Padre
Llevo los dos primeros nombres y el apellido de mi padre. Y uno que otro gesto encapsulado en algún gen. Me dejó como herencia varias propiedades: la puntualidad, la solidaridad y cierta elegancia a la que me esmero en cumplir. En casa había un quiltro de color blanco y negro que se llamaba Olimpo. Con los años, descubrí que era en honor al club de sus amores, donde fue atleta. Era colocolino y el triunfo albo era carnaval, la derrota un funeral.
Luego de cumplir sus labores en el ferrocarril donde era calderero, se ponía a estudiar. Y lo hacía por correspondencia. El cartero le entregaba inmensos sobres con las lecciones y las tareas. Jamás se quejó. El fin de semana pasaba el chancho y el piso brillaba como la cabellera de la niña de los shampoo “Sinalca”, que venían en sobre.
Murió joven. A mis 18 años, nos dejó con más preguntas que respuestas. Ante de la pandemia, un colectivero, Pizarrito, me pregunta si soy hijo del flaco Bernardo. Trabajó con él en el ferrocarril, al igual que mi abuelo José, su padre. El chino Ociel Rodríguez también me habla de él. En fiestas patrias los tiznados convertían sus talleres en ramadas.
Los años me han ayudado a ubicar a mi padre, en el lugar que le corresponde. Silencioso a veces, bailarín a fin de año en la cancha del Iquitados, estricto a través de su mirada. Me llevó al estadio. Era mi primera vez. Aun siento su mano tomando la mía. Al ver al Mono Sola me dice, sin lugar a dudas: “es el mejor arquero”. Dedicado a la sociología del deporte, pienso en cuanta falta me ha hecho. Se me viene a la memoria la frase de Patricio Manns “Con que orgullo me querría, si ahora llegara a saberlo”. Con mi hermano mayor, lo recordamos estudiando. Su nieto mayor le lleva flores. Y mis dos hermanas aun buscan explicaciones sobre su prematura muerte.
A veces sueño con él. Y cada vez que me dicen Bernardo, pienso que le hablan a él. Pero el viento no más sabe…
Publicado en La Estrella de Iquique el 19 de junio de 2022, página 11.