Ni el mismo Ruperto se pudo explicar el éxito que tuvo en el festival de Viña. Y no es tan difícil explicar el par de gaviotas que sacó esa noche en lo que algunos han señalado como el peor festival de la historia. Más allá de esos juicios apocalípticos es necesario señalar algunas cuestiones que nos ayuden a entender el porque un cómico actuando de borracho consigue lo que consiguió.
No son pocos los que comentan, aludiendo a nuestro carácter nacional -si es que existe algo así- nuestra melancólica forma de ser, O para ser para ser menos dramático, subrayando la seriedad como una forma propia de nuestro ser. Seriedad que a veces se confunde con gravedad. De allí nuestra proverbial autodefinición de “ingleses del Pacífico”. Por mucho tiempo, el gris fue nuestro color favorito. Un ensayo de Pablo Hunneeus, “El hombre de gris”, subrayaba esa condición.
Fiel a nuestra forma de ser, el borracho es el borrachito. El diminutivo opera como otro código de nuestra forma de ser, al decir de algunos, superada en parte, por nuestros éxitos económicos. No en vano, nuestros vecinos nos ven como prepotentes y mal educados.
Ruperto, en términos de icono popular es una figura gastada. Los borrachos, ya lo sabemos son parte de nuestro paisaje sociocultural.Se trata de ese personaje que vive en la miseria, que hace del arte del “machetear”, su principal estrategia de subsistencia. Es el simpático que se mueve como si el epicentro del sismo estuviera bajo sus medias suelas gastadas. Es un borracho construido en base a negar o a ignorar sus miserias a cambio de su simpatía. Nadie sabe de sus delirios ni de sus tragedias, ni mucho menos.
Ruperto conecta con el imaginario nacional y popular. Su triunfo en Viña es de alguna manera la rehabilitación de los marginados que ahora pueden alcanzar el éxito que se le niega en la vida económica. El pueblo que va al festival, ejerce la democracia disfrazado de monstruo. Es nuestro carnaval como lo dijera acertadamente Pedro Lemebel. Allí en las gradas se vive el mundo al revés. Pero es un mundo que ya terminó. Ruperto ahora deberá demostrar porqué triunfó. Pero, para ello no basta cimbrarse sobre el escenario, ni hacer piruetas circenses. Me temo que lo de Ruperto sea tan solo flor de un día.
El humor de Ruperto no es blanco. El humor, a diferencia de los hombres y las mujeres, no tiene color. Es humor a secas. Que carezca de garabatos no lo hace mejor. Lo peor es que la figura sobre la cual se construye puede ser peligrosa. ¿No será una incitación al alcoholismo? A lo mejor el discurso de fondo es que el que afirma que para ser simpático hay que tomarse algunas copas de más. ¿Qué pasaría si el día de mañana,se construye un personaje basado en el consumo de pasta de base, o en un violador, o en un torturador?.El humor en Chile está basado en buena medida en el descrédito del otro, el más débil, el pobre. El personaje de Bigote Arrocet o de “La Cuatro Dientes” corren por ese mismo carril. De allí la gracia de Coco Legrand o de Les Luthiers, una radiografía de los otros, del poder, de la clase media y de la otra que está más arriba.
En todo caso Ruperto es fiel expresión de lo que somos. El tema es que hay muchos Ruperto que vagan por las calles sin auxilio de nadie. Con las gaviotas que el monstruo le regaló creemos haber tapado esa dramática realidad.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 5 de marzo de 2006. A-9