En Iquique el 26 de mayo de 1903 se notifica la presencia de la peste bubónica. Con ello se despliegan todo tipo de recursos destinados a frenar este enfermedad. Sin embargo, los anarquistas y otros grupos ven en estas estrategias un motivo más para controlar a los que el poder califica de “peligroso”. Los pobres sólo enfermaban.  Así, en la novela Tarapacá de Juanito Zola, editada en 1903, dice: “Un caso curioso, vino á probar que sólo los pobres debían ser el pato de la boda. Se declaró bubónica á una sirvienta de una casa aristócrata, situada en la calle de Moquegua. Las medidas que tomaron con ella los médicos, difirieron totalmente á las establecidas. La casa no fué quemada, ni la enferma aislada. Se le curó en su habitación y ahí sanó. Esto indignó grandemente al pueblo, que vio la gran injusticia que se hacía con sus hijos que eran tratados sin misericordia” (página  62).

Susan Sontag en su ensayo acerca de la relación entre enfermedades y metáforas plantea como el poder político interpreta las epidemias, y en conjunto con ello desarrolla una terminología en la que conceptos tales como cruzadas, guerras, lucha, etc, ocupan un lugar de preferencia. Insiste en que mucho de los casos se hace una analogía entre epidemias y desordenes sociales.   Dice que “En inglés pestilence (peste bubónica) dio pestilent (apestado), cuyo sentido figurado, según el Oxford English Dictionary, es “ofensivo para la religión, la moral y la paz pública; y pestlential, que significa “moralmente nefasto o pernicioso” .

En el caso de Iquique no resulta atrevido pensar, como lo hace Zola, en que las autoridades hayan visto en la bubónica la oportunidad para deshacerse de aquellos que promovían cambios sociales.

Los enfermos eran llevados al Lazareto. Los autores de Tarapacá, lo describen así: “El Lazareto estaba ubicado al lado norte del Hospital de Beneficencia, y ahí se detuvo el carretón plomo, siendo bajado de él don Panchito, que se sentía algo fatigado con la caminata. Mientras instalaban al enfermo en una cama, un practicante se acercó al pescante del carro y habló con el auriga. -¿De dónde han sacado a éste? -Del conventillo de “Las Camaradas”. -Ese conventillo, he oído decir que lo piensan quemar. – Dime una cosa como amigos. ¿Será cierto que hay bubónica? -Francamente no sé que decir. El doctor de aquí, me afirma que hay peste, pero que es benigna.  -Yo creo que es no es más que pura música. En fin, á nosotros no nos incumbe averiguar si es mentira ó verdad la tal peste. Lo que nos conviene es que esto dure algún tiempo, para ganar buenos pesos. -Ojalá durara un año (página 170).

La peste bubónica existió sin duda alguna. Pero que haya sido usada para controlar a los anarquistas y otros grupos también es cierto.   Denise Astoreca en su libro Remolinos en la pampa,  en su cuento “Un viaje a otro mundo”, recrea con exactitud el ambiente de una familia de acomodados salitreros, cuyo hijo Harito enferma de bubónica. La poesía popular también ironiza sobre esta enfermedad. Pero, esto es tema para otra crónica.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 18 de agosto de 2003