La llegada de un telegrama instalaba casi de inmediato, la ansiedad en la casa. Y no podía ser de otro modo. Este papel amarillento, pulcramente cerrado y entregado rápidamente, anunciaba algo extraordinario. Las noticias comunes y corrientes, se despachaban por cartas: “Espero que al recibir la presente se encuentre bien en compañía de sus seres queridos”, discurría luego sobre el tiempo, y sólo en el tercer párrafo contaba cosas que alegraban o entristecían a quien la recibía. La carta recreaba la rutina. El telegrama no.
Tenía esta hoja amarilla o café (no recuerdo muy bien) un aire de noticias que no podían demorar. O bien anunciaban la muerte o la vida. El término medio no cabía. “Murió Papá, viaja luego”. O bien: “Nació hija. Teobaldo”. La llegada de este medio provocaba además del natural nerviosismo, una carrera en busca de las monedas que había que pagar por la “conducción”. El cartero, estiraba su mano, y dependiendo de la ocasión, se hacía partícipe del dolor o la alegría. Sin embargo, habían también telegramas esperados. Eran los de los saludos de cumpleaños. “Feliz Cumpleaños. Lucho”. Otros, eran deseados. Aquellos que anunciaban que había que retirar el giro en el correo: “Cobra giro”. Escueto mensaje, pero salvaba el mes.
Enviar telegramas era además caro. De allí su retórica tan escueta como esquemática. Cada palabra costaba casi un ojo de la cara. La gramática se reinventaba con tal de ahorrar unos pesos sin sacrificar el contenido. Parecía que Tarzán redactaba los mensajes. Escribir telegramas llegó a ser un arte mayor, aprendido en el aula de la casa. En el Liceo jamás se nos enseñó a tragarnos los artículos.
Hubo telegramas históricos. El que le envió a Arturo Godoy, en febrero de 1940, con motivo del titulo del mundo en los pesos pesados, frente a Joe Louis, en los Estados Unidos, el Comandante Cabrera del Regimiento Carampangue, le dice, casi ordenándole: “A vencer o morir». El Tani por su parte, recibió telegramas a lo largo de toda su vida. Como este por ejemplo enviado por su amigo Gallegos, después de la pelea con Vicentini: “Felicitote por ruidoso triunfo. Iquiqueños están locos de contento. Abraza a Amandita en nombre doña Emilia”. Todo con mayúsculas, por supuesto. De Santiago llegó otro. Anunciaba el triunfo de un morrino. Decía : “Carihue ganó primero”
Cuando Arica gozó del puerto libre, los iquiqueños viajábamos a la hermana ciudad en busca del oro, aunque sólo encontramos baquelita, y chocolates marca “Sublimes”. Al regreso, anunciábamos nuestra llegada. Un escueto y veloz telegrama imprentaba nuestros deseos de estar pronto en la tierra de las banderas negras. El resto era cosa familiar, corríamos al mercado a la Agencia Romero, a esperar el blue jeans Rocky Kansas o el Pecos Bill. El papel decía: “Viajo con Cuevas”. volver a Indice de temas: BAZAR