El siguiente es el relato de Francisco J. Ovalle Castillo, publicado en el libro «La Ciudad de Iquique» que fue editado el año 1908, acerca de la matanza ocurrida el 21 de diciembre de 1907, en la Escuela Santa María de Iquique:
La plaza «Manuel Montt» y la escuela «Santa María» han adquirido desde el 21 de Diciembre último una triste é imperecedera celebridad, por haber servido de asilo á catorce mil operarios de las oficinas salitreras declarados en huelga, en nombre de nuestra deplorable situación financiera.
El día 9 de Diciembre
El día 9 de Diciembre se demostraron los síntomas fatales de la huelga en la oficina San Lorenzo, situada en el «cantón» de Lagunas. Los obreros exigieron enérgicamente que el pago de sus jornales se hiciese al tipo de 12d.; que le fuese concedida la libertad de comercio en las oficinas por encontrarse absolutamente restringida, viéndose por tal motivo en la necesidad de verificar sus compras en la pulpería de la oficina donde prestaban sus servicios, aunque en otra parte la mercadería fuese mejor, más barata y más de su agrado; que fuesen cerrados con rejas de fierro todos los cachuchos y chulladores de las oficinas; que en cada oficina se colocase al lado afuera de la pulpería una balanza, para comprobar los pesos y las medidas, y muchas otras cosas que, examinadas con toda conciencia y justicia hacían muy razonables las peticiones y muy dignas de estudio por parte de nuestras autoridades.
El día 15
El día 15 del mes citado, los obreros de la Pampa, en número que pasaba de dos mil, llegaron a Iquique trayendo estandartes con lemas socialistas y banderolas donde se encontraban escritas sus justas peticiones. El descenso fué penoso; la árida y extensa pampa del Tamarugal, coronada por un sol ardiente y por fuertes vendavales que levantaban un polvo quemante, no ofrece á los viajeros sino modificaciones. Compréndase cuánto sufriría esa poblada guiada por una convicción sincera: la defensa de sus derechos, esa poblada, que venía a pié, con hambre y con sed, imposibles de satisfacer en un desierto! Y si á esto se agregan las mujeres, que venían también inspiradas en la defensa del derecho natural, y en el amor que les unía a los obreros, ese amor de las selvas, inspirados en esa ciega encarnación de los dos sexos opuestos, y que acompaña al hombre hasta el fin del mundo, destruyendo barreras, pisando volcanes y desdeñando los rugidos del Averno, -como lo probaremos más adelante, en el caso de una boliviana, – la jornada de los obreros, es una odisea admirable.
Cuando se tuvo conocimiento de que la romería se encontraba en las inmediaciones de los estanques del agua potable, tropas de infantería y caballería se dirigieron á ese punto con el objeto de rodear á los obreros, para que no se dispersaran por la ciudad, y escoltarlos al Club Sport, en cuyo recinto quedaron hospedados hasta la cinco de la tarde de ese mismo día, hora en que fueron trasladados á la escuela «Santa María».
Allí recibieron la visita del Intendente interino de la provincia señor Julio Guzmán García, á quien acompañaban el jefe accidental de la División y Comandante del Regimiento de Caballería señor Agustín Almarza y los abogados señores Santiago Toro Lorca y Antonio Viera Gallo. Todos estos personajes dirigieron á los viajeros frases amables que dejaron entrever una bella esperanza, que en esta ocasión no encontró en ellos el eco que hallaban cuando la inteligencia del obrero estaba en pañales y no se ofrecía todavía á sus ojos ese magnífico horizonte que ahora le permite vislumbrar el reinado de la República Universal.
El señor Guzmán García impartió las órdenes necesarias para que los viajeros tuviesen un almuerzo abundante y nutritivo, el cuál no sólo se les dió durante ese día, sino todo los demás que permanecieron en esta capital, habiéndose habilitado una sala de la escuela «Santa María» para depositar las provisiones que fueron de la mejor clase y muy copiosas.
El señor Guzmán García, mantuvo una activa comunicación telegráfica con la Moneda, ya pidiendo instrucciones, ya tropas para resguardar el orden, y celebró con los salitreros numerosas conferencias á fin de poder solucionar tan crítica situación.
Desde el 15 hasta el 21 de Diciembre
Desde el 15 hasta el 21 de Diciembre la afluencia de ciudadanos pampinos fué enorme, llegando á reunirse en Iquique al rededor de catorce mis almas.
