Iquique, qué duda cabe es una ciudad patrimonial. Sin embargo, carece de todo tipo de política que lo resguarde. Verdaderos crímenes urbanos, “urbanicidios”, se cometen a diario. De la noche a la mañana, el pino oregón cede su lugar, no voluntariamente por cierto, al hormigón armado. La altura de la ciudad marcada de un modo natural, por la presencia de la cordillera de la Costa, era nuestro modelo. Hoy, ese límite natural ha sido violado. A diario se levantan torres alterando el paisaje salitrero.
Prefiero hablar más que de patrimonio, de identidad. La identidad en tanto relación social me parece más sugerente que el concepto de patrimonio. Identidad es un concepto más blando, alude más a la intersubjetividad de personas que están unidas en torno a un mismo discurso, a un mismo proyecto, a una misma práctica, a una misma memoria.
El orgullo que siento por mi plaza, por mi barrio, por mis poetas, por mis deportistas, por ejemplo, es la expresión de mi relación identitaria que tengo con ellos. Puede que me guste el museo de Arte Contemporáneo, pero no tengo una relación de identidad con él. Pero si lo tengo con la iglesia de la Plaza Arica, con el kiosco de ésta, con el despacho de la esquina, por ejemplo.
La identidad es el orgullo que siento por ser y pertenecer a algo. Y algo se cuida cuando se quiere. La identidad está en las ferias, en las plazas, en los baños públicos, en el estadio, pero también está en el cajón del velador, en la cocina, etc. En el concepto de identidad está presente lo tangible y lo intangible a la vez. En Iquique, cuando un incendio casi destruye el Teatro Municipal, la gente lloraba. Y lloraba por que había identidad. Esa persona no hubiera llorado si observa como se quema, otro edificio.
La sociología y la antropología cultural disponen de herramientas tanto teóricas como metodológicas, para atender el tema de la identidad. Pero esto implica optar por unas ciencias sociales capaces de entender que el tema de la identidad se inscribe o mejor dicho se expresa, en el terreno de aquello que no se deje aprehender por modelos rígidos, que piensan que el comportamiento humano se puede homologar a los átomos o a los animales. El modelo de las ciencias naturales, es limitado. no sirve para aprehender los fenómenos de la identidad. Sé más de México y de su identidad por lo que escribe Octavio Paz, Carlos Monsiváis o por la forma en que lo hace Néstor García Canclini, por sólo nombrar algunos autores. La identidad de Buenos Aires se me expresa en el tango o en la poética de Jorge Luis Borges, o por la obra de Washington Cucurto
Pero volvamos a lo nuestro.
Iquique instaló en el imaginario nacional un repertorio de hechos que le da su identidad. Prat y los suyos (¿nosotros?), los anónimos que cayeron el 21 de diciembre de 1907, el Tani Loayza y Arturo Godoy, los peregrinos de la Virgen de La Tirana, la poeta María Monvel, Luis Advis, Oscar Hahn, Rodrigo Basaez, y muchos, muchos más.
“Llegan llorando y se van llorando”, dicen los iquiqueños al constatar a aquellos que se arriman a la ciudad y no logran entender tanto desierto. Y cuando deben retornar a sus tierras natales, lloran por que han entendido que las flores que no crecen en la pampa, han reventado en esas calles y plazas bajo la forma de la cordialidad, la solidaridad y el orgullo. “El ambiente y la nobleza de tu gente, cautivan el corazón” como lo afirma muy bien nuestro himno escrito por un viñamarino que no le gustaba su nombre de pila: Santiago. Por él, se hubiera llamado Iquique Polanco Nuño.
El Iquique salitrero, se niega a morir, pero incendios, falta de políticas urbanas, aceleran su adiós. Crece otra ciudad, bajo la sombra de aquella que albergó las decenas de voces de principios de siglo XX, aquella que nos dio el marco espacial y urbano para desarrollar nuestra identidad.