El fuego que hacía posible el pan nuestro de cada día, consumió los hornos, las inmensas bodegas, el mostrador, y sobre todo la larga tradición de la panadería que llevaba el nombre de la mujer de don Reinaldo Cortéz. No se puede entender nuestra infancia sin esos panes, marraquetas, colizas y hallullas que tras mediación de la harina y del talento de los panificadores, llenaban los canastos, balanzas y bolsas de género que finalmente transportábamos a casa. Un buen pedazo de historia ha sido consumido por el fuego.
 
La falta de fiscalización y sobre todo de planificación urbana –¿cuando tendremos nuestro plan regulador?- ha provocado esta nueva tragedia. El hacinamiento, la falta de condiciones básicas en lo que respecta a infraestructura, tuvo como desenlace la destrucción de una de las manzanas más tradicionales y populares de lo que fue el barrio Matadero. Lo peor es que este tipo de tragedias, potencian la xenofobia. Frases como “hay que expulsar  a todos los bolivianos” nos debe poner en alerta. No es un tema de nacionalidad, es un asunto de condiciones básicas de existencia, acceso al gua y a la luz eléctrica, entre otros. Los extranjeros  también tienen derechos a una vida digna y decente.
 
Este incendio ha puesto de manifiesto el lado B de nuestro crecimiento económico. Las miserables condiciones de vida de los nuestros y de quienes han elegido vivir en estas tierras, no hace más que señalar las profundas desigualdades que existe en Iquique. El incendio del 9 de diciembre, ha levantado trágicamente la tapa de una olla desigual e injusta.
 
Detrás  de una ciudad que se vende como postal para los turistas, existen estos barrios que se han ido adaptando para albergar a quienes vienen atraídos por una economía bullente pero desigual. Pero que nos recuerda, nos guste o no, el sustrato andino del norte grande chileno. Entre tanto alegato de La Haya es bueno recordar nuestro tronco en común.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 16 de diciembre de 2012, página 25