Cavancha fue nuestro referente a la hora de ir a la playa. Sin olvidar por cierto al Colorado, al Bellavista o La Serena. Quienes tenían vehículo llegaban hasta Primeras Piedra a su famosa Poza de los Gringos. Otros más osados, llegaban aún más lejos. Ir a la playa era olvidarse de las clases, de tareas y de otras obligaciones.

La temporada empezaba en octubre y terminaba con el primer día de clases en el mes de marzo. Había varias formas de ocupar ese inmenso lugar que de vez en cuando, era interrumpido por el voseo de algún vendedor ambulante. No había reloj, ni falta que hacía. El regimiento Granaderos, bajaba la bandera a las 18.00 horas. Anunciaba el regreso a casa, a pie, cansados y hambrientos. Regresar con la cámara inflada hacía la tarea más epopéyica. Iquique, era una ciudad de peatones.

Desde la plaza Arica a eso de las 15.00 horas sin mediar acuerdos, nos juntábamos para irnos a esa playa que cuesta ahora reconocer. La calle Juan Martínez era la vía más rápida. Los más osados hacían el recorrido a pie pelado. El Toni, era uno de ellos, el más avezado y con una capacidad para el humor certero nunca antes visto. La calle era nuestra. Demás está decir que era libre. No había autos abandonados y la vereda aun sin pavimentar y en algunos casos de madera, acogían nuestros pasos presurosos.

Doña Haydeé, antes de irme a ese paraíso me obligaba a hacer una copia de algún cuento breve. Doña Anyelina Chiang nos dio tarea para el verano. Leímos tres novelas: La Madre de Gorki, el Señor Presidente de Asturias y Cien años de soledad de García Márquez. Iquique era a veces Macondo con sus mariposas amarillas y los gitanos parte del paisaje urbano. Nunca hubo hielo, pero sí fábrica de cal.

En la playa naufraga ese Iquique que alguna vez fue nuestro. Revientan esas olas que nos llevan a la infancia y a esa cámara que parecía volar con sus improvisados marinos.

Publicado en La Estrella de Iquique el 8 de enero de 2023, página 11.