Nuestros hábitos en lo que se refiere a la puntualidad marchan siempre, y por lo menos, media hora después de la hora señalada. En otros casos el uso horario se extiende a límites que alteran la paciencia. Hay quienes dotados de un humor a toda prueba han acuñado la frase “hora Soria” y “hora Intendente” para hacer notar que los treinta minutos de espera, pueden ser una, o dos horas.
Aún así hay gente que llega a la hora. Los militares y los cónsules. Los primeros por formación y los segundos también. En cualquier acto público ellos son los primeros en llegar. Hubo un cónsul chino que tenía la “mala costumbre” de llegar incluso cinco minutos antes.
Estos hábitos iquiqueños no son de ahora. Pareciera que la historia nunca nos llegó con puntualidad. La siguiente nota, que me obsequio Mario Zolezzi, tomada del diario “La Industria”, el 13 de octubre de 1886, dice: “Como lo habíamos anunciado ayer, la corbeta de S.M.B, “Conquest”, disparó a las 12 en punto el cañonazo que nos indicaba que el sol se hallaba en el Meridiano. La anarquía que reinaba en los relojes, como es natural suponerlo, era indecible, el de la Plaza Prat, el único público con que cuenta la ciudad, marcaba al sonar el disparo las 12.20”.
La hora iquiqueña es un factor que siempre hay que considerar cuando contraemos compromisos. La media hora de espera es casi natural. No llegar a la cita, también. A fines del siglo XIX, las autoridades de la época trataron de solucionar el impasse mandando a construir el reloj que hoy tenemos, y que fiel a la historia, tampoco da la hora exactamente. Incluso da la hora en forma diferente, según desde que calle se observe. En 1877, el consejo departamental decidió construir un reloj público ya que “la falta de un reloj público se hace sentir de una manera imperiosa, puesto que la población no puede normar sus operaciones sujetándolas a horas fijas, cosa que es necesaria cuanto en el comercio, como en las clases menesterosas”.
Pero habría un problema más de fondo. Las elites de la época pensaban que teniendo un reloj público la gente llegaría a la hora. En la actualidad, todos llevan ese aparato en su muñeca, pero se sigue llegando atrasado. ¿Dónde está el problema entonces?
El reloj nace como un dispositivo cultural para regular la vida económica; es la metáfora de la administración racional del tiempo; es un invento moderno nacido en la cuna del capitalismo. La frase que resume el espíritu del reloj es: “el tiempo es oro”. Es el reino de la racionalidad. En esta parte del planeta el tiempo no es oro, y el trabajo es una maldición. Aquí se glorifica el ocio y el descanso. El día lunes es el más malo y el viernes el mejor. Lo urgente puede esperar tres meses. En estas tierras el reloj es un instrumento decorativo.