Iquique es una ciudad construida y reconstruida. Los terremotos y maremotos de fines del siglo XIX y decenas de incendios han arrasado la ciudad. Su configuración espacial corre limitada por la costa y por la cordillera. Entre esas dos fronteras, hombres y mujeres han edificado su hábitat. El ciclo salitrero al igual que la Zofri han significado verdaderas revoluciones urbanas. Iquique fue por mucho tiempo un puerto de madera. Hoy somos una ciudad de hormigón armado, de aluminio y de cerámica. El pino oregón parece tener sus días contados. La cerámica introducida masivamente por la Zofri ayudó a alterar radicalmente la estética urbana. El alma de pino oregón de los iquiqueños que nos ayudó como dice el himno a Iquique a “soportar el olvido” está siendo reemplazado por la frialdad de los materiales introducidos masivamente desde los años 80.

La modernización impulsada por la Zofri y luego por la minería, produjo una revolución urbana de proporciones no del todo asumida. Cavancha, el barrio de pescadores, ha sido prácticamente arrasado por el boom inmobiliario. Y hay muchos ejemplos más.

Al parecer cada ciclo económico trae consigo no sólo formas de hablar, de vestir, de recordar o de comer, sino que también plasma en su arquitectura, el modo en que sus habitantes viven la ciudad. El ciclo salitrero es un ejemplo claro de ello. Sus casas de Baquedano y de otras esparcidas  en el resto de Iquique, evidencia un estilo de vida en la que la madera, el pino oregón, aparece como el sustrato de toda la vida. Sobre este noble material se alzan todas las construcciones. Y no sólo arquitectónica, sino que también culturales, como ya lo dijimos.  El pino oregón fue por mucho tiempo la manifestación más clara de nuestra identidad; fue para los iquiqueños lo que la paja brava o el adobe. Es -o fue- para los aymaras.

El impacto sociocultural de la Zofri y del nuevo ciclo minero, s algo que aún está por verse. Lo cierto, sin embargo, es que este nuevo hito fundacional de nuestra identidad cultural, no sólo ha significado dinamizar la vida económica de este puerto, sino que también ha modificado nuestra forma de vida. Lo que antes era el sueño del auto propio, es ahora realidad.

Uno de los elementos casi invisibles, pero presente en nuestra cotidianidad,  lo constituye la cerámica. No hay casa iquiqueña en que no esté presente este material.  A veces combinado con el pino oregón, en otras casi en forma desafiante puesto en las fachadas  de la casas (¡otro crimen urbano!), la cerámica se ha convertido en ama y señora de nuestras construcciones,

Incluso nuestros cementerios no han escapado de esta fiebre. Por doquier el paisaje se ha modificado. Las antiguas veredas de madreas, son hoy de cerámicas. Y el alma iquiqueña, al parecer también. Lo cierto es que este artefacto introducido por la Zofri, tiene una vida útil limitada.

Bernardo Guerrero Jiménez

 

Publicada en La Estrella de Iquique, el 24 de julio de 2005, página A-9