altiplanicie, un pedazo de suelo y un pan dulce, que les negaba su propia

patria. (p. 479).

Tarapacá, provocó escozor en la burguesía iquiqueña al igual que Casa

Grande en todo el país (1908) de Orrego Luco, no por el tema obrero, sino

por los comentarios íntimos de la alta burguesía. Esta adquirió la edición,

sepultando la novela en el olvido. El dinero proveniente del salitre lo

podía todo, menos eliminar la escritura o pretender ocultar una época que

posteriormente encontraría su expresión en obras como Canto de venganza

más conocida como Canto a la Pampa del obrero anarquista Francisco Pezoa,

primera muestra literaria del proletariado, de lo acontecido en la Escuela

Santa María de Iquique. Le seguirían, cronológicamente, Revolt on the

Pampas de Theodor Plivier, (1937); Norte Grande de Andrés Sabella (1944);

La luz viene del mar de Nicomedes Guzmán (1951); Hijo del Salitre de

Volodia Teitelboim (1952); Caliche y Pampinos de Luis González Zenteno

(1954 y 1956 respectivamente). En la creación teatral. Elizaldo Rojas con

Santa María (1966); en lo musical, Luis Advis con La Cantata Popular de

Santa María de Iquique (1969). Miguel Littin filmará en México Las Actas

de Marussia con la cual recreará un movimiento obrero ignorado en la

historia del salitre.

La era del Salitre no sólo está registrada en los archivos de la Casa

Gibbs, Gildemeister y otros en los museos de Londres, sino en los

periódicos obreros y en la literatura ya olvidada como Tarapacá(11), tal

vez, porque no conforma con los cánones artísticos actuales y los modo

implantados por las teorías literarias y la crítica avanzada. Nuestro

deber hacia los heroicos proletarios pampinos, forjadores de una tradición

de lucha, exige una re-lectura de estas obras, porque ellas sintetizan lo

que fuimos y lo que debemos ser.*

Notas.

(1) Véase Juan Armando Moretic: El relato de la pampa salitrera.

(Ediciones del Litoral, 1962), analiza gran de la producción literaria

nortina. Sin embargo, Mario Bahamonde y un equipo de colaboradores

confeccionaron una Guía de la producción intelectual nortina

(Investigación bibliográfica) Universidad de Chile, Antofagasta, (1971), la

cual es un estudio exhaustivo sobre el tema.

(2) Véase Juan Armando Epple: «El naturalismo en la novela

latinoamericana», Cuadernos Universitarios (Universidad de San Carlos,

Guatemala), Enero, Febrero, 1980, 15-21.

(3) El profesor Donald, F. Brown en su estudio «Germinal´s Progenie»

Hispania , LI/3 September 1968, 424-432, cita a Baldomero Lillo, quien

con Sub Terra (1904) «seems to have been the first imitator of Germinal».

(4) Francisco A. Encina, Historia de Chile. Segunda edición

(Santiago:Editorial Nascimiento, 1970), Volumen XIX, páginas 394-396. Sobre

el arribo de North a Chile, véase William Howard Russell, A visit to Chile

and the Nitrate Fields of Tarapacá (London, 1890). Russell da su versión de

la primera entrevista entre Balmaceda y North el 25 de marzo de 1889 (pp.

81-82) en Viña del Mar. Un segundo encuentro, esta vez en Santiago, se

realiza el 29 del mismo mes (pp.90-91).

(5) Sobre las Combinaciones Salitreras, véase el excelente estudio de J. R.

Brown, «Nitrate Crises, Combinations, and the Chilean Goverment in the

Nitrate Age» Hispanic American Historical Review, Vol 43/1, May, 1963,

230-246.

(6) El cineasta Helvio Soto hace un análisis sobre la Guerra del Pacífico

con su filme Caliche sangriento (1969). En él ataca el mito de que «el

Ejército chileno no había ganado ninguna guerra patriótica(…) no había

hecho otra cosa que (…) defender una burguesía decidida a sostener su

interés en comportarse como a marioneta del imperialista».

«Mi aprendizaje con Caliche sangriento «, Araucana Nº 11, 1980, 144-145.

(7) Citado por Carl Solberg, Inmigration and Natioanlism: Argentina and

Chile, 1890-1914 (University of Texas Press, 1970), p,41. El viajero

francés es Andrés Bellesort, Le jeune Amerique: Chili et Bolivie (Paris,

1897).

(8) Elías Lafferte recuerda en sus memorias la actitud de los trabajadores

extranjeros durante los momentos previos a la masacre, al ser requeridos

por sus cónsules para que abandonaran el local de la Escuela Santa María.

Su respuesta «fue instantánea: argentinos, peruanos y bolivianos se negaron

a desertar. Estos últimos respondieron a su cónsul: -Con los chilenos

vinimos, con los chilenos morimos» Vida de un comunista Segunda Edición

(Santiago, Imprenta Horizonte, 1961) pp.63-64.

(9) Sobre la ficha, véase el excelente estudio de Marcelo Segall.

«Biografía Social de la Ficha Salario», Mapocho 11/2, 1964, 97-131.

(10) Las pulperías, almacenadas donde los trabajadores debían comprar sus

comestibles y demás artículos, mereció el siguiente comentario de un

inglés que visita a Iquique en 1885: «Este es un sistema que las leyes de

Inglaterra no podían reconocer(..). Sólo puede justificarse por el hecho de

que si no existieran tales establecimientos, los empleados se morirían de

hambre». La lógica del «free enterprises system» no funciona para William

MacCoy F. Castle, Sketch of the City of Iquique» Its Past and Presente

during the lasst Fifty Years (Plymonth, 1887) p. 30.

Rusell en la obra citada hace el siguiente comentario, cuando pase por la

pulpería de la Oficina Buen Retiro: «Después de almuerzo pasamos por la

pulpería, donde se vende a los trabajadores artículos de mercería,

tendería, comestibles y vegetales, sin mencionar vinos, cerveza y bebidas

espirituosas, en lo que sería acremente denunciado en Inglaterra como el

«truck system». Es decir, pagar los salarios con mercaderías en vez de

dinero al contado. Coinciden ambos autores en sus apreciaciones y

corroboran lo que los obreros denunciaron en todos sus petitorios, como un

abuso. Pero la injusticia provincial y nacional era sorda al clamor

pampino. Los salitreros eran dueños de su territorio.

(11) Interesante personaje Osvaldo López, en los anales proletarios de la

época. Periodista obrero, residió en Iquique desde comienzos de este siglo.

Fue autor de un Diccionario Biográfico Obrero , publicado por entonces,

redactor del periódico El Pueblo de Iquique , cuando la Comisión Consultora

del Norte en 1904 viaja a la región del salitre a investigar en el terreno

las quejas de los obreros, Osvaldo López va más allá. Encomendado por dicho

Comité , escribe un folleto =mil ejemplares- : en el cual los pampinos

plantean al resto del proletariado chileno sus puntos de vista sobre el

sistema laboral vigente. Obsérvese el lenguaje del autor:

Hermanos de opresión y de esclavitud: mirada nuestras miserias y que ellas

sean trompeta vocinglera que despierte las multitudes para hacer justicia

por nosotros mismos, ya que ella se nos niega cuando lo pedimos con

sumisión, por los encargados de administrárnosla.

Citado de Enrique Reyes N. El desarrollo de la Conciencia proletaria en

Chile (Ciclo Salitrero) (Santiago: Editorial Orbe, 1972?).