Para los del barrio, y para esa gran barriada que es el sector norte, la iglesia se llama San Gerardo. Oficialmente el nombre es largo, muy largo: Parroquia del Santísimo Sacramento de la Eucaristía de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Ubicada en el corazón de el Colorado, los Padres Redentoristas que venían de Alsacia, decidieron levantar, para ese tiempo, ese inmenso edificio de madera. La idea era misionar en ese sector populoso habitado por ferroviarios, pescadores y matarifes.
El 1 de noviembre de 1908, el templo abrió sus puertas. La idea era prestar servicios religiosos a la toda la comunidad de Iquique. Una ciudad que para los representantes del clero necesitaba la mano de Dios. Y era lógico que así pensaran. El proletariado combativo de esta zona se sentía más en sus anchas bailándole a la virgen en vez de asistir a los templos. Conforme la ciudad avanzaba por el norte, se creó la capilla de la Plaza Arica el año 1933, y en el 1964, la de la San Carlos y la de Santa Teresa.
A la iglesia de San Gerardo, debíamos ir todas las tardes a recibir las clases de catecismo. Bajo la atenta mirada y entusiastas lecciones de la profesora Ana Gangas, nos enteremos de la vida, pasión y muerte de Jesús. Todo en función de llegar preparados para el día 8 de diciembre. La primera comunión se nos presentaba como un día inolvidable. El barrio se movilizaba atravesando el Matadero, bajando por cerros que para ese entonces, eran grandes, cruzar el puente, haciéndole cachañas al tren de carga, y llegar a la escuela que estaba al lado de la iglesia. Ida y vuelta. Era nuestro peregrinaje. Otra forma de expiar los cientos de pecados que la vida del barrio nos había enseñado.
La San Gerardo, a ojos de ese entonces, era un monumento. Y debe seguir siéndolo. Reproduzco un párrafo de la novela de Nicomedes Guzmán “La luz viene del mar” en que nos habla de esta edificación: “… la torre de San Gerardo, obscura también, se mimetizaba con los matices tristes y fatales del barrio mismo, se elevaba con timidez contra los cerros, o, acaso, más que con timidez, con voluntad hermética y apasionada, de acercar a los cielos la pequeña población que se extendía a sus plantas”.
Sin duda toda una innovación para un barrio humilde. En los años 60, cuando los iquiqueños “inventan” el baby football en la Plaza Arica, los coloraínos se presentan con un equipo que se llamó San Gerardo. Eran buenos, como que jugaban los Zuñiga (Aldo y Amaro) y Arturo Pizarro, entre otros. Un equipo, eso si, nada de santo.
Que mejor para terminar este breve retrato de esta iglesia que citar una vez más a Nicomedes Guzmán: “Las campanas de San Gerardo estaban doblando luenga y profundamente. Los musgos del bronces se desprendían con suavidad del metal sonoroso y se venían hasta la plata, buscando el encuentro del mar, por entre los tamices diáfanos del aire”.