Al estadio «Tierra de Campeones» -tan devastado a veces, tan descuidado siempre- le hacía falta épica. El viejo estadio de Cavancha la tuvo y varias. Una de ellas, el gol de Rubén Ahumada en abril del año 1965. Y otras tantas que no alcanzan en esta página.
La noche del 29 al 30 de enero, cuando los fantasmas de la mala suerte nos invadían, el recurso de los penales nos dio un nuevo aire. No es lo mismo ver la liturgia de los doce pasos frente al TV y con equipos que no nos tocan el alma futbolera. Esa noche fue diferente. Ocho mil personas en ascuas. La virgen de La Tirana, San Lorenzo, la Kenita y otros santos y santas fueron objetos de oraciones. Fue una noche ecuménica, ya que los evangélicos también van al estadio.
Los penales, se acompañan de clichés: «Es una lotería» comentábamos con mi vecino de penas y de alegrías. «Hasta los mejores han fallado». Frases que funcionarían como parche ante de la herida. Pero los dioses eran celestes. Y la suerte, la esquiva, fue el jugador número 13. En noviembre del 2008, el Tata Taucare, en Coquimbo, desde los 12 pasos nos trajo de vuelta a la división de honor. Eramos entonces Municipal Iquique.
Laos penales consisten en pasar de alguna manera de lo profano a lo sagrado. La pelota es el medio, que si se anida en la red a espaldas del arquero rival, se puede contabilizar como una breve estadía en el paraíso. Atajar un penal, a lo Naranjo, es cerrar las puertas del cielo. La corrida del Rengo Díaz, a la reja de la barra fiel, el diálogo con los hinchas, fue una comunión que sólo el fútbol puede provocar.
La vida sin épica es aburrimiento supremo. El fútbol, en este caso, con todos sus excesos rompe con la vida cotidiana y por un breve lapso de tiempo nos hace testigo y cómplices de alegrías colectivas que se cuentan con los dedos de una mano. Ahora se nos viene «Peñarol». A seguir haciendo historia.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 10 de febrero de 2013, página 17