Tarareo
Escuchar y tararear canciones es tan importante como ir al cine o leer. Bailarlas mejor aún. A través de las canciones construimos imaginarios, y sobre todo coloreamos el pasado, el presente y el futuro. Las canciones sobre todo, las llamadas populares me han
acompañado en casi toda mi vida.
En los 60 la radio era el centro de la casa. No la TV. El mundo se sentía y pensaba a través de las canciones. Los señores Disjockey modelaban nuestros gustos y preferencias. Cuando Chuck Berry y toda esa música entró por las ventanas de nuestras casas, el mundo pareció temblar.
Los coléricos nos estremecieron. La escoba era lo más parecido a esa guitarra eléctrica por el cual los rockeros parecían cabalgar. La Nueva Ola, sustituyó las importaciones, convirtiéndose en una especie de Corfo de la música. Luego vinieron los ponchos y los bombos legüeros. Una expresión del neo-folklore en Iquique, fue el conjunto “Voces del Tamarugal”. Patricio Manns gana todo los rankings con “Arriba en la cordillera”. La canción de autor, toma nuevos bríos. Violeta Parra había grabado “Gracias a la vida” con charango y había establecido un puente entre el norte y el sur, a través de su canción “Mañana me voy pal Norte”. Luego vienen las quenas, los charangos, los ponchos y los deseos de cambiar este mundo por otro. Casi en forma paralela el rock de la mano de Led Zeppelin entre tantos otros se convirtió en una especie de trinchera. No había contradicción en escuchar a The Who y al Quilapayún. Y por si acaso, para el golpe de Estado quemamos en la misma hoguera al Inti Illimani con Iron Butterfly.
En la década de los 80, el Canto Nuevo, a pesar de su tristeza, justificada por cierto, nos congregó en las peñas y en pequeños café. Silvio Rodríguez se hizo masivo a pesar de que los canales de distribución de sus casetes iba de mano en mano. La Zofri nos llenó de equipos de sonidos y las FM, se tomaron el dial. El nuevo sonido nos trajo a Emanuel, a la Carrá y a tantos otros y otras. Casi “Morimos de amor” con Bosé y Víctor Manuel nos rompía el alma con esa canción del niño que nació “en una fría sala de hospital”. Osvaldo Torres con su leyenda del quirquincho nos bañaba con esa andinidad que todos negaban, sobre todo las autoridades de la época. Patricio Canales, que nadie sabe de donde nos llegó, cantaba el «Papalote» de Silvio con un talento y familiaridad nunca antes vista. «La Bicicleta» fue una de las revistas más leídas. En Antofagasta el Tambo Atacameño no cejaba en cultivar las raíces y en Iquique, en el Bodegón, se bailaba hasta el amanecer.
En los años 90, llega Silvio Rodríguez a Iquique. Aparece el Llaima en Iquique y una serie de trovadores.
Y conformen pasan los años, las canciones van aumentando su caudal comunicativo. Se inventa otra forma de escuchar, a través de nuevos dispositivos. Regresa el vinilo y la industria se masifica, haciéndole un guiño a la nostalgia. Tenemos la música del mundo a un clic. Se terminó el ritual de ir a la tienda de música y de piratear el casete. Ya casi nadie camina con un Lp bajo el brazo. Hoy se asiste a conciertos en vivo. Y las canciones se descargan, en lo posible legalmente.
No son necesariamente estas las canciones de mi vida. Faltan muchos, será tal vez porque no los escuché demasiado o bien porque sus canciones, simplemente no me llegaron. Mi aporte a la música es escucharla, nada más. Pero mis grandes amigos son músicos, y mis héroes suelen ser los cantantes.
Publicado en La Estrella de Iquique, 9/11/2025
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