La Semana Santa de la infancia, tenía un tono gris. El otoño ya otoñaba por las calles de Iquique, aunque las hojas de los árboles no nos avisaran.

Subir el cerro no era lo nuestro en esos días. En otros si, ya había que traer brillantina, y encontrar algún tesoro que sigue sin hallar. La música “selecta” se adueñaba del dial y las tres radios AM se sumaban a la pena casi universal del sacrificio de Cristo.

El pescado se adueñaba de la cocina. A los comerciantes, no sólo los movía el lucro, sino que también la fe. Al caer la tarde, fieles en procesión rezaban y cantaban a media voz. La ciudad se llenaba de susurros. La pelota y la bicicleta no se podía usar.  Iquique olía a crisis, a jazmín, a velas encendidas. En viernes santo, el sol caía más temprano.

Se caminaba por las calles silentes con el cuidado de no patear piedras y menos algún tarro de atún vacío. El pecado estaba por todos lados. Los garabatos quedaban en entredicho, en espera de días más profanos. Ni los perros se atrevían a ladrar. De vez en cuando una carreta tirada por un burro fatigado rompía el silencio de ese viernes represivo y bíblico. Silbar una canción larga estaba en la lista de las prohibiciones. Hoy comer pescado en viernes santo, es casi un milagro. La cojinova parece cuestión de un pasado ya ido. Otros pescados aún habitan en la memoria gastronómica. La reineta aparece como el pez a disfrutar. Los jureles se han perdido en las profundidades del olvido.

La ciudad se recogía como queriendo expiar los miles de pecados de un puerto abierto al mundo y en viernes santo, parecía encontrar consuelo. Los bares y fuentes de soda no atendían, la música clásica reemplazaba la música ligera, según la poca feliz expresión del padre de Gustavo Ceratti.

En Semana Santa Iquique era un poco Jerusalén. Y los Judas no eran pocos. Todos cargaban y a su modo, su cruz. En el Cerro La Cruz aún estaba la cruz, aunque al parecer, nadie le tomó una fotografía.

Publicado en La Estrella de Iquique el 17 de abril de 2022, página 11.

Fotografía tomada del muro de Aníbal Valenzuela