1930-2016

Nació en Caleta Buena.

Jugó en la pampa salitrera.

En Iquique se enroló en el Norteamérica.

Fue el goleador en el campeanto amateur del año 1947, realizado en Iquique, en la que el cuadro local fue campeón.

Jugó por el Santiago Morning. El año 1951, fue el goleador del fútbol profesional.

La Revista Estadio escribió:

Pique y shoot

Características que trajo del norte Rubén Aguilera, hoy centro goleador en el fútbol profesional

Sin ese entrenamiento previo básico, de los primero años, ningún muchacho podría llegar a destacar como bueno o como grande en las lides del deporte. Ninguno. Es indispensable la preparación del niño deportista, la que se hace inconscientemente en sus juegos y en sus diversiones, y que, a la larga, son cimientos donde descansarán la fuerza de su campaña y la proyección de su carrera. El que no lo haya hecho, no podrá desarrollarse nunca bien. El kindergarten deportivo es indispensable. Hay quienes dicen: Yo comencé tarde; sólo a los dieciséis años me entusiasmé por ir a una cancha, por meterme en el juego o competir en una pista atlética”. Y no es ésa la verdad. Sencillamente no consideran  como inicial el afán que los impulsó desde los primeros años a correr, brincar o encaramarse en lo que pudiera.

Y hacerlo todos los días y en cuanta hora disponible. Esas caminatas o el deseo instintivo de ponerse en guardia y de tirar puñetes y evitar que se los pegaran. Además, no debe existir el niño que no lloró por una pelota, para patearla o darle botes.  Es el “ABC” que todos hacen. Unos más que otros siguen después, a medida que su organismo, se lo permite.

Se ha dicho que el norte es tierra de deportistas, y por una razón: porque los niños, más que en otras regiones, se ven siempre empujados a las canchas. Se vive más junto: todo está más cerca, y a donde miran ven unos arcos o unos cestos, donde muchachos más crecidos juegan sus partidos. Hay más tiempo. Y entre más reducido los pueblos, más pequeñas las ciudades, son menos las distracciones de otro orden y más acentuado el clima. Pero si se mira como un extraño o un enfermo al niño que no va a una cancha de fútbol. No creo que se encuentre al “cabro” nortino que no haya jugado fútbol, aunque después, más crecido, se fuera a otros deportes. No existe.

De allí la capacidad manifiesta de los futbolistas que vienen del norte; mayor todavía es la que los que proceden de las pampas salitreras o de otros lugares con canchas pedregosas e irregulares. Los inconvenientes los hacen más duros y más resistentes. Es reconocida la calidad física del nortino. Los que van por primera vez a esas regiones quedan admirados del entusiasmo, de la devoción con que se hace  deporte donde la naturaleza de pocas facilidades, donde el ambiente es más pobre y donde las instituciones carecen de recursos indispensables. Quedan admirados de ver como se practica y se estrena sin método y sin orden, sin orientadores técnicos, y como se malogran y se pierden cientos de promesas. Para todos los deportes. Hay diez, veinte, treinta, en cada época que logran salir y radicarse en los centros del territorio, donde al ambiente superior le permite revelarse en toda su amplitud; pero hay cientos que se quedan, que se estancan y se pierden, porque el ambiente, de horizontes más reducidos, los marchita. U otras obligaciones los dejan allí amarrados.

El fútbol profesional chileno, en su campeonato de 1951, ha destacado en la primera línea de jugadores que vinieron de las regiones áridas. Ya éstos venían sobresaliendo de temporadas anteriores; más parece que ésta le proporcionará la consagración definitiva. Están ya más maduros. Y se ha visto el caso curioso y convincente de que en la última nómina de goleadores figuran tres nortinos, y en colocación, como si fuera el orden geográfico. De norte a sur: Carlos Tello de Arica; Rubén Aguilera, de Iquique, y René Meléndez, de María Elena. La clasificación no puede ser más sugestiva. Del norte vienen los goleadores; pues a mirar más hacia  allá, que en las canchas nortinas y pampinas, se están incubando forwards que tienen dinamita en sus pies y vivacidad en su mente.