El vecindario iquiqueño, ante tal afluencia de personas venidas de lejanas tierras, en nombre de su derecho, se alarmó profundamente y cerró las puertas de sus hogares. Otro tanto hizo el comercio. Todo esto se verificaba no obstante ser los huelguistas hombres tranquilos y respetuosos; pero si hemos de ser imparciales para dar al César lo que es suyo y á Dios lo que también le pertenece, debemos decir que de esta tranquilidad, el vecindario y el comercio hicieron muy bien de dudar, dado el hecho de que la poblada venía hastiada. Perseguidos de contínuo los obreros por las inclemencias de la suerte, llegaban á las puertas de Iquique profundamente descepcionados; así que, era muy posible que en un momento de ira, engendrada en su largo y profundo dolor, se lanzaran sobre los hogares del vecindario.
Los huelguistas encontraron aquí numerosos adeptos. Hicieron causa común con ellos casi todos los gremios de este puerto, habiéndose interrumpido absolutamente el tráfico de tranvías del ferrocarril de sangre, el de los carruajes del servicio público y el de los particulares. Solamente quedaron en funciones los operarios de la compañía de alumbrado.
Por disposición suprema vino á Iquique el buque de guerra «Blanco Encalada» cuya marinería debía velar por el orden de la ciudad. Después de una brevísima estadía en este puerto, el «Blanco» partió para Arica, con el fin de traer 250 hombres del Regimiento de Infantería «Rancagua» que vinieron á las órdenes del 2.º Jefe del expresado cuerpo, Mayor don Arturo Moreira y 50 hombres de la Compañía «Atacama» que traía el Teniente 1º señor Heriberto Behenke. Esta tropa se hospedó en el cuartel del «Carampangue» el cual sólo albergaba una parte de este Regimiento y que se hallaba bajo las órdenes del Capitán señor Rogelio del Pozo Barceló, pues el resto de él había á la pampa con el Comandante señor Villareal, quien se quedó en Central desde donde distribuyó sus tropas en las oficinas salitreras de norte y sur.
También se vino á Iquique el «Esmeralda» trayendo á su bordo topa del Regimiento de Artillería de Costa.
En la oficina «Buenaventura» los huelguistas sufrieron la dolorosa pérdida de uno de sus compañeros; pero en honor de la verdad, debemos declarar de que esta baja se produjo á causa de que el obrero trató desarmar á un soldado de la sección de tropa que mandaba el Teniente 1º señor Valenzuela, y el soldado, cumpliendo con uno de sus más elementales deberes de su cargo, se defendió, traspasando con el yatagán la espalda del huelguista, cuyo cadáver llevaron en un tren de carga más de mil ciudadanos que se dirijían a Iquique, para unirse á sus hermanos de la escuela «Santa María», y el cual les fue quitado por la policía al llegar á este puerto, con el fin de evitar desórdenes y acallar la ira encendida nuevamente por la demora de los salitreros en acceder á sus peticiones.
El Gobierno nombró una comisión á fin de que viniese á poner término á esa terrible situación, la cual fué compuesta del Intendente de la provincia señor Carlos Eastman, que se encontraba en Santiago haciendo uso del feriado legal, al mismo tiempo que gestionaba su retiro del la Intendencia; del General de Brigada don Roberto Silva Renard, que acababa de llegar de Europa y que hacía medio año que había sido nombrado Jefe de la División, y del Coronel don Enrique Sinforoso Ledesma, que se encontraba también en Santiago. Todos estos caballeros se embarcaron en el «Zenteno» el cual había recientemente llegado de su hermoso viaje á Hampton Roads.
La expresada nave de nuestra Armada fondeó en Iquique el día 19 de Diciembre, á las 3 1/2 de la tarde, en un día espléndido, pero con un mar sumamente agitado.
El muelle fué rodeado con tropas a fin de evitar aglomeraciones.
Una romería compuesta de más de 10 mil ciudadanos esperaba la entrada del señor Eastman, quien antes de venir a tierra celebró una conferencia á bordo, con el Intendente interino señor Guzmán García y el Presidente del Partido Radical señor Toro Lorca.
Los balcones de todos los hogares cercano al muelle estaban cubiertos de personas. En la torre de la Aduana se habían dado cita numerosos particulares, así como también en ñas ventanas del Club de la Unión.
La muchedumbre estaba inquieta con la demora de la comisión en venir á tierra. La conferencia duró media hora, al cabo de la cual las baterías del «Zenteno» dispararon tres cañonazos, con las cuales daban el adiós, al primer mandatario de Tarapacá.
En una lancha que traía izado el pabellón nacional, llegó la comitiva al muelle.
Descendió el señor Eastman con su pecho henchido de emociones; saludó con la hidalguía de viejo aristócrata á los que los esperaban en el muelle, y con aire marcial y seguido de miles de ciudadanos, que creían encontrar en él á un regenerador, tomó la ruta trazada por las tropas que le presentaron sus armas, en dirección á la Intendencia, bajo los rayos de un sol sofocante y las salutaciones destempladas pero respetuosas de la ávida muchedumbre.
