Por mucho tiempo, las calles Tarapacá y Vivar fueron el centro indiscutible de la ciudad, la intersección que unía a toda la población. Para darse cuenta de ello, baste ver las fotografías que evidencian con elocuencia tal situación.  Al frente donde alguna estuvo la Recova, la ocupó la Ilustre Municipalidad, y a su lado la Casa del Deportista. Entonces, el deporte ocupaba un lugar central en la tierra de campeones.

Hacia el sur, la calle Zegers, operaba como frontera natural. Hacia el poniente, la Plaza Prat, jugaba el mismo rol. Vivar y Tarapacá, en una especie de  L, sostenía y reproducía la vida social y económica de un puerto abandonado por el centralismo. El lente de Ronald Pizarro logró inmortalizar algunos de los establecimientos comerciales post-salitre. Y por cierto, a la ordenada locomoción colectiva que funcionaba sin necesidad de contar con reina del transporte. Las así llamadas góndolas se desplazaban hasta las 5 esquinas. Genaro Gallo era el límite que corría y corre en forma paralela a la línea del tren.

La vida comercial de los años 60, era activada por tiendas como “La Ideal”, “El Faro”, “Vildoso”, la tienda el “Teveré”. Aún se mantiene “La Riviera”, “La Liguria” y “Casa Sacco”, entre otras. El kiosco de Manuel González, sigue porfiadamente constituyéndose en el referente por donde todos los habitantes de la ciudad, han comprado la prensa o cigarrillos.  En los años de los inicios de la Zona Franca, se instalaron los así llamados “módulos de cristal”. Eran lo primero, de lo segundo, nada.

Con los cambios ocurridos en la ciudad, este viejo centro, es sólo eso, un viejo centro: descuidado, y habitado en su mayoría por comerciantes ambulantes, cantantes de la nueva ola, artesanos y vendedores de tv por cable que como gancho esgrimen el argumento que no serán investigados en Dicom, quienes opten por sus servicios.  La Zona Franca por el norte, y el mall por el sur, atrajeron a la población que no encuentra en el viejo centro, ni comodidad y menos aún seguridad. Veredas en mal estado completan el cuadro de un lugar prácticamente abandonado. Algunos comerciantes ponen veredas de cerámicas sin percatarse del peligro que ello encierra.

A lo anterior hay que sumarle la invasión de farmacias y de carnicerías que se han apoderado de ambas calles. El centro huele a carne. Y no es un aroma precisamente que nos eleve como ciudad. El declive de nuestro centro histórico comercial con hermosas construcciones, por ejemplo el frontis de “La Riviera” nos debe preocupar. Felizmente la Plaza Condell ha sido restaurada, pero el edificio que ocupa el lugar donde alguna vez celebramos el triunfo de Allende y el rectangular donde el boxeo lanzó a la fama a Joaquín Cubillos y a Jaime Silva, es ahora una tienda grande,  cuya arquitectura nada tiene que ver con nuestra identidad.  Lo mismo le ocurrió a la radio “Esmeralda”,  sobre la voz de Raúl Ossandón, otra tienda se alzó.

He de esperar que más temprano que tarde, se valoricen estas calles que han servido para organizar la vida social de los iquiqueños. Ojalá no se les ocurra hacer un paseo peatonal. La experiencia de Baquedano ha demostrado el fracaso de tal aventura. Además el número de autos  circulando hace de esa idea algo descabellado. Ambas calles son las arterias por donde corre buena parte de la identidad iquiqueña.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 5 de septiembre de 2010, página A-9