La plaza de La Tirana es sin duda, una de las grandes referencias de esta masiva fiesta religiosa popular. Los viejos lindos como José Zuleta la recuerdan allá por los años 50 como una gran extensión llena de tierra, y no por ello, obstáculo para danzarle a la virgen. Se le debe al Cacique Farías y a muchos otros vecinos su urbanización, hecha por los propios tiraneños. Esa explanada tiene una memoria de millones de pasos de peregrinos que desde fines del siglo XIX y quizás antes, la han visitado.
La noche del 15 es tal vez, la noche más cálida de ese mes, a pesar de que la información oficial dice que el hielo cala los huesos. El regreso a las sedes de los bailes, el frío, nos recuerda su presencia. Noche de víspera, de quiebre, de puente que anuncia un nuevo día. Amanecer de fiesta. Chocolate caliente en la sede de los bailes, abrazos y a esperar el día grande.
La plaza es una de las referencias, que convive junto al templo (el nuevo y el viejo), los montes, el negocio de Farías, el cementerio (el nuevo y el viejo), el Calvario, la puerta ancha del pueblo.
Para dimensionar lo anteriormente dicho hay que visitar el pueblo un día cualquiera del año. Es imposible imaginar la cantidad de gente que se reúne como un todo.
La Tirana es la única actividad que logra reunir tanta gente con un solo objetivo, en una plaza pública. Ya sabemos como ésta, ha sido degradada por múltiples causas. Esta es una plaza abierta, antesala del templo, pasillo que sirve para unir los cuatro puntos cardinales. Lugar de encuentro con el amigo que se ve cada año, sitio de cruces de cuerpos y de miradas, de memoria de casi toda una vida. La fiesta es un inmenso cuerpo. 16 en la mañana el chute Eduardo Carrión con las cuyacas y a eso de las 10,30, Guillermo Contreras, el viejo, con su instrumento bajo el brazo y la mirada en alto, espera a sus músicos para ir a saludar a los que ya no están.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 15 de julio de 2018, página 13