Hoy la ciudad amanece con nuevo alcalde. Esta crónica la termino el viernes, por lo que aún no sé quién será el nuevo mandamás de la ciudad. Tengo un presentimiento, pero en política y en amores “se han visto muertos cargando adobes”. Más que conocer programas o propuestas de cada uno de los aspirantes al sillón municipal, conocimos consignas y banderas. La política en Iquique se carnavalizó; las caravanas reemplazaron a las concentraciones de antaño, y el debate de ideas no existió. La ideología, por último, se concentró en un jingle.
En estos últimos veinte años de gestión municipal en lo que se refiere a la cultura, hay un sólo hecho que merece ser destacado: la restauración del Teatro Municipal, ocurrida en el gobierno comunal de la Mirtha Dubost. Lo demás cabe en el terreno del espectáculo, pero no de la cultura como cultivo de la belleza. Seamos claros: no ha existido una política cultural municipal, que albergue y de apoyo a los creadores locales. No ha existido una política de subvenciones destinado al arte y a la cultura. Para conseguir apoyo municipal hay que ser amigo del alcalde -¡y eso!- o de los concejales, o bien hacer un lobby que termina por mermar la autonomía de los creadores. Todo esto en el marco de una Municipalidad que cuenta con recursos suficientes para implementar una política cultural con fondos concursables. Habría que imitar la experiencia del Gobierno Regional con el “Fondo de Pequeñas Iniciativas Culturales”, por ejemplo.
En el horizonte de los deseos de los creadores locales están instalados aspiraciones fáciles de lograr. Enumero algunos, sin ánimo de ser exhaustivo: la recuperación de la calle Baquedano, del edificio de los Ferrocarriles del Estado, la construcción de un gran centro cultural en la ex-escuela Nº 16 y en el ex-estadio Cavancha, la instauración de un Premio Municipal de Literatura, apoyo a la restauración del Palacio Astoreca y de la Sala Veteranos del 79, embellecimiento del Cementerio Nº 1 y Nº 3, entre otros.
Sin embargo, creo que el municipio posee una política cultural. Lo que sucede es que ésta gira en torno a la personalidad del alcalde. De otro modo es una política populista -bien intencionada claro está- pero que se basa en la figura de Soria. Es una política cultura sound -en el mejor sentido de la palabra- que tiene por clientela fundamental a los sectores más pobres de la ciudad. Es una política cultural destinada a desarrollar una comunidad emotiva entre los actores que la representan; es una política de masas, de muchedumbre. Una política que se focaliza en la tercera edad con elección de misses y concursos de bailes; una política, en el fondo, destinada a cautivar personas, más que a desarrollar sentido crítico inherente a todo acto cultural.
Y es lógico que así sea. El mandato populista implica ejercer seducción sobre la población; crear lealtades más que sentido crítico. Los populismos del tipo que sean, de izquierda o de derecha necesitan inhibir todo atisbo de pensamiento crítico. Y ese es su encanto. Ofrecen lo que otros no pueden ofrecer, no porque no quieran, sino porque no saben como hacerlo. La movilización de conceptos tales como “trabajamos por tu felicidad” apelan a lo que la gente más necesita. La política cultural modelo “sound” persigue eso precisamente.