Tarde noche de sábado, pudo haber sido la iglesia San Francisco, San José o bien la del Colorado. Las familias vestidas para la ocasión se reúnen para el bautizo del nuevo miembro de la familia. Padres y compadres, que no sólo riman, sino que además se necesitan, escoltan al cura. En brazos, la criatura hereda por efecto del agua bendita, la religión de sus padres.
Padrino y madrina se unen a la familia a través de ese lazo profundo que es la amistad. La palabra compadre o comadre, de origen bíblico impone su presencia. Ser ahijado, si se piensa bien, es una forma de ser hijo o hijo. Una gran responsabilidad por cierto. Se llegaba a tener hasta cuatro: de bautizo, de primera comunión, confirmación y de matrimonio. Carecer de padrino es como la escuela que no tiene himno. El ahijado se deja querer y de vez en cuando se muestra acomedido: va a comprar cigarros, y se queda con parte del vuelto.
Hay bailes religiosos que apadrinan a bailes recién creados. Y se saludan en el pueblo. Hay una ceremonia andina que se le conoce con el nombre del Dia del Compadre. Cuando la amistad se estrecha nos llamamos cumpa. On Chuma, el de Condorito, es el emblema. Don Vito Corleone, lo contrario.
El bautizo no termina con la obra del cura. Al salir del templo, al son de las campanas, los niños y niñas, gritan a coro Padrino Cacho. Y este, con su mejor sonrisa, mete su mano en el pantalon y lanza monedas al aire. La palabra cacho se puede leer como avaro. Por lo mismo, se lanzan monedas que según la tradición ha de traer buena suerte al mocoso o mocosa. Muchas de esas monedas financiarán la matiné, el día domingo, en la galería. Se cuenta que algunos padrinos, no por avaro, por pobreza, tal vez, mezclaban las monedas con calas aplastadas. Este es un momento festivo que rompe la seriedad de la ceremonia puertas adentro.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 29 de noviembre de 2020, página 11.