La desaparición del Palacio Mujica (no todos sabían que así se llamaba ese lugar) ha reavivado la memoria sobre ese lugar. Pero ha sido de largos trazos, y por lo general lleno de lugares comunes. Pero, ya los sabemos construir memoria no es tarea fácil.
Poco o nada se sabe de su historia y sobre el modo en que se usó. Si nos atenemos al dato de la vida cotidiana, fue casa habitación hasta que la dejó de ocupar la familia Provoste-Fernández. La vida social que allí se desarrolló es casi un misterio. Hay más antecedentes, por ejemplo, cuando ese edificio se convierte en un liceo técnico profesional, una novedad para la época. Empezaba la revolución en la educación, y el empresario Eduardo Cabezas, motivado por el crecimiento de la Zofri, instaló ese establecimiento educacional. La idea era proveer a este polo dinámico de la economía regional de profesionales capacitados en temas de comercio exterior, entre otros.
Sin embargo, el aura de ese palacio creó las condiciones para que un grupo de profesores y estudiantes, además de gente de la comunidad local conscientes de que la ciudad carecía de espacios para el arte, organizó una serie de actividades culturales. Fue así como los poetas de la época, entre otros Juvenal Ayala, Guillermo Ross-Murray, Jaime Ceballos, Jorge Aracena, entre otros y otras, crearon una noche poética con lectura de sus obras como para expulsar a los demonios autoritarios que invadían la ciudad. A una de esas reuniones llegó Hernán Rivera Letelier antes que la reina Isabel lo conquistara para la novela. Un libro del fotográfo Carlos González recoge esa foto que ya es histórica. En ese entonces el Palacio Astoreca tenía sus puertas cerradas… para nosotros.
En ese mismo colegio con la ayuda de estudiantes que querían saber otras cosas más que de balanzas de pagos, creamos un micro-medio que se llamó “Abrelatas” que tenía unas fotografías de Hernán Pereira. Todo en papel roneo y a mimeógrafo (se agradece a Matus Lizardi, por la valentía). No había recursos para fotocopias.
Un sábado por la tarde, de otoño para ser más preciso, organizamos un café que no era “concert”. La idea era hablar de Silvio Rodríguez. Un texto escrito y luego publicado en Amsterdam que pretenciosamente se titulaba “Para escuchar a Silvio Rodríguez” pretendía dar las claves para dar con esa poética que circulaba en casete mal grabados. La voz y la guitarra del Pato Canales, una leyenda urbana, interpretaba “Te doy una canción” y “El papelote” entre otras rebeldía como “La canción del elegido”. Afuera la ciudad vivía el sueño de Taiwán y los autos japoneses invadían el asfalto acostumbrado a los coches Victoria.
Ahora que no queda nada del palacio Mujica, refresco la memoria con estas notas. En sus salas los que entonces éramos jóvenes, soñábamos con “quemar el cielo si es preciso para vivir”. El fuego hizo lo que mejor sabe hacer. Les queda a los fantasmas repetir esos poemas y esas canciones que en los años 80 eran el único modo de hacer otra cultura.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 10 de febrero de 2008