Rubén Aguilera es iquiqueño, mejor dicho tarapaqueño. No nació en el mismo puerto histórico, sino en uno chiquito que está más al norte, y que en el tiempo de apogeo del salitre fue de intenso carguio. Nació en Caleta Buena, en la misma tierra de Arturo Godoy. Nació allí; pero como el vigoroso gladiador, ya más crecido,  se crió y desarrolló en el puerto grande.  Por eso dice, hinchando el pecho: “Soy iquiqueño”. Pero su kindergarten deportivo lo hizo en la pampa donde trabaja su padre, en la oficina salitrera Santa Laura. En las canchas ásperas que rodean los salares ariscos o la piedra salobre del abono famoso.

– Jugábamos a toda hora. En la mañana, después de la escuela, a patear una horita antes de almorzar; el calor y el sol no eran inconvenientes.  Después, a almorzar a la carrera y a la escuela nuevamente. A las cuatro de la tarde, a la cancha hasta que anocheciera. Y había, en verano, noches de luna,  en que también jugábamos partidos. Los muchachos iban a la escuela, en la mañana, con los libros, los cuadernos, y los zapatos con puentes debajo del brazo. Otros lo llevaban siempre puestos. En la pampa, en el caliche no se pueden usar zapatos buenos, y además los padres saben que está el fútbol.

En esos lances maratónicos de todos los días, en las canchas de Santa Laura. Ya lució las aptitudes que después lo iban a destacar en las canchas grandes. Al armar los partidos los chicos tostados y sudorosos, siempre había un puesto indiscutido: centroforward, Aguilera. El sabía meterse por entre las defensas y disparar con soltura. Gol de Aguilera, es un grito que se ha repetido desde que se puso los zapatos duros. Desde que usó el primer uniforme deportivo, el del Julio Gutiérrez, de Santa Laura, club de juveniles y noveles, y desde que, a los dieciséis años, lo pusieron en el primer equipo adulto de la oficina, para enfrentar a los de Peña Chica, Mapocho y Humberstone, las oficinas cercanas. Y era un niño; no era crecido y fuerte para disimular la edad.

Prometía mucho, y no faltó quien se fijara en él; Julio Valencia, dirigente del Norteamérica, uno de los clubes con más tradición en el fútbol tarapaqueño. Bajó con gusto al puerto para vestir la enseña verdiblanca. Era del Norteamérica por herencia, por familia. Era el club de su papá y de los amigos de su papá; de Nicolás Páez, hoy su padre político, que fue un ídolo de muchas generaciones iquiqueñas. Un full-back que, de haberse trasladado a la capital, en su tiempo, habría sido crack de muchos quilates.

La figura del “Longo” Páez es inolvidable para miles de tarapaqueños, que lo vieron lucirse en las canchas con sus ricas aptitudes de múltiple defensa, con su físico imponente y una agilidad y destreza que desdecían su porte y su peso. Zaguero para ser un astro en las canchas de más jerarquía. Sin embargo, se quedó en el norte, y el futbol chileno perdió un figura de excepción. El Norteamérica era también el club de Víctor Alacchi, el centroforward que admiró Aguilera desde niño y que disponía de casi idénticas aptitudes a las del hoy centro del Santiago Morning. Alacchi vino al sur a probarse por el club Magallanes, pero ya cuando había dejado pasar lo mejor de su carrera deportiva.

 En Iquique hay tiempo para el deporte; la juventud le dedica todas sus horas libres, y de allí la razón por qué los muchachos no practican solamente uno. Tienen uno para la mañana y otro para la tarde. Se recuerda el caso de Freddy Wood, que destacó en tres o cuatro en la misma época. Aguilera jugaba futbol por el Norteamérica; hacía atletismo por el Olimpo y cuando ingresó al servicio militar, jugaba basquetbol por su regimiento, el Blindado. Hacía futbol, atletismo y basquetbol. Todo le sirvió de entrenamiento para ser el crack que hoy se pone en evidencia. Especialmente sus años en el atletismo, salto largo y triple y vallas altas. Eso le dio soltura para cabecear la pelota y el sprint para adelantarse a las defensas.

