No se si hay una historia de la peineta. De haberla sería una buena cosa poder hojear sus páginas. Si no la hay es bueno escribirla. La peineta tiene que ver con el proceso de civilización. Es decir, con aquel proceso destinado a domesticar nuestra salvaje naturaleza. Los  dibujos de lo que suponemos son nuestros antepasados, siempre están chascones. Los primates superiores no. Baste ver a King Kong, ese mono enamorado y reprimido que luce una caballera digna de un corte de Eladio Rojas, ese peluquero tan nuestro. Algo pasó entre esos monos y nuestros antepasados de las cavernas, que se chasconearon tanto.

La peineta tiene que ver con los tenedores y los cuchillos, los maneras de mesa, el protocolo del bien hablar, del vestirse adecuadamente. En fin. La peineta tiene que ver con el domesticar el pelo, darle un orden, el que sea, pero darle una estructura. La cabellera de James Dean, por ejemplo, no tiene nada que ver con la de Bob Marley, pero ambas tienen un orden. Ambos precisan de la peineta.

Me imagino que las primeras peinetas eran de hueso de cualquier animal pequeño. Hoy las hay de todo tipo. La sofisticación también le llegó a este artefacto pequeño, pero necesario.

Conocí a dos amigos que fueron bautizados como “Peineta”; ambos tenían una cabellera abundante pero poco dócil. Uno murió y el otro se fue de la ciudad. Una profesora de la Centenario, en la época en que el boliviano Gilberto Rojas, cruzaba la cordillera con el vals a Iquique, que se peinaba de un modo que estaba a la moda, fue bautizada como “la peineta loca”. Cosas de niños.

Las mujeres llevan en sus carteras, aparte de muchas otras cosas, cepillos, que es la peineta de la presidenta de la República. Los hombres, usamos peinetas lisa y llanamente. Aunque muchos de ustedes no lo crean, yo también uso. En los tiempos del puerto libre de Arica, nos llenamos de peinetas de todo tipo y de todos los colores, de plástico y de otros materiales. Recuerdo una que imitaba un cortaplumas, se abria y en vez de una hoja afilada salía los treinta y tantos dientes. Los viejos, como mi abuelo negro, la usaban en el bolsillo de atrás del pantalón al lado del pañuelo. La marca más famosa, creo, es la pantera. El presidente del fútbol chileno, se peina incluso fuera de su casa, en un pasillo, mientras habla para la TV. No hay registro que el Señor Julio Grondona, su colega, pero presidente de la AFA, lo haga del mismo modo. En otras palabras, la peineta y el acto de peinarse, es un hábito privado que por lo general se hace en el baño.

No hay nada más triste que una peineta sin dientes. Ni nada más cochino que una sucia. Pero sea cual sea, la peineta es parte de nuestro paisaje cotidiano. Sin ella, estamos como si nos faltara algo. Una peineta del tipo que sea nos hace más grata la vida. Veré si existe una historia de este instrumento.

 

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