Bajo el ingenioso nombre de “Dos pájaros de un tiro”, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina han logrado cautivar a una audiencia que en muchos casos prefiere más a uno que a otro. El caso es que Sabina y Serrat han montado un espectáculo de alto nivel. Las diferencias entre ambos se enfatizan y con ello el espectador lo que hace es ganar. Cuando el catalán canta “Princesa”, esa canción himno dedicada a cualquier mujer del carrete de fin de siglo, creemos por un momento que le pertenece al hincha del Barcelona. Lo mismo sucede cuando el “flaco” interpreta el “Poema de Amor”.  En ese momento uno cae en cuenta de que los mejores intérpretes lo son, cuando logran darle a la canción de otro, su propio estilo.

Una puesta en escena en la que nada está al azar. Cada cosa cumple su función y remite al imaginario de las penélopes, las lucías, los piratas cojos, de las pastillas para no dormir, y una larga serie de canciones que pueblan el horizonte de muchas generaciones. De los long play de Serrat que aterrizaban en Iquique, y que la radio Lynch popularizó, hasta los cds piratas en los que la voz de Sabina con su “nos dieron las 10”, hizo soñar al Chile de la transición con la noche abierta, y de paso nos advierte del boom inmobiliario que destruye el bar del verano para levantar una sucursal de un banco, nos hablan de los años 60 al fin de siglo con todo lo que ello implica. Serrat es la democracia perdida. Su Penélope es la que espera al amante que desapareció.  Sabina, la pérdida del optimismo. Escuchen Lucía y Princesa y me entendarán mejor.

Sabina y Serrat, son los grandes cronistas urbanos de una sociedad que ya no se reconoce en el campo. El nombre que le sabía a hierba al catalán, remite a una sociedad campesina que se desplazó violentamente a la ciudad. Sabina, por su parte, hace de la noche y de sus vericuetos, los bares y las alcobas, el lugar del desamor y del nihilismo: “no tengo más religión que un cuerpo de mujer”. Serrat ya no canta vuela esa canción para ti, Lucia. Cuestiona la política, a través de la  ironía del entre esos tipos  y yo, hay algo personal.  Lo mismo puede decirse de la banda de música. Ricardo Miralles, el arreglador de los versos de Machado, y Antonio García de Diego, el de la guitarra de Sabina, logran unir dos narrativas musicales con un fondo y un frescor pocas veces oídos. Escuchar el Mediterráneo en los tiempos del estado de sitio, no es lo mismo que tararearlo hoy. Y no son aquellas pequeñas cosas. 

La posibilidad de la muerte aparece con un fondo tenue. Ambos pisaron su umbral. De allí la canción en tono de flamenco del muerto que andaba de parranda. De allí,  el verso de Miguel Hernández “aún tengo la vida”. La libertad es la negación de la muerte.

Hay días y noches que son de fiestas. El problema es que cuando terminan, el pobre vuelva a la pobreza y el rico a su riqueza. Cosas de la vida.