Una vez llegado á la Casa Consistorial y repuesto de las fatigas del viaje, el señor Eastman apareció en uno de los balcones del lazo izquierdo y dirigió á la gran muchedumbre un lacónico y consciente discurso. Se conocía claramente que sus palabras brotaban de un pecho honrado. El no trató jamás de engañar á su pueblo. El señor Eastmann de nada es responsable; cuando él llegó a Iquique la hoguera estaba encendida; además, la tormenta se desencadenó para él en forma opuesta á las tormentas de su vida doméstica, las cuales no supieron ni inspirarle en su tarea de Estado.
El discurso del Señor Eastman fué interrumpido á cada paso por vivas destemplados que nacían de los pechos comprimidos de los obreros, de esos pechos que con tanta valentía, se ofrecen de blanco á las balas del enemigo en los campos de la gloria.
Pocos momentos más tarde la muchedumbre se dispersó por las calles, celebrando un meeting en la plaza Prat, análogo á los que habían celebrado los días anteriores. En esos momentos hizo su desembarco la tropa del Regimiento «O’higgins», que vino en el «Zenteno» al mando del Comandante del mismo cuerpo, señor José Agustín Rodríguez, la cual se hospedó en el Liceo de hombres, situado en la calle Baquedano, donde había estado alojada la oficialidad y la marinería del «Blanco Encalada». Parte de este nuevo refuerzo subió a la Pampa.
El señor Eastman trabajó con noble afán por la conjuración del conflicto: celebró interesantes conferencias con el señor Guillermo Hardie, presidente de la Asociación Salitrera, y con los directores del Comité huelguista, sin llegar á ningún arreglo satisfactorio, no obstante haber ofrecido los salitreros un aumento en el pago de los jornales, y el Gobierno otro, hasta dejar tranquilos á los obreros, mientras se terminaba en la Moneda el estudio del problema financiero.
Parece que el Comité huelguista, por un error, desvió el rumbo de las negociaciones. Sin duda alguna que este proceder se inspiró en la desconfianza que al obrero causa el patrón de las salitreras. No hubo avenimiento entre el señor Eastman y el Comité. Esto engendró el decreto que declaró la ciudad en estado de sitio, ordenando la evacuación de la escuela «Santa María». Se ha dicho también que la evacuación se decretó, en vista de que, con la aglomeración de gentes en un lugar no muy vasto, como la escuela, la salubridad pública estaba en peligro.
Desalojar la plaza «Montt
El día 21 de Diciembre el Intendente envió al General señor Silva Renard, que se encontraba en la plaza revistando las tropas, una orden para que hiciese desalojar la plaza «Montt» y la escuela «Santa María».
El General se marchó á cumplirla, seguido de su Estado Mayor y de los cuerpos de guarnición en Iquique. También lo acompañaban el Gobernador Marítimo y los Comandantes del «Blanco Encalada» y del «Zenteno», señores Jorge Mery y Arturo Wilson.
Una vez en la plaza «Montt» el General, dirijió á los huelguistas palabras de consejo para que abandonasen la escuela, procediendo de igual manera las personas caracterizadas del séquito del General, pero no obtuvieron nada de los huelguistas, los cuales creyeron que se trataba de hostilizarlos. Ante tan tenaz negativa, emanada sin duda alguna de la idea de la defensa de sus derechos, reventaron las balas de las ametralladoras del «Blanco Encalada», manejadas por un guardia marina del «Zenteno» y las de las tropas que rodeaban la plaza «Montt».
El campo quedó cubierto con sangre humana; la entrada principal quedó interrumpida por una gran barrera de muertos y de agonizantes. El espectáculo era siniestro. Las lamas más frías habrían temblado de temor. No pudimos contar el número de los caídos; los rujidos de ……. copiar página 286
Entre los heridos había una brava boliviana con un muslo roto, que penetró á la escuela en los momentos de mayor agitación. Impedida de entrar por la tropa, resistió esta imposición con una actitud heroíca, pronunciando estas palabras: Donde está mi marido allí entro yo; donde él muere, allí muero yo. La boliviana, tendida entre los muertos, respiraba dolorosamente; se conocía que su herida la atormentaba, pero que no estaba arrepentida de haber ascendido hasta el altar de su sacrificio: ella estaba satisfecha de haber derramado su sangre al pié del altar de sus convicciones.
Otro huelguistas, con un arrojo sin igual, al sentir las balas y al ver que sus compañeros caían, ofreció valientemente su pecho, diciendo: Apuntad, aquí tenéis mi corazón. Las balas penetraron en ese pecho viril, y de lo alto de la torrecilla de la escuela rodó ese hombre fuerte, que, de una manera elocuente, que nuestra raza no está degenerada y que es siempre la raza de titanes que ha dado glorias á la patria.
Tomado del libro La Ciudad de Iquique.
Francisco J. Ovalle Castillo
Imprenta Mercantil, Baquedano Nº 6. 1908.
pp. 272-288.