Hace algo más de tres años, el cronista estaba de paso en Iquique, y  Guillermo Valenzuela, distinguido dirigente le dijo una mañana en la playa de Cavancha:

-Mira; aquel jovencito es Aguilera. Recuérdalo. Un día vas a hablar de él para señalarlo como un crack. Santiago Morning se lo lleva a la capital, y yo he facilitado todas las gestiones- era y es presidente del club de Aguilera-, porque mi obligación es apoyarlo en su carrera. Aquí no iría muy lejos. Ya lo verás; tiene dos condiciones para triunfar como centro delantero: buen pique y patea fuerte con las dos piernas. Recuérdalo; se llama Rubén Aguilera.

Resultaron proféticas las palabras de Guillermo Valenzuela Koster. Pique y shot de los dos pies, son las aptitudes sobresalientes del joven iquiqueño, que ya se hace nombrar entre los mejores centros del futbol chileno. Está dicho que se viene manifestando desde dos temporadas atrás; pero un afán inexplicable de la directiva de su equipo se ha empeñado en ponerle obstáculos. Porque obstáculos son el haberlo detenido en dos o tres años, desde que llegó para sacarlo del puesto de su especialidad. Siempre se les ha dado preferencia a otras, y se la ha hecho actuar de wing. No quieren creer que es centro delantero, y hasta sospecho que todavía no están convencidos, pese a la campaña de las últimas temporadas, que ya se hace innegable en 1951. Estiman, posiblemente, que su discreta estatura o su poco peso son razones para no tener confianza en que sepa ser un buen eje del ataque; que se deje amilanar por defensas rudas, sin comprender que con su velocidad y su desmarque puede suplir lo que otros hacen con empujar y vigor.

En la temporada pasada comenzó como goleador de nota, y sus impactos señalaron una campaña notable del equipo; mas esos éxitos parecían  no gustar dentro del comando del club, y lo sacaron. Santiago Morning fue dando tumbos, porque en cada tarde aparecía con una conformación nueva en su ataque; y al final del año volvió otra vez con Rubén Aguilera al centro de la línea, volvió a golear y volvió a ganar más que a perder. Había hecho dieciséis goles en el torneo de preparación; pero eso no bastaba. Conformaba de centro a todo el mundo, menos a su entrenador y a sus dirigentes. “Tienes poco peso –le decían-; no te puedes la pelota.” Aguilera de wing y Rebello de centro. Una tarde jugaban contra la Universidad de Chile; tarde negra como la V que llevan en el uniforme. Seis a cero; el ataque no marchaba. De fuera llegó la orden cuando faltaba un cuarto de hora: “Aguilera, pásate al centro”. Se levantó el equipo, y marcó dos goles. Seis a dos fue el score, y los dos goles, de Aguilera. Ha sido goleador siempre. En ese Nacional de 1947, que se jugó en Iquique, el cuadro local salió campeón, después de vencer a Arica dos veces, a María Elena, Tocopilla, Ovalle, Concepción y empatar con Los Andes. Iquique campeón, y Rubén Aguilera, scorer del torneo. El teniente Luemberg lo había recomendado un año atrás a Santiago Morning; pero el papá no le daba permiso. “Está muy tierno todavía  y allá los profesionales me lo van a golpear mucho”, aducía. Después del campeonato nacional volvió el teniente Luemberg a su tentativa, y un día el “pollo” de los goles se embarcó para el sur.

-No creo que haya cambiado mucho desde que comencé –declara Aguilera-. Siempre me ha impulsado el afán de irme por el camino más corto al gol. Víctor Alacchi me dio los consejos que le dictaba su experiencia, y después, para el Nacional del 47, entrenamos bajo las órdenes del teniente Omínami, que había hecho un curso en Santiago, y entonces supimos de sistemas y de marcaciones. Iquique ganó el título nacional porque jugaba un futbol con marcación.

No ha visto grandes centroforward y ha visto poco futbol internacional; sólo el Campeonato de Campeones y después ese Cuadrangular en que actuó el Nacional, de Montevideo. Fue su bautismo internacional. Empataron a dos con el Nacional; los dos goles del Santiago fueron de Rubén Aguilera.

Tomado de Revista Estadio

Año 1951