sandro 30 aniversario

 

Sandro tiene que ver con nuestra adolescencia, esa etapa de la vida que se vivía en Iquique con una buena dosis de ingenuidad. Y recalcó lo de Iquique, ya que la adolescencia en Dublín o en Madrid, giraba creo,  sobre otros ejes. Sandro nos llegó por la radio AM y por discos LP y 45 rpm que la industria musical dejaba caer en este puerto que empezaba a oler a harina de pescado. Recuerdo ese LP con su foto en primera plana y vestido con una especie de beatle de color amarillo. Luego arribó para quedarse con sus películas. Causó tanto alboroto como cuando se estrenó “La Noche de un día agitado” de los jóvenes de Liverpool.

Portada de las revistas “Ritmo de la Juventud” y de “Rincón Juvenil”, el Gitano ya era parte del paisaje. Sus canciones servían para expresar una sensibilidad poética que se la tenía que ver con la narrativa igual de poética de la nueva canción chilena. Pero no había contradicción. Para la plaza pública, las canciones del Quilapayún, para el baile face to face, “Penumbras” era el 45 rpm, más solicitado.

Sandro instauró una estética y de paso reivindicó  a los gitanos. Su estética hecha a puro rock, nos hizo pensar en la posibilidad de que el invento anglosajón, al igual que el fútbol, podía hacerse bajo nuestras propias coordenadas. Escucho “Tengo” y lo anterior me queda más claro aún. “Una muchacha y una guitarra” por si queda alguna duda. Roberto Sánchez, su nombre, ya que el oficial del registro civil, le impidió que se llamara Sandro como su padre quería, pasó del rock a la balada como si nada. Hizo del temblor de su cuerpo una marca de identidad. Era cuerpo y voz, sensualidad y respiración profunda, pasión y puesta en escena.

Los argentinos que son buenos para convertir a sus seres queridos en más que seres humanos han dicho que ha muerto Sandro, pero que ha nacido el mito, la leyenda. “Es como si Gardel hubiera muerto de nuevo” dice la Mirtha Legrand. Y algo de cierto hay en ello. Algo tienen nuestros vecinos con sus ídolos, y es, precisamente cariño.

Estuvo en Iquique, en el teatro Nacional, una noche, creo del día jueves. Tuve la suerte de colarme y entrar de “pavo” y en primera fila de esa platea reservada sólo para los que tenían dinero. Lo tuve a diez metros o quizás menos. Entonces la adolescencia, ingenua como ya dije, por lo menos la mía, supo de ese candor y de esa capacidad que años más tarde entendería, y que se llama carisma, que atraía sobre  todo a las mujeres que suspiraban por cada movimiento de caderas que el gitano ejecutaba. Los que empezábamos a hacernos hombres veíamos en Sandro el modelo a seguir.

Inédita