La prehistoria de las telenovelas fueron las fotonovelas. En Chile la revista Cine-Amor, fue entre otras, la más popular. Galanes de la talla de Pepe Guixe o Héctor Noguera prestaron su rostros para animar historias de amor. Cantantes como la Fresia Soto o Juan Carlos encendieron de pasión esas revistas que el Iquique de los años 60 consumía tal cual consume ahora culebrones. Lo demás era pura fotografía y un guión a prueba de todo, incluso de inteligencia.

Al igual que las telenovelas de hoy, las fotonovelas de ayer inmortalizaron en el papel las ciudades que el centralismo olvidaba. Iquique no fue la excepción. La conmoción que provocó tal evento sólo es comparable a la que suscitó “Playa Salvaje”. Iquique en el Cine-Amor representaba otro intento por gritarle a los santiaguinos: “¡existimos!”. La portada de la revista dice: “Filmada íntegramente en Iquique”.

Cuando aún era válido cantar “desde el puerto hasta Cavancha” se dejó caer sobre la caleta-puerto un equipo de producción para fotografiar una historia con aire local, paisajes nuestros y sobre todo actores criollos. Era el tiempo de Nelson Iván Cejas, Leslie Omar Díaz y Andrés Daniels. Era la época de los New Demons y de Los Angelos. Tiempo en que el “camino” lucía como nuevo y la Residencial Catedral era de cinco estrellas. La historia del Cine Amor revive ahora por el grupo de teatro “Malas Juntas” que dirige Lissette Gómez de la Universidad Arturo Prat. Al hojear la vieja revista uno no puede dejar de sonreír al ver al Lalo Espejo bailando en el Ragú.

En la añosa revista conseguida en el Terminal Agropecuario hay vistas de Iquique memorables. La calle Baquedano, la pileta con gansos del viejo Parque Balmaceda, el antiguo muelle de Cavancha, una que otra “liebre”, el hombre que vendía barquillos y que gracias a su aparición en la revista se ganó el apodo de “Cine-Amor”.

Como toda historia de amor, “Perdóname” se estructura en torno a un galán (Pato Pineda en la revista y por Víctor Ovalle en el teatro) que conquista a una dulce liceana (Carmen Huerta/Carola Narváez); la madre (Juana Nogerón/Jessica Lillo), el DJ Víctor Ibacache y los amigos (Rubén Sánchez, Darío Ojeda/Ricardo García, Eduardo Rojas y Jorge Mancilla, construyen en torno a Cupido (Pamela Castillo) la historia.

La obra presentada en pequeño formato (no dura más de 40 minutos) se apega a la estética de la época y reproduce con una escenografía ágil y sicodelica, el espíritu de los años 60. La banda sonora de la obra está compuesta por viejos temas de la nueva ola, cuya música sale de una radio con disjockey incluido.

La puesta en escena pone en movimiento las viejas fotografías. Son comics de papel con alma que se mueven en una ciudad que tenía pasos cansinos por lo mismo que no había de que apurarse. La música agiliza el relato y los cambios de escenografías nos llevan de la Plaza Prat a bordo de una citroneta. Es curioso. Es como si nada hubiese cambiado en estos cuarenta años. El beso de los enamorados, la canción “Perdóname” de Alan y sus Bates y las luces que se apagan nos recuerdan que hay algo nuestro que se niega a morir y que el teatro con su magia nos hace revivir.