La muerte tiene la puntualidad que los iquiqueños no tenemos. No le dio ni un día más a nuestro Rulo querido. Lo cercó y lo redujo a esa calma que tanto necesitaba.  Con su inmensa alma, y con la frase precisa en esos labios que levantaron consignas y besos de amor a su Carmen querida y a su hijo Freddy, levantó  barricadas,  distribuyó panfletos, quemó paisajes cubiertos de sombras, incendió esperanzas.  Nuestro Rulo era poeta. Pero prefería definirse como combatiente, que viene a ser casi lo mismo.

 Era imposible no querer al Rulo. Imposible no dejarse impresionar por esas síntesis que hacía de la vida. Preciso y tajante como un cuchillo recién afilado.    No era de aquellos que andaban por la vida pidiendo permiso para ser feliz. Lo suyo siempre fue un constante desafiar a las leyes que promulgan  la desigualdad, la injusticia y la humillación. El Rulo, mi querido amigo Rulo, esgrimía el verbo con distinción. Hombre de mil oficios, siempre buscó la mejor forma de estar con aquellos a quienes el mercado no le tocaba con su varita mágica. El pan de su casa, era el pan de todos. En su casa la multiplicación de los peces era un hecho cotidiano.

 El Rulo sabía todo lo que ocurría en Iquique. Se las arreglaba para estar informado de cuanto acontecía en esta ciudad con complejo de Miami. Y para ello no precisaba leer la prensa ni cosas por el estilo. Habitaba esta ciudad que no era suya –y lo marcaba con su clásico sentido del humor- como si hubiera nacido aquí. Pero era de los nuestros: iquiqueño y socialista. Era más lo segundo que lo primero y viceversa. De iquiqueño se postgraduó con sus amigos como el  “Pipi” Carreño, “Cachupín” y “Chicora”;  en  lo segundo, se doctoró con ese hombre épico que se llama Freddy Taberna. Por lo anterior podemos concluir que el Rulo era morrino. Su alma mater era el viejo barrio El Morro.

 Los que afirman que el Rulo ha muerto mienten una vez más. Yo lo seguiré viendo con su sonrisa al viento, su camisa manga corta, caminándose las calles de esta ciudad. Observando y sintetizando la vida en sus frases célebres. Re-nombrando las cosas para que adquieran su verdad. Rebelándose contra todo aquello que oliera a denigrar al ser humano. Preguntando por situaciones que la mayoría no quiere preguntarse.

 Raúl Arancibia, el Rulo, se nos fue pero nos dejó lleno de tareas. Y no bastará con invocar su nombre o conjugar sus verbos preferidos. No. Una de esas tareas es la de evitar la complacencia y el discurso fácil. Y en los momentos más duros esgrimir la frase perfecta, que hacía estallar el sol sobre lo que queda del Cerro Dragón.

Esa ave negra que se llama muerte se llevó al Rulo. Resistió todos esos años duros, negros e injustos.  Pero con la parca  no

pudo. Ojalá esa ave lo deje en aquel lugar donde siempre quiso estar. Utopía se llama ese territorio. Y cada vez que digamos utopía estaremos diciendo Rulo y viceversa.   De  Iquique no sólo echaremos de menos la  Plaza Prat, echaremos de menos también al irreductible, al honesto, al coherente, o sea  al Rulo.

Publicado en La Estrella de Iquique, el julio de 2006