Frontis-Crear
En Iquique hay ciertas obsesiones que nos definen como pueblo. Por ahora me detengo en una. Tiene que ver con la construcción imaginaria de una ciudad, que para algunas autoridades, debe ser a toda costa moderna. Las palmeras ocupan un lugar central en ese ideario. Estas pretendieron darle un aire tropical a una ciudad que lo era, pero que se bastaba a si misma, con sus árboles originales y sus orquestas tropicales como la de Carmelo Dávila y la del Natito Cortez.Las palmeras comunicaban a quienes nos visitaban que éramos una ciudad moderna como Miami. Ser moderno, demás está decirlo, es un complejo que nos ha perseguido desde casi siempre. Sin embargo, la informalidad, el mal gusto y la impuntualidad nos define mejor que nada. De las palmeras hemos hecho una especie de jardín del arribismo. Confundimos la plantación de esas especies exóticas con la adquisición de un aire tropical huérfano de huracanes y de lluvias copiosas. Detrás de la idea de Iquique se nos quiere meter la de Miami. Desde la década de los años 50 que nos introdujeron en el paisaje esta especie venida tal vez de Santa Cruz. Turismo se ha vuelto casi equivalente a la plantación de este símbolo tropical.

El palmerismo nos define a la hora de hablar de turismo. Baste ver aquella que está en el mall, solitaria como pieza de museo de cera. Hay que recordar que el tamarugo y el cactus, nos simbolizan. Lo que antes fue «la avenida Balmaceda señorial», hoy es una franja de asfalto sin sabor ni color. Nos hace falta un psicoanálisis colectivo para saber qué nos pasa con las palmeras y con ese loco afán de ser lo que no somos, de creernos cuentos que nos cuentan. Calles sucias, colectiveros abusivos, ruidos molestos de vehículos enchulados y de gimnasios, constituyen nuestro rostro más desagradable. Tal vez las palmeras sirvan para ocultarlas.

Publicada en La Estrella de Iquique el 12 de enero de 2014, página 29

9