El regreso a casa el cuerpo portaba resto de sal y sabía a salado. El agua salada habitaba todos los poros. De ahí la necesidad de pedirle a la dueña de casa, de esas casas hermosas de la calle Amunátegui, hoy convertidas en pub, que con manguera en mano, te ayudara a sacar la sal. Algunas tenían higueras que te ofrecían generosamente brevas. La familia Gallo habitaba una de esas mansiones. Nuestra infancia las veía así.

En casa te esperaba ese baño, que consistía en un tambor de aceite encementado por dentro, y con jarros de latón, el agua halada,  te devolvía el sabor al barrio, al hogar de la calle Bolivar.  El calefont era un lujo de unos pocos. El té y el pan con mantequilla,  al caer la tarde te daba el impulso necesario para irse al camino a jugar a la chaya y a escuchar la música en vivo. El ritmo de la ciudad era de 45 revoluciones por minutos. Y la luna se parecía a un vinilo de 33. “El lado oscuro de la luna” aun no se grababa.

Por las tres radioemisoras se escuchaban las canciones de verano. Había cantantes especializados en esa estación del año. Una de las más taquilleras que recuerdo era la del “Verano Naranja” de Donald, un discreto cantante argentino.   La Nueva Ola, se alimentó de estos meses. Gloria Aguirre, nos interpretaba una canción de Gino Paoli,  “Sabor a salado”  creíamos que a nosotros nos susurraba. “Cuando sales del agua/ a secarte en la arena”. Empieza a despertar el adolescente. El paroxismo se alcanzó con “Fuiste mía un verano” de Favio con ese verso “como olvidar tu pelo”. Larry Wilson y Alan y sus Bates, entre tantos otros le cantaban a esa larga estación del año. Un grupo español Los Diablos, le puso un ritmo contagioso a los meses de enero y febrero: “Un rayo de sol…”.

A la hora de las canciones favoritas me quedo con esa de nuestro Mick Jagger: “Entre la arena y el mar”, del gran Peter Rock, que entre sus otras gracias, imitaba a Cantinflas.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 29 de enero de 2023.