Las servilletas no sólo sirven para los fines que fueron creadas, sino también para dejar testimonio. Me refiero a las de papel, ya que las antiguas, las de género, aun sobreviven pero en mesas abundantes y distinguidas. Limpiaban manos y labios y en muchos de los casos, una que otra lágrima, uno que otro romadizo. Los que carecían de este artefacto, o usaban el mantel de la mesa o simplemente la manga de la camisa. En ambos casos los retos llegaban por igual.
Hay miles de historias que quedaron grabadas en esas servilletas, que en ese entonces aparte de ser de papel, eran blancas. Hoy, existen de diversos colores. En las blancas el enamorado escribía la letra de una canción o bien un verso que a lo mejor podría ser el más triste de esa noche. Hoy el whatsapp cumple la función del testimonio.
Eduardo Lalo Espejo me contó que la letra de la canción «No llores por amor», Pato Pineda la empezó a garabatear sobre una alba servilleta. Nunca me dijo o bien no se quería acordar en que restaurant sucedió ese acto creativo. (Los músicos no trabajan mucho la memoria). El Roly Lara me confesó años después que fue en el José Luis, un referente en restaurante de esos años.
Con una pena de amor tan grande como el inmenso cerro Dragón de antes, deletreó lo que lo sería uno de los acordes de nuestra banda sonora y que los News Demons hicieron bailar a media ciudad. Al reverso casi como una venganza Pineda compuso «Todo pasó». Le pregunté al Lalo por esa servilleta, pero siempre tenía la misma respuesta: no me acuerdo o algo así. Seguro que el tiempo la borró pero nos quedó el vinilo y ese documental que rodamos para inmortalizar a esos muchachos de la década de los años 60.
Conozco una sola canción que refiere a este papel. La canta Piero «Y en una servilleta blanca yo te dibujaba…» (Llegando, llegaste). La servilleta no sólo servía para limpiarse la boca, sino que también para estampar diversos estados estados de ánimos.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 28 de octubre de 2018, página 14.