Los derechos humanos en Chile tienen varios nombres. Uno de ellos es Sola Sierra. Murió de pena, pero no de rabia. La recuerdo con voz segura agitando el rostro de los detenidos desaparecidos. Fue la estatura moral de un país enano. Fue la memoria activa  de  un país que no cultiva el jardín de la memoria.

La pregunta ¿Dónde están? la acompañó hasta el final. Sigue esperando la respuesta que no vino de Londres y Madrid.

Su madre no alcanzó a llegar al Hospital cuando la parió. Nació sola comentó su padre. De allí el nombre que como un estigma la persiguió hasta la Plaza Egaña,  cuando su compañero desapareció. “Puerto Montt” o “Moneda” habrá sido el  destino que Pinochet decidió. El suyo, lo forjó cada día entre los Tribunales y la Vicaría, entre vigilias y promesas no cumplidas.

Tuvo derecho legítimo al odio, pero no lo ejerció. Lo suyo fue el rostro serio. Los lores la hicieron sonreír no en señal de venganza, sino como atisbo de justicia.

La Sola pasará a engrosar la lista de los dignos. Aquella que encabeza Caupolicán y Miguel Enríquez, Galvarino y Salvador Allende, Arturo Prat y Freddy Taberna.

La imagen de la Sola nos incomodaba, por lo mismo que nos recordaba que en este país falta gente. Esa que habita aquel continente fundado por la dictadura que se llama detenidos-desaparecidos;  eso que se mueve entre la vida y la muerte.

Muchas niñas deberían llamarse Sola.