Travolta nos puso en onda. Eran los 80 y este país no estaba para bailes. Iquique empezaba a cambiar la piscola por el whisky. Todos querían ser como él. Y ellas como la Olivia Newton John. Los Bee Geess remplazaron al Quilapayún. Las voces de ese trío se esparció como la camanchaca en las noches frías de esta ciudad que ya empieza a darse cuenta de eso que llaman invierno. ¿O serán los años que han enfriado el cuerpo y el alma?
Travola que era Tony Manero, se convirtió en el sueño de todos aquellos que carecían de realidad. Entonces los ternos blancos con sus respectivos chalecos le dieron trabajo a aquellos que con los años desaparecerían del tinglado de los oficos solemnes: los sastres. “Hágame un traje a lo Travolta” le decían al sastre de la esquina. Este tenía que dar por supuesto de que se trataba. Uno, tuvo que ir a cine a ver la película para saber de que se trataba. No conocía al actor y menos el traje. Y claro, se había acostumbrado a las tenidas tipo Gardel. “Y póngale doble hilo” le repetía el cliente. Y tenía razón, a otro se le había rajado la manga en plena maroma travolesca. Gardel baila cara a cara. Travolta, sin embargo, era una especie de acróbata que necesitaba un buen par de metros cuadrados para lucir sus dotes de bailarín.
En el barrio Travolta fue héroe y villano a la vez. Por ser cono él, más de un altercado hubo. Pero, a decir verdad, el problema era la Olivia nuestra. Una especie de “rosa inalcanzable” diría Borges. Ella, la rubia de la comarca, concentró las miradas de un modo certero. Las demás se hicieron a un lado y entendieron a la perfección, que su lugar natural era hacerle el coro. Esas segundas voces que sólo son eso: segundas. Importantes, pero segundas. La rubia nuestra, teñida o no, da lo mismo, se las arregló para marcar la diferencia. Lo demás es historia conocida.
Pero no por ello, digna de no ser contada. Una tarde de verano, nuestro Travolta, con su traje hecho a la medida, olvidó que el baile con la Olivia, era solo eso: un baile. Y que la película en cuestión, si bien es cierto, puede guardar relación con la realidad, era solo eso. Una tarde cuando la gente está en la playa. El otro, que sin vestirse de Travolta, ni creerse Tony Manero ajustó cuentas. SI bien es cierto no bailaba en esos metros cuadrados, más cierto aún, era él quien gozaba del cuerpo de esa Olivia teñida o no, ese no es el problema. Travolta y Manero, cayeron al suelo como si fueran un solo hombre, y lo era. Una delgada cortapluma le atravesó el cuello. Cayó en el medio de la plaza desierta. Claro, los otros, el coros y sus amigos, se bañaban en la